Desorden mundial
Las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la constitución de la nueva Comisión europea, el precario alto el fuego en el Líbano, son hechos que han ocurrido en el penúltimo mes del año. A ellos hay que añadir la autorización de Biden para que Ucrania emplee misiles de fabricación estadounidenses sobre blancos en profundidad en Rusia.
Pero habrá que admitir que otra bomba explosionó “silenciosamente”, aunque de gran potencia. Una encuesta de Gallup muestra que, por primera vez desde que comenzó el conflicto, la mayoría de los ucranianos quieren negociar con Rusia y poner fin a la guerra. Dentro de ese grupo, una gran parte de los encuestados, 52 % admite la cesión de territorio a Rusia con 38 % en contra y un 10 % no opina. En contraste, en 2022, el 73 % de la población preferiría luchar hasta la victoria, sin, por supuesto, definir qué es la victoria. Obviamente el cambio es un hecho.
Es paradójico que Estados Unidos, en periodo de transición entre administraciones, a la vez haga la paz y declare la guerra, dos presidentes que conducen al país en direcciones diferentes, uno representa el pasado y el presente, el otro el futuro.
Mientras el presidente saliente asiste a cumbres internacionales y negocia un cese del fuego en el Líbano, el presidente electo conduce su propia política exterior desde su propiedad en Florida. A mediados de la última semana de noviembre, Trump anunció que el primer día en el cargo, impondría aranceles a Canadá y México, así como a su rival China.
Al día siguiente, el presidente Biden anunció el acuerdo de alto el fuego que pondría fin a más de un año de enfrentamientos entre Israel y Hezbolá. Entre tanto, los líderes extranjeros sopesan si tiene sentido seguir tratando con el líder saliente o prepararse para la realidad de su sucesor.
La alusión a las amenazas arancelarias puede ser simplemente una posición de negociación inicial en la que Trump buscarse presionar a los socios comerciales para que actúen contra el flujo de migrantes y el tráfico de drogas, pero pone de relieve un cambio geoeconómico sustancial ya que antes de la llegada de Trump, los dos principales partidos estadounidenses habían derribado barreras comerciales.
Al elegir a Canadá, México y China, Trump sabía que se trataba de los tres principales socios comerciales de Estados Unidos, lo que indica la elección de un nuevo período de fricción que contrasta con los esfuerzos de Biden durante los últimos cuatro años para lograr una mejor relación. Esta es una definición de libro del arte de “gobierno económico”: el empleo de medios económicos para lograr objetivos de política exterior. El anuncio ha alterado los cálculos económicos en todo el hemisferio y al otro lado del océano, obligando a los líderes extranjeros a elegir negociar o represaliar.
Al mismo tiempo que Trump daba cuenta de su talante económico en las relaciones internacionales previas a la investidura, autorizaba a su patrocinador financiero Elon Musk a iniciar contactos con Teherán, sin pasar por la Administración actual implicada en el enfrentamiento entre la república islámica e Israel. Por ello, Trump ha prometido poner fin a la guerra de Rusia en Ucrania antes de la investidura, en este sentido, hay rumores de una conversación telefónica con el presidente ruso, Vladimir V. Putin, aunque el Kremlin lo negó.
Biden también parece dispuesto a esperar hasta el último instante de su mandato para negociar un alto el fuego entre Israel y Hamás en Gaza. Si eso funciona se arriesga a otra difícil misión, como es alcanzar, después de largo tiempo, el acuerdo que lleve a la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel, con vistas a normalizar la región. No sería extraño que el primer ministro israelí, Netanyahu, considere que con Trump el acuerdo le sería más ventajoso
Parece que el equipo de Seguridad Nacional de la nueva Administración se orienta a que China debe ser el foco principal de la atención estadounidense, por lo que el centrarse demasiado en Ucrania sería una distracción, y que algún tipo de “arreglo” sería aceptable si fortaleciese la posición de Washington frente a Pekín. La perspectiva se conforma en el sentido de que Estados Unidos pasará a una postura de equilibrio defensivo en Europa para concentrar el esfuerzo principal en el Indo-Pacifico.
Por su parte, el 27 de noviembre, el tradicional bloque de poder del Parlamento Europeo formado por el Partido Popular Europeo (PPE), los Socialistas (S&D) y los Liberales (Renew) llegaron a un acuerdo de coalición, autodenominado “Plataforma de Cooperación”, para constituir la segunda Comisión Europea bajo la presidencia de Ursula von der Leyen.
No es necesario ser un profeta para deducir que la nueva Comisión tiene un problema multifacético, empezando por sus Estados. En Alemania, el Gobierno de coalición se ha derrumbado, y los políticos del país pasarán los próximos meses ocupados con las elecciones anticipadas programadas para el 23 de febrero y el proceso de formación de la necesaria coalición que seguirá.
En Francia, el presidente Emmanuel Macron perdió su mayoría parlamentaria este verano, lo que lo dejó políticamente debilitado. España sigue su proceso de debilitamiento institucional que le impide adoptar cualquier proyecto de futuro, si es que lo hubiere.
Mientras tanto, la relación de la UE con el Reino Unido, a potencia militar más formidable de Europa, sigue siendo tensa, incluso cuando ambas partes hacen esfuerzos sinceros por mejorar la cooperación.
Si el enfoque de Estados Unidos es volver a hacerse “grande”, incluso en detrimento de la seguridad económica de sus aliados, sería un duro quebranto para el Orden Internacional basado en reglas, que la UE lo considera parte importante de su ser y base del modelo económico neoliberal orientado a la interdependencia y el contrato social que lo sustenta.
Hay un gran número de incógnitas geopolíticas en almoneda: se enterrará el “excepcionalismo” americano, seguirá el orden mundial basado en reglas, llegará a ser la UE un actor estratégico o lo serán sus estados, … la lista está abierta.