Opinión

Juego de Tronos entre París, Rabat y Argel

photo_camera Emmanuel Macron, President of France, and Mohamed VI, King of Morocco

En política, como en economía y en la vida real, nada es lo que parece. Estamos inmersos en un gigantesco teatro de sombras chinescas, en el que las cosas no son lo que semejan. Trasladado a la asignatura de las relaciones internacionales, significa que no hay que ser crédulo sobre lo que nos ponen ante los ojos. El novelista Mark Twain decía: “Conoce primero los hechos y luego distorsiónalos cuanto quieras”. 

El triángulo París-Argel-Rabat se ha convertido en un verdadero Juego de Tronos en el que cada vértice quiere imponerse sobre los otros dos, quiere ganarles la partida y derrotarles. Pero los tres son ineluctablemente interdependientes. 

La cuestión del Sáhara es muy sensible para Argel, y la decisión del partido del presidente Macron de abrir una oficina en Dajla, es considerada como una provocación de Francia, estima el analista Hasni Abidi, que cree que hay una corriente anti-argelina en el seno del partido presidencial francés, que quiere mantener la tensión entre los dos países.

La realidad es en cambio algo diferente. En primer lugar, la prometida oficina del movimiento de Macron aún no está abierta, y no es seguro que el presidente, por muy amigo que sea de Marruecos y del rey Mohamed VI, dé el visto bueno. 

Mohamed VI, rey de Marruecos

En la misma línea se pronuncia el embajador argelino en París, Mohamed Antar Daoud, quien piensa que hay lobbys que actúan para impedir un entendimiento cordial entre Argelia y Francia, que tendría, según el diplomático, un porvenir radiante. La realidad de nuevo es algo más amarga, y el embajador de Argel, por razones inexplicadas, no ha presentado aún sus cartas credenciales en el Eliseo, a pesar de llevar ocho meses en el cargo. 

Las relaciones entre París y Argel rozan el misterio inextricable. El régimen militar imperante en las exprovincias francesas de África del norte, ha anulado  sorpresivamente in extremis , la visita oficial del primer ministro galo Jean Castex a Argel, y hace decir a los medias oficiosos que la culpa es de París porque apoya la rebelión popular argelina que exige un cambio de régimen desde hace dos años, conocida como Hirak, y da cobijo a minúsculos movimientos de oposición, como el del independentista kabil Ferhat, o la asociación de derechos humanos Al-Karama y su brazo político Rachad que tiene su sede en Ginebra. Argel insinúa que París quería aprovechar este viaje de su jefe de Gobierno para invadir mediáticamente el país con una armada periodística, para enredar en los derechos humanos y en la revuelta popular. Algo inimaginable para quien conozca Argelia, donde la prensa extranjera está atada de pies y manos. 

Pero, curiosamente, mientras en el campo político estallan balas de fogueo por todas partes, en el militar las relaciones entre París y Argel se intensifican considerablemente. El periódico argelino Le Quotidien d’Oran, afirma que París ha solicitado la ayuda de Argel en la crisis regional en el Sahel. 

Esa parece haber sido la razón principal del viaje efectuado el 8 de abril pasado por el jefe de Estado mayor de los Ejércitos franceses, general François Lecointre, a Argel para discutir cara a cara con el jefe de Estado mayor argelino general Said Chengriha. Nunca antes el primer responsable de facto del mando operativo de los Ejércitos galos había viajado a Argel. En el menú del encuentro, como se dice entre los entendidos de ambas orillas, el Sahel, con los polvorines de Níger y Mali, Libia, las secuelas del polígono nuclear galo en Argelia, y el fenómeno terrorista en el norte de África. 

Said Chengriha

París querría poner fin honorable a su descarrilada operación Barkhane, continuadora de las anteriores Serval y Epervier, y que en seis años de despliegue de fuerzas conjuntas francesas y de los países del Sahel, con el apoyo de Estados Unidos, del Reino Unido, de Alemania y de España, deja la región peor de cómo estaba cuando intervino militarmente. París quiere replegarse hacia Libia y estudia con Argel el relevo en el Sahel. La operación Takuba, puesta en marcha por Europa hace menos de un año, no tiene visos de prosperar. No es por casualidad que el presidente argelino Tebboune ha hecho aprobar una Constitución modificada, en la que se legaliza por primera vez la intervención militar argelina fuera de sus fronteras. 

Para dorar la píldora del recalentamiento militar, y por ende institucional, entre Argel y París, el poder ha hecho decir a un ministro argelino, El Hachemi Djaaboub, que  Francia es y permanecerá como enemigo tradicional y eterno de Argelia. Declaración destinada a contentar al nacionalismo irredento, mientras en la sombra se engrasan los mecanismos de la cooperación castrense. 

El tema de las pruebas nucleares francesas en el Sáhara argelino es menor. París y Argel pueden llegar a entenderse. Es cuestión de presupuestos. Además, Argel no quiere ahondar mucho en el tema, porque las explosiones francesas se prolongaron hasta 1966, cuatro años después de la Independencia argelina, con el consentimiento del presidente Ben Bella y del ministro de Defensa Huari Bumedien, que le sucedió. 

Un tema éste vinculado al de los archivos franceses. Los militares argelinos quieren legítimamente recuperarlos, pero a condición de que sean ellos los que los manejen. Porque en los archivos de la Guerra de Argelia hay asuntos que Argel no quiere que se aireen, traiciones, ajustes de cuentas, asesinatos sin esclarecer, y topos franceses en la cúspide del poder en Argel. No se trata sólo de la Promoción Lacoste de oficiales y suboficiales argelinos en los ejércitos franceses que entraron al país cuando De Gaulle ya estaba negociando la Independencia, sino de algunos dirigentes políticos que colaboraban con los servicios especiales galos, y que se aliaron con los militares de Lacoste para apartar a los guerrilleros argelinos del futuro Gobierno. Páginas sucias de la Historia que aún permanecerán ocultas.

Abdelmadjid Tebboune

En el trasfondo de las negociaciones militares franco-argelinas, está igualmente la pretensión de Argel de que, a cambio de sacarle las castañas del fuego a París en Mali, la exmetrópoli les conceda el mismo trato que al mariscal Al-Sisi de Egipto, con el que Francia está en luna de miel, y no le pide respeto a los derechos humanos y las libertades. Los servicios secretos argelinos, verdadero pulmón del poder, quieren que Francia firme un acuerdo global militar y de seguridad, en contrapartida a los enormes esfuerzos consentidos por Argelia, dixit Said Chengriha, para la estabilidad en el espacio del Mediterráneo occidental. 

Desde Rabat se sigue al detalle la pieza teatral de sombras chinescas, sabiendo que Emmanuel Macron no podrá emular a Donald Trump y reconocer la soberanía marroquí sobre el Sáhara. A Mohamed VI le basta con que lo hagan los Estados Unidos, que son la pieza clave en el tablero. Al fin y a la postre los subordinados de la Casa Blanca en la OTAN acabarán por seguir los pasos del ‘diktat washingtoniano’.

Las cosas siguen sin ser lo que parecen. Hay quien llega a suponer que existe una especie de reparto de funciones entre Rabat y Argel, y entre los Ejércitos de ambos vecinos, que va más allá del problema de segundo orden que significa la cuestión del Sáhara, por la que nunca llegarán a abrir hostilidades. Los estrategas franceses y estadounidenses estarían de acuerdo en que, al abrigo de un rearme excepcional de los dos pivotes del Magreb, Marruecos se ocupe de la fachada atlántica y del eje EEUU-Europa-África a través de España y del estrecho de Gibraltar; mientras que Argelia centraría su función en garantizar el acceso europeo y estadounidense al Sahel y en estabilizar el polvorín libio, chadiano  y sudanés. 

Oculto tras el escenario apocalíptico de la pandemia, hay en curso una restructuración del orden mundial y sus consecuentes cambios geopolíticos, entre los que se sitúa el particular Juego de Tronos con París, Argel y Rabat como protagonistas.