Europa, el problema es geopolítico
Si se toma como referencia el periodo que va desde las elecciones del pasado día 9 de junio, hasta el día de noviembre en que tendrán lugar las presidenciales estadounidenses, se estará señalando un tiempo en el que se prevén acontecimientos importantes. A menos de una semana tras las elecciones europeas, ha tenido lugar una cumbre del G7 que servirá de referencia para valorar el grado de consenso que hay realmente entre países con “ideas afines” en cuanto a la respuesta a la panoplia de riesgos y amenazas, económicas y de seguridad, desde China y Rusia.
Pekín apuesta a que, cuando llegue el momento, podrá explotar los excesos de ingenuidad estratégica, norma en algunas capitales europeas, véase España. Vale la pena subrayar aquí que desde que el canciller alemán Scholz fue a Pekín a mediados de abril y Xi Jinping visitó en mayo a Macron en París a principios de mayo, la parte china no ha aportado nada a los europeos sobre los temas que más les afectan: el apoyo de China a la maquinaria de guerra de Moscú y la amenaza de que tecnologías baratas y subvencionadas saturen el mercado europeo.
El Parlamento de la UE no es la institución más importante del continente, aunque colabora en la confección de la agenda de la Unión. Carece de iniciativa legislativa, pero tiene capacidad de veto, de modificación y es responsable de aprobar el presupuesto de la UE, lo que le da cierta autoridad para establecer la agenda. Los miembros del Parlamento desempeñaron un papel clave en la negociación de hitos regulatorios como la IA en la UE. El Parlamento también tiene la última palabra sobre la elección del presidente de la Comisión Europea, posiblemente el elemento más poderoso de la Unión.
La UE, considerada durante mucho tiempo como una creación posnacional de valores liberales, ha llegado a ser, posiblemente, el lugar donde asentar una nueva era de política de derechas en Occidente. Los resultados de las elecciones parlamentarias de la UE pueden apuntar a una situación consolidada, ya que, con carácter general en todo el continente, y especialmente en algunos de sus Estados más grandes, los partidos denominados de “extrema derecha” obtuvieron sólidos resultados. No obstante, una coalición de partidos europeos de centroderecha sigue siendo el mayor grupo en el Parlamento y puede colaborar con la centroizquierda dominante, lo que se pone de manifiesto como la tendencia publicada más sólida.
Los resultados electorales constituyen una realidad desalentadora para los acrisolados “centristas”, como el presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Olaf Scholz, donde los socialdemócratas del SPD han descendido hasta el tercer lugar, tras sus principales rivales de centroderecha y el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD). Macron se vio derrotado por la extrema derecha de Marine Le Pen, un castigo que llevó al presidente a disolver la Asamblea Nacional francesa y programó elecciones parlamentarias anticipadas. Sus dificultades resuenan al otro lado del Atlántico, con el presidente Biden librando una dura batalla contra un movimiento “trumpista” que se considera explícitamente en alianza con los partidos anti-inmigracción y “anti-despertar” (anti-woke) de la extrema derecha europea.
Lo que afecta a Alemania es trascendente por ser el líder europeo y la situación es más que una simple expresión de descontento con un Gobierno impopular. Millones de personas optaron por votar por AfD, a pesar de las advertencias urgentes del establishment y de que el partido se vio acosado por escándalos impactantes. Es evidente que un número cada vez mayor de alemanes consideran que el AfD es un mal menor para una ciudadanía harta de las agendas verdes que les han impuesto tanto la actual coalición como el anterior Gobierno de la CDU.
Se espera que Úrsula von der Leyen, la alemana de centroderecha que ha ocupado el cargo de presidente de la Comisión durante los últimos cinco años, busque un segundo mandato. Esta vez, puede tratar de contar con el respaldo de algunos líderes europeos de extrema derecha, específicamente la primera ministra italiana Giorgia Meloni, quien se ha abierto camino desde una posición marginal hacia otra dominante, algo por la que se considera claramente como líder, o lideresa, más relevante que cualquier otro dirigente nacionalista en Europa occidental.
Los analistas ven en el ascenso de Meloni un modelo de cómo la extrema derecha puede llegar al poder. En Italia, el centro-derecha se vació y su lugar fue ocupado por un partido que remonta sus orígenes al neofascismo tras la Segunda Guerra Mundial. Su éxito puede deberse a que se ha mantenido a distancia de supuestos compañeros de viaje como Le Pen quien, a su vez, ha rechazado a sus homólogos de línea dura en el partido alemán AfD.
Puede identificarse la probable tendencia de la política europea, si se toma como referencia el espacio donde estos partidos coinciden: el escepticismo en torno a políticas climáticas y, principalmente la inmigración, que, junto con la identidad nacional y el islam, donde convergen con el centro-derecha. En este sentido, una opinión preponderante en Europa es que, tras las elecciones, el nuevo centro de poder no estará en la extrema derecha, sino en la “derecha del centro-derecha” del Partido Popular Europeo de Von der Leyen, quien aprovechará las presiones ejercidas por Meloni y otros para impulsar su poder más a la derecha, particularmente en temas como el medio ambiente, el género y la sexualidad y la inmigración.
No es cuestión de voluntad sino de realidad. La percepción es que Europa está perdiendo su importancia en un contexto global que cambia rápidamente. La impresión es que el continente está cada vez más comprometido con y desde los intereses estadounidenses, lo que reduce su autonomía y, consecuentemente, su competitividad. Por su parte, Rusia está girando hacia Asia y África, regiones que considera más prometedoras para la cooperación y el crecimiento futuros. La asociación ruso-china ejemplifica este cambio y subraya una visión compartida de un orden mundial multipolar. Progresivamente el centro de gravedad global se sigue desplazando hacia el Indo-Pacífico, la dinámica de las relaciones internacionales se está redefiniendo y Europa se percibe en un segundo plano en estos procesos transformadores.
El futuro de Europa es cuestión de geopolítica, no de partidos políticos: difícil tesitura.