Opinión

Los retos de España en el Magreb

Por Ramón Moreno Castilla 
Foto: El rey de España, Felipe VI, en su última visita oficial a Marruecos, junto al soberano marroquí, Mohamed VI. 
 
Decía en un artículo anterior (La Francia de François Hollande y el Magreb) que España tiene un importante papel que jugar en el Magreb, fomentar el crecimiento del Sur; y que el futuro de España en el Mediterráneo y la mejor manera de relanzar el crecimiento económico español es implementar proyectos en el Magreb, por lo que se hacía necesario utilizar y optimizar la complementariedad y la proximidad geográfica. Considerando que será en el Magreb, más que en América del Sur, donde España encontrará su oportunidad de crecimiento, si se consigue reconducir de una vez por todas las relaciones hispano-marroquíes, plagadas de desencuentros e incomprensiones. España no está exenta, se mire por donde se mire, de la responsabilidad histórica de Europa en el Magreb, una de las regiones más importantes de África; y a su crecimiento y desarrollo debe contribuir por dos razones estratégicas fundamentales a las que obligan sus intereses de Estado. Una, por la insoslayable proximidad geográfica, ya que España es la frontera Sur de Europa y sus vecinos más próximos son Marruecos y Argelia (socios privilegiados). Y otra, porque la seguridad y estabilidad de los tres países del Magreb Central (Túnez, Argelia y Marruecos) y, por supuesto, Libia y Mauritania (con el telón de fondo de Canarias, como ‘región frontera’), repercute sobremanera en la propia seguridad de España y de Europa. Hasta aquí, muy bien. ¿Pero, cómo hacerlo? ¡Ese es el quid de la cuestión! 
España debe mantener, en mi opinión, una política de equilibrios, sobre todo con Marruecos y Argelia, las dos potencias más importantes y hegemónicas del Magreb, y armonizar sus respectivos intereses de Estado, especialmente, con su vecino del Sur (desde Canarias, nuestro vecino del Este); sin perder de vista que el contencioso del Sáhara gravita en las relaciones argelino-marroquíes, dadas sus posiciones encontradas y, al parecer, irreconciliables. Porque aquí ya no vale poner una ‘vela a Dios, y otra al diablo’. Europa y, en este caso, España, deben abandonar sus políticas proteccionistas e intervencionistas (por no decir neocolonialistas) y afrontar los retos del Magreb como si fueran propios. Así lo ha puesto de manifiesto en el 69º periodo de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas celebrado días pasados en Nueva York, bajo el lema ‘El desarrollo humano y sostenible a partir del 2015’, el Rey de Marruecos, Mohamed VI, al denunciar ante el organismo internacional que “el colonialismo ha dejado tras de sí enormes perjuicios en los países que estaban bajo su gobierno”. Mohamed VI instó a la comunidad internacional “para hacer justicia con los países en desarrollo, en especial en África, así como tratar objetivamente la problemática del desarrollo en este continente, respetando las especificidades de cada país” (ver Discursos reales en la ONU). 
 
Y en este sentido, debe ser España quién tome la iniciativa con nuevas políticas de complementariedad, serias e imaginativas, que redunden en beneficio de las partes. Sobre todo, porque ya tiene un gran competidor, Francia, que, pese a sus problemas actuales, sí se ha volcado en el Magreb y lleva cierta ventaja propiciada por sus vínculos de toda índole con Argelia, Marruecos y Túnez, especialmente; y por su condición de exmetrópoli, que le otorga cierta posición de dominio en todos los aspectos, que se traduce en una balanza comercial favorable al país galo. Por ello, quiero destacar especialmente la iniciativa del Gobierno de Mariano Rajoy en aprobar una estrategia exterior para incrementar el papel de España en el mundo, que fijará las líneas maestras de actuación de la política exterior española en los próximos cuatro años. Y lo que es más importante, esta Estrategia de Acción Exterior (EAE) podría consolidar el papel de España en el Magreb, que es de lo que se trata. Máxime cuando la región mediterránea sufre una de las mayores tasas de desempleo entre la población joven y formada del mundo; lo que implica la implementación de políticas de cooperación al desarrollo sostenible en los países magrebíes, que activen la economía y sean generadoras de empleo. ¡Ese es el gran reto de España en el Magreb! 
La cooperación en materia de defensa, por poner un caso, entre España y los países del Magreb constituye un ámbito en el que se pueden encontrar desde una vieja relación con Marruecos, por ejemplo, hasta otras relaciones que se han ido desarrollando en los últimos años, con distintas intensidades. La progresiva normalización de Argelia, desde finales de los 90 (pese a sus congénitos problemas políticos, sociales y económicos internos y, actualmente, de inseguridad, que alcanza, incluso, a la impermeabilidad de sus fronteras). El levantamiento del embargo de la ONU contra Libia (sumida en la actualidad en un verdadero caos, con una fratricida guerra civil) y el resurgimiento de los llamados ‘nuevos riesgos’ (tráficos ilícitos de todo tipo y un terrorismo cada vez más transnacionalizado y deletéreo) han llevado a estos Estados, junto a Mauritania y Túnez, a demandar ayuda y cooperación a socios como España. Por otro lado, la revitalización del Grupo 5+5 (los cinco países del Magreb + Portugal, España, Francia, Italia y Malta), aunque no conlleve más cooperación subregional en el Magreb, si está dinamizando los vínculos Norte-Sur, hasta entonces bilateralizados, e incluye en su agenda, desde diciembre de 2004, al ámbito de la defensa (ver La cooperación entre España y el Magreb, en materia de defensa, Carlos Echevarría Jesús, CIBOD d’afers  internacionals, número 79-80). Y como muestra reciente de esa cooperación, están las maniobras de seguridad marítima del Grupo 5+5 realizadas a 9 millas de la costa de Málaga, con asistencia de los ministros de Defensa de los cinco países europeos, y en las que participaron fuerzas navales de España, Marruecos, Argelia y Portugal y más de 900 efectivos; y donde se puso de relieve, su operatividad y preparación.  
 
No obstante, y a pesar de la famosa teoría del ‘colchón de intereses’ en el que parece basarse la política exterior española en su zona de proximidad, lo cierto es que dicha política ha sido objeto de malentendidos y de litigios en lo relativo a la enrevesada cuestión del Sáhara, al problema de la inmigración, a las reivindicaciones sobre Ceuta y Melilla y a la autorización para pescar en aguas territoriales marroquíes, por citar los más notorios. España, pese a todo, debe poner especial énfasis en dos cuestiones de significada relevancia como son la política exterior -en la que debe prevalecer un exquisito equilibrio, insisto- y la política de cooperación al desarrollo en todos los ámbitos de actuación. El interés de España debe basarse, fundamentalmente, en evitar que los desequilibrios políticos, sociales y económicos a los que se enfrenta el Magreb puedan derivar en una inestabilidad general en la región (como da la impresión que está ocurriendo); al que debe unirse el convencimiento inequívoco de que el desarrollo económico es un instrumento adecuado para diversificar la economía, generar puestos de trabajo -lo que implica cobro de salarios dignos y poder adquisitivo, para activar el consumo, sinónimo de crecimiento- y, en suma, propiciar el bienestar de la población, que sería el objetivo prioritario en esta zona de África, de gran valor e importancia geoestratégica. 
 
Para ello, no hay que subestimar, en absoluto, el importantísimo papel que debe jugar Canarias en el desarrollo del Sur de Marruecos, o sea, del Sáhara. Canarias constituye, en términos geoestratégicos, una especie de ‘hinterland’ natural de las Islas más orientales. Se hace necesario, por tanto, que España y Europa reconozcan de una vez por todas la inmejorable y privilegiada ‘renta de situación’ del Archipiélago canario, en beneficio de nuestro propio desarrollo y de esa importante zona del Magreb, con todo lo que ello implica de paz y seguridad en la región. La conectividad marítima se hace, pues, absolutamente imprescindible; así como potenciar las frecuencias de las rutas aéreas y abaratar los billetes, absolutamente prohibitivos por su elevado coste. Pero con independencia de todos estos grandes retos planteados, España está llamada a jugar un papel histórico en el Magreb, si abandona sus ‘ínfulas imperiales’ -estamos en pleno siglo XXI- y escribe una nueva página -inédita- de su historia reciente. Máxime ahora, cuando el Rey Felipe VI -en el que tantas esperanzas hay cifradas- ha dejado también meridianamente claro en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el papel relevante que España debe jugar en el mundo, y su aspiración a entrar como miembro no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. En este contexto, ¿qué mejor y más aleccionador ejemplo para toda la comunidad internacional que España asumiera, motu proprio, la labor de mediación en un conflicto que le afecta directamente, y que enfrenta a sus dos socios más relevantes del Magreb?  
 
España debiera plantearse como una cuestión sine qua non de su moderna política de Estado sentar en la mesa redonda de negociaciones a Marruecos y Argelia, sus socios privilegiados, para dirimir sus diferencias en los crónicos problemas que enfrentan a ambos países: la cuestión fronteriza y el enquistado asunto del Sahara, del que emanan todos los demás. Sería todo un acontecimiento en la historia de la diplomacia mundial, y un verdadero hito en las relaciones internacionales; en la que tendrían un papel decisivo y determinante los dos ‘Reyes VI’, Felipe VI, Rey de España, y Mohamed VI, Rey de Marruecos, y el presidente argelino Abdelaziz Buteflika. Tres Jefes de tres Estados implicados, de una u otra forma, en el conflicto del Sáhara que tendrían la alta y gran responsabilidad de llegar, inexcusablemente, a un acuerdo definitivo y duradero. España vería así como su liderazgo en la escena internacional aumentaba considerablemente, como inequívoco referente de un país moderno y dialogante que contribuye decisivamente al desarrollo y bienestar de los pueblos, mediando en las arduas y laboriosas negociaciones. Y Argelia y Marruecos, como países hermanos del Magreb, solucionando sus históricas diferencias y llegando a acuerdos de cooperación bilateral duraderos y beneficiosos para las partes. Dos Monarquías y una República, con diferentes regímenes políticos que, sin embargo, aúnan esfuerzos y voluntades en aras de la Paz y Seguridad Mundial… 
 
La Conferencia para la Solución del Contencioso Histórico entre Argelia y Marruecos -así podría denominarse-, que contaría con observadores de la ONU, Unión Africana (UA), UMA, UE, EE.UU y Rusia, podría celebrarse en capitales andaluzas (por su proximidad al Norte de los dos países) y en las dos capitales canarias (por su proximidad al Oeste de Marruecos); siendo la firma del Acuerdo en Madrid. Sería todo un aldabonazo en la práctica diplomática mundial, consolidando el prestigio de España por auspiciarla, convocarla y servir de sede; y de Argelia y Marruecos, por acceder a sentarse en una mesa de negociaciones con la irrenunciable voluntad política de llegar a acuerdos satisfactorios para solucionar sus históricas y, hasta entonces, insalvables diferencias. Ello contribuiría, sin duda alguna, a la consolidación de la Unión Magrebí Árabe, tanto tiempo paralizada; entre otras cuestiones, por las posiciones encontradas entre Argelia y Marruecos (ver Argel-Rabat, el eterno desencuentro).  
Estas serían, las ‘cuestiones previas’ a dilucidar: a) Reconocimiento por parte de Argelia de las fronteras argelino-marroquíes establecidas y consolidadas en la actualidad. b) Reconocimiento por parte de Argelia de la incuestionable marroquinidad del Sáhara. Amplia autonomía para el territorio, bajo soberanía marroquí, similar a la vía del Artículo 151 del Título VIII de la Constitución española de 1978. c) Salida de Argelia al Océano Atlántico (¿puerto de Tarfaya?) para sus minerales e hidrocarburos, retomando el Acuerdo en ese sentido que tanto gustaba en su época a Houari Boumediene y beneficiaba a los intereses argelinos. d) Apertura de fronteras entre Marruecos y Argelia, que posibilite el libre tránsito de personas y mercancías, con la consiguiente prosperidad de la zona. e) Suministro por parte de Argelia de petróleo y gas a Marruecos en condiciones óptimas para ambos países. Transferencia de tecnología de Argelia a Marruecos de su ‘know how’ en materia petrolífera, y desarrollo conjunto de tecnología e I+D+i sobre la industria de hidrocarburos y petroquímica y sectores estratégicos. f) Acuerdos de Cooperación bilateral al desarrollo entre los dos Estados, que abarcara todas las áreas económicas: agricultura, pesca, industria, alimentación, turismo, servicios etc. g) Tratado bilateral de Defensa e inviolabilidad de fronteras, extensible a los demás países de la UMA. h) Disolución del Frente Polisario y su incorporación (el aparato militar) a las Fuerzas Armadas argelinas y/o a las FAR marroquíes. Posibilidad de convertirse en un partido político legalizado que participe en el juego democrático en Argelia y/o en Marruecos. E i) Políticas y Reglamentos que desarrollen todos los acuerdos alcanzados, para posibilitar su implementación. 
 
Estaríamos ante un nuevo escenario de las relaciones euro-magrebíes, con un modélico Acuerdo Tripartito (no el de 1975), en el que España tendría mucho que decir y beneficiarse enormemente de la nueva situación. Solo haría falta que el brillante y acreditado ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación del Gobierno de España, José Manuel García Margallo, responsable de la Política Exterior española, cuya inconmensurable y clarividente labor está situando a España en el lugar que le corresponde en la Comunidad Internacional, tomara en consideración esta modesta, pero novedosa y valiente iniciativa. Pero, pese a las dificultades de toda índole que de entrada conlleva ya el inicio de las conversaciones, aparte de pretender conjugar intereses encontrados, ¿está España en condiciones de afrontar este importante e histórico reto?  ¿No merece la pena intentarlo, si quiera? ¿Qué podría perder España, en un mundo globalizado, donde las interacciones son obligadas y, por demás, necesarias? El tiempo dirá…