Una vergüenza para Europa

Paco Soto
Pie de foto: Una refugiada camina con su hijo en brazos en la frontera entre Croacia y Eslovenia
La crisis de los refugiados e inmigrantes económicos que huyen de países en guerra ha vuelto a poner sobre la mesa la división, cobardía, debilidad política y falta de visión a medio y largo plazo de la Unión Europea (UE). La mayoría de los países comunitarios, en lugar de coger el toro por los cuernos, se han puesto de perfil en esta crisis de grandes dimensiones políticas y humanitarias. Alemania, país criticado e incluso detestado por muchos europeos, es una de las pocas excepciones que confirma la regla de la insolidaridad de la UE. Pero también Alemania tiene una extrema derecha que provoca y acosa al Gobierno de democristianos y socialdemócratas, y un sector de la sociedad mira con desconfianza a los miles de migrantes que han entrado en el país en los últimos meses. Los miran con desconfianza porque estos seres humanos están desamparados y no son ricos, pero sobre todo porque la inmensa mayoría son musulmanes. Lo mismo o parecido ocurre en los prósperos países del norte de Europa y en Holanda, Bélgica, Grecia, Italia, Reino Unido, Francia, España… La UE ha llevado a cabo una política errática en materia de demandantes de asilo que huyen de la guerra y la miseria, y a cambio de ayuda económica y apoyo político ha convertido a la inestable Turquía, donde existen grandes lagunas democráticas, en el país que, en parte, le puede sacar las castañas del fuego.
Sanciones de Bruselas
Bruselas anunció hace unos días que sancionará a los países del selecto club europeo con multas de 250.000 euros por cada uno de los refugiados que no acepten. Si se aplicara esta sanción, España debería desembolsar 3.972 millones de euros, porque en la cumbre europea de 2015 aseguró que acogería 8.023 refugiados que malviven en campamentos de Grecia e Italia, y otra cifra similar en 2017, y no ha cumplido con su compromiso. Los medios españoles y muchos comentaristas políticos locales han puesto el acento en que Europa vive una grave crisis moral en materia de acogida de seres humanos desamparados que ven en el Viejo Continente el mejor lugar para vivir del planeta. Y tienen razón. A pesar de la crisis y del empobrecimiento general, Europa, con la excepción de unos cuantos países del antiguo Telón de Acero, es un continente próspero y donde la democracia funciona. Los demandantes de asilo y emigrantes económicos sirios, iraquíes, libios o afganos están desesperados, pero no son tontos, y saben perfectamente que la actual Europa en crisis es un lugar mil veces más atractivo para vivir que los ricos, pero arcaicos y antidemocráticos países del Golfo.
Falta de unidad política
El gran problema de la UE, un espacio de 503 millones de habitantes y conformado por 28 estados, además de la crisis económica y social, es su fracaso político. No hay unidad sólida en casi nada; la UE corre el peligro de convertirse en un club de fracasados elitista e insolidario, la tentación nacionalista seduce a muchos gobiernos de derecha e izquierda y la xenofobia aumenta en casi todas partes. La infiltración de unos pocos terroristas y delincuentes en las filas de los migrantes ha servido de pretexto a los políticos y sectores más reaccionarios de la Vieja Europa para hacer campaña contra el derecho de asilo. Triste y vergonzoso. En otra época millones de europeos abandonaron sus países huyendo del hambre, la pobreza y los conflictos bélicos. Después de la Guerra Civil española, en 1939, 500.000 refugiados republicanos huyeron a Francia, y muchos franceses abandonaron su país durante la Segunda Guerra Mundial. Centenares de miles de hispanoamericanos son de origen español y millones de estadounidenses tienen descendencia italiana, irlandesa y polaca.
Europa no sería lo que es, un continente atractivo, diverso, plural, desarrollado y democrático, sin la inmigración y la emigración. Entonces, ¿a qué viene tanta pusilanimidad, tanta mezquindad, tanta hipocresía y tan poca valentía política para hacer frente a la crisis migratoria procedente de África y Oriente Próximo y Medio? Al miedo que genera la crisis económica y social en amplios sectores de la clase política y la población europeas. A la falta de líderes europeos con visión de futuro. Al repunte del nacionalismo insolidario en muchos países. Al auge de la xenofobia y la ultraderecha populista. Al miedo que provoca en muchos europeos el islam. Estas son las principales causas que nos permiten entender la postración política y humanitaria de la UE frente a una de las crisis migratorias más graves de las últimas décadas.
Entender para actuar
Pero entender no significa justificar, y menos aún dormirse en los laureles. La UE tiene que reaccionar con unidad política, inteligencia y eficacia para encontrar una salida digna y razonable al drama humano que significa que centenares de miles de personas busquen una vida mejor entre nosotros. No podemos cerrar los ojos ante la dura realidad ni olvidar que Europa ha sufrido mucho en la historia de la humanidad, ha tenido que enfrentarse a guerras, conflictos y catástrofes de todo tipo hasta conseguir ser el continente más rico, justo y democrático del planeta. Si queremos seguir siendo europeos, no podemos renunciar a los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad que guiaron la Revolución Francesa de 1789 ni abandonar las aspiraciones de mayor justicia y solidaridad que han fomentado siglos de lucha ilustrada contra las tinieblas de la reacción, se vista ésta como se vista.
Evidentemente, hay que hacer las cosas con cabeza y hay que evitar la demagogia y la irresponsabilidad. La UE no puede acoger a todos los desamparados del planeta, pero tiene que asumir su cuota de solidaridad. El principio de solidaridad tiene que aplicarse en los diversos estados de la UE de manera flexible y teniendo en cuenta los niveles de riqueza, renta per cápita, bienestar social y desempleo en cada territorio. Es lógico que Dinamarca y Alemania hagan un mayor esfuerzo que Rumanía y Bulgaria para acoger migrantes, porque son países más ricos y están mejor preparados; y no se puede olvidar alegremente que Italia y Grecia están más expuestos en esta crisis que Polonia ni pasar por alto el nivel de paro de España. Como ya he sugerido, hay que hacer las cosas bien y, en la medida de lo posible, de manera ordenada y controlada. El caos sólo beneficiaría a los traficantes de seres humanos y otros delincuentes, la extrema derecha y el terrorismo yihadista.
Compromiso con los desfavorecidos
Europa, la UE sobre todo, tiene un compromiso político y moral con los que sufren guerras y conflictos en Irak, Siria, Libia o Afganistán. Lo ha dicho el Papa Francisco, que es la voz con más autoridad dentro del catolicismo romano. El Sumo Pontífice tiene razón. Ningún país de la UE puede renunciar a este compromiso. Todos los países comunitarios, en mayor o menor medida, tienen su parte de responsabilidad en la mala gestión de la crisis. España, Francia o el Reino Unido no pueden escurrir el bulto. Dicho esto, cabe destacar que la actitud de los dirigentes de la antigua Europa comunista -lo que los medios siguen llamando “el Este”, olvidando que este concepto no es tanto geográfico como político y una herencia de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS y sus respectivos satélites- es la más insolidaria, xenófoba e intolerante de la Unión Europa. El comportamiento del húngaro Viktor Orban, el polaco Jaroslaw Kaczynski, el checo Milos Zeman y el eslovaco Robert Fico es idéntico.
Estos y otros políticos de la misma calaña coinciden en la estupidez, el populismo más primitivo, la xenofobia y el odio visceral a los musulmanes. No tiene nada que ver con la adscripción política de dichos personajes. Kaczynski es de extrema derecha y católico integrista, pero Orban es conservador y comparte con Mariano Rajoy las filas del Partido Popular Europeo (PPE). Y Zeman y Fico son de izquierda y socialdemócratas. Por tanto, se equivoca, ¡una vez más!, el dirigente socialista madrileño Antonio Miguel Carmona cuando dice: “A la primera ministra de Polonia [Beata Szydlo] la expulsaría de Europa”. ¿Y por qué no a Zeman y Fico? Carmona, como muchos españoles, sigue anclado en viejos dogmas de derecha-izquierda y buenos y malos. Y él cree que está con los buenos, claro.
Errores en el análisis
Antonio Miguel Carmona, como la inmensa mayoría de la sociedad española, desconoce la realidad de los expaíses comunistas de Europa central y oriental. Se equivoca si piensa que los xenófobos y racistas antimusulmanes son unos pocos extremistas de derecha embrutecidos por una ideología repugnante y criminal. El problema es mucho más complejo. En “Europa del Este”, la xenofobia y el rechazo a los musulmanes y los extranjeros pobres de países pobres, que suelen ir de la mano de un nacionalismo identitario reaccionario y victimista, son un problema cultural y social que supera el estrecho marco de las opciones políticas. En algunos de estos países una parte de las Iglesias católica y ortodoxa alimenta con devoción el odio al islam y la defensa de la nación étnica frente a la nación cívica y democrática. La necedad y la maldad política de muchos dirigentes “del Este” es transversal, contamina a la derecha y la izquierda. No son políticos respetables, aunque hayan sido elegidos en las urnas, porque como dijo el escritor, poeta y filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson, “los hombres son respetables en la medida en que ellos respetan”.
Pie de foto: El dirigente húngaro Viktor Orban (a la derecha) y el polaco Jaroslaw Kaczynski (a la izquierda).
Reflejo de la sociedad
Los dirigentes de Europa central y oriental no son marcianos ni bichos raros, piensan y se comportan como amplios sectores de sus respectivas sociedades. Su europeísmo es básicamente material; quieren de la UE ayudas y fondos estructurales, pero rechazan muchos de los valores que hacen de Europa un continente atractivo, a pesar de la crisis y de sus numerosos problemas. No entienden lo que significan conceptos como la solidaridad e ideas como el respeto a la diferencia y la aceptación de la diversidad. Económica y socialmente retrasados, democráticamente débiles, culturalmente relativamente homogéneos y sin apenas extranjeros, gran parte de los países de la antigua Europa comunista siguen a la zaga de Europa occidental.
El árbol de la mejora económica notable y la modernización social y política vivida por estos países, sobre todo desde que ingresaron en la UE, no puede ocultar un espeso bosque de intolerancia e integrismo político y religioso. Más allá de Praga, Varsovia, Budapest, Zagreb o Bucarest hay otra realidad social bastante desconcertante, a veces incluso siniestra. Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, por sólo citar a estos seis “países del Este”, no son precisamente un ejemplo de democracia, tolerancia y solidaridad en la UE. Estos países, o sus gobernantes, asustan a muchos europeos demócratas que en los últimos meses han tenido que aguantar la insoportable chulería de unos dirigentes fanáticos y anacrónicos que atizan el fuego del odio y la división.
¿Abandonar la UE?
Si por mi fuera, estos mal llamados “países del Este” tendrían que abandonar la UE, lo que podría facilitar una reconstrucción de Europa sobre bases más sólidas. Pero no soy ingenuo y sé perfectamente que la UE no puede prescindir de su flanco este. No lo puede hacer por razones económicas y políticas y también geoestratégicas de cara a Rusia. Las cosas son como son y hay que aceptarlas, pero sin olvidar que se pueden modificar. Si en un futuro a corto y medio plazo no se producen grandes cambios políticos y sociales en la Europa excomunista integrada en la UE, Bruselas tendrá que presionar económicamente, y utilizar la vía de las sanciones, a los estados de esta región. Es lo único que entienden unos dirigentes irresponsables y populistas que no respetan las reglas del juego de la Unión. En este contexto, Polonia es sin lugar a duda el país más problemático. Lo es porque es el país más grande y con mayor población y potencial económico y político. En los próximos años, Polonia podría consolidar su estatus de potencia media, como España e Italia, en la UE.
Los demás países de la región no pueden aspirar a ello, y el Grupo de Visegrado (integrado por Chequia, Hungría, Polonia y Eslovaquia) carece de peso político en la UE. “A medida que miles de refugiados llegan a Europa para escapar de los horrores de la guerra, y muchos mueren en el camino, una tragedia distinta está sucediendo en varios de los estados miembros más nuevos de la Unión Europea. Los estados conocidos colectivamente como Europa oriental, incluida mi Polonia natal, han demostrado ser intolerantes, no liberales, xenófobos e incapaces de recordar el espíritu de solidaridad que les ayudó a obtener la libertad hace un cuarto de siglo”, escribe en un artículo periodístico el historiador estadounidense de origen polaco Jan T. Gross. Gross es odiado por la extrema derecha política y mediática polaca por su condición de judío y porque se atrevió a estudiar en el ámbito académico el antisemitismo en Polonia y el papel que desempeñaron muchos ciudadanos de este país con los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Países insolidarios
Gross recuerda que Polonia y los países poscomunistas, “desde 1989, y especialmente desde el 2004, cuando ingresaron a la UE, se han beneficiado de enormes transferencias financieras mediante fondos estructurales y de cohesión europeos. Hoy no están dispuestos a contribuir nada para resolver la mayor crisis de refugiados a que se enfrenta el continente desde la Segunda Guerra Mundial”. Sin embargo, en Hungría -recalca Gross-, “el primer ministro, Viktor Orban, no considera que haya un motivo para actuar de forma diferente: insiste en que los refugiados no son un problema de Europa sino de Alemania. Orban no es el único que sostiene ese argumento. Incluso los obispos católicos de Hungría comparten su opinión y Laszlo Kiss-Rigo, obispo de Szeged-Csanad, ha dicho que los musulmanes ‘quieren asumir el control’”. En Polonia, el Gobierno prometió que acogería a 2.000 refugiados y no cumplió con su palabra. En Eslovaquia, el primer ministro de izquierda, Robert Fico, se mostró dispuesto a acoger únicamente unos pocos asilados de fe cristiana y lanzó un eslogan escalofriante: “Eslovaquia para los eslovacos”.
En Chequia, el polémico presidente, Milos Zeman, no disimula su aversión hacia los musulmanes. Y en Bulgaria, el país más pobre de la UE, patrullas de ciudadanos embrutecidos y violentos atemorizan a los migrantes que cruzan territorio búlgaro. Lo que piensan muchos políticos y ciudadanos de los demandantes de asilo musulmanes en Rumanía, las repúblicas bálticas y Croacia tampoco es muy positivo. La situación es tan grave en esta parte de Europa que el diario liberal polaco Gazeta Wyborcza se vio en la obligación de publicar este anuncio al final de todos los artículos sobre los refugiados: “Debido al contenido extraordinariamente agresivo de los comentarios que promueven la violencia, en contra de la ley, y llaman al odio racial, étnico y religioso, no aceptamos comentarios de los lectores”.
Pie de foto : Extremistas polacos se manifiestan contra la entrada en su país de refugiados de origen musulmán.
Ofensiva nacionalista
La ofensiva nacionalista y xenófoba en la antigua Europa del ‘socialismo real’ no va a parar de la noche a la mañana. Al revés, envalentonados por los aires de intolerancia que soplan en el Viejo Continente, el apoyo social que reciben y la fragilidad política de la UE, los dirigentes de Europa central y oriental seguirán provocando a Bruselas e impidiendo la unidad de la Unión en temas tan cruciales como la llegada masiva de demandantes de asilo e inmigrantes económicos. En esta zona de la UE existen muchas personas estupendas, cultas, inteligentes, sensibles; personas que no han olvidado que Europa les ayudó a que el sistema comunista, criminal y totalitario, se hundiera, y países como Francia y la República Federal de Alemania fueron generosos y solidarios con miles de refugiados que huían del infierno de la RDA, Polonia, Checoslovaquia o Hungría. Desgraciadamente, los sectores democráticos que en países como Polonia y Hungría protestan en la calle contra la deriva autoritaria de sus gobernantes, no han conseguido conformar una mayoría social y política, y luchan a la defensiva contra poderosas fuerzas cargadas de odio y resentimiento.
Alianza de demagogos y populistas
Los demagogos, populistas y xenófobos “del Este” van a seguir amargándonos la vida a los europeístas de razón y corazón. En este sentido, Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia han anunciado una alianza contra las multas de Bruselas por cada refugiado rechazado. El ministro de Asuntos Exteriores húngaro, Péter Szijjártó, rechazó las multas y las cuotas de migrantes planteadas por la Comisión Europea y su colega polaco, Witold Waszczykowski, declaró: “No sé si va en serio, pero me parece una broma del día de los inocentes”. El titular de Exteriores checo, Lubomir Zaoralek, manifestó por su parte que la propuesta de la UE le había sorprendido porque “es algo que nos divide y no hay consenso sobre las cuotas de distribución obligatorias”.
En Europa occidental la situación tampoco es muy halagüeña. En España, un estudio del CIS indica que la crisis de los refugiados no es ninguno de los 39 principales problemas del país que identifican los españoles. Es para sentir vergüenza de ser europeo y para desconfiar una vez más del género humano y de su incapacidad moral por ser algo más que un mamífero bípedo. Pero no hay que tirar la toalla, porque mucha gente desamparada que ha llegado a Europa nos necesita, y porque renunciar a ser personas de verdad sería hacerles un favor a los canallas que gobiernan en parte de la UE y a los botarates que les votan y pretenden solucionar los graves problemas que vivimos en una barra de bar. Quiero acabar este artículo recordando unas bellas palabras del escritor ruso Antón Chéjov: “Los hombres antes que nada son hombres y, sólo después, obispos, rusos, tenderos, tártaros, obreros”.