Úrsula encuentra la brújula
Así lo ha hecho la presidente de la Comisión Europea, la alemana Úrsula Von der Leyen, al anunciar los grandes proyectos de su Colegio de Comisarios para restablecer la competitividad perdida de la UE.
El conjunto de medidas diseñado por el gobierno comunitario lo ha bautizado la propia Von der Leyen como “brújula de la competitividad”, que ella misma señala como la traducción a proyectos concretos de los informes redactados por los antiguos presidentes del Gobierno de Italia Enrico Letta y Mario Draghi.
Si la UE se había ufanado en el pasado de haberse convertido en la campeona mundial de la regulación, ahora se ha percatado de que ese afán regulatorio se ha convertido en un asfixiante corsé que ha impedido en gran medida no sólo el progreso de la innovación europea, sino que también ha facilitado a sus competidores sobrepasar, cuando no devorar literalmente, a las empresas del denominado Viejo Continente. Todo ello ha desembocado en una descomunal carga administrativa para los empresarios y corporaciones, rémora denunciada por Draghi, culpable a su juicio del retraso europeo tanto en crecimiento como en productividad, y que ahora la Comisión se propone “simplificar” de inmediato. Según la presidente de la Comisión, el primer paquete de medidas simplificadoras, además de un catálogo de ayudas a la industria, serán presentados antes de que concluya el próximo mes de febrero. En definitiva, la brújula de Úrsula apunta a que la UE reencuentre el camino de la innovación. Una recuperación que se promete ardua, toda vez que la velocidad de carrera impuesta por el duopolio chino-estadounidense ha permitido a las empresas de ambos colosos poner mucha tierra de por medio.
Aunque Von der Leyen se esfuerza en recalcar que tal simplificación no afectará al denominado Pacto Verde y a los objetivos de descarbonización fijados para 2050, cabe augurar que las durísimas exigencias legislativas medioambientales serán forzosamente aligeradas. Regocijo, por lo tanto, de agricultores e industriales que hayan capeado las amenazas de ruina de sus negocios, y cabreo monumental de los ecologistas, que ya denuncian el desmantelamiento en mayor o menor medida de la arquitectura medioambiental europea.
En la hoja de ruta esbozada también se apunta a la manida independencia energética, manteniendo la ambición por un mayor desarrollo de las fuentes renovables, además de apostar por la nuclear, una vez constatado el fracaso que la locomotora europea, es decir Alemania, se ha gripado tras aquella decisión de la canciller Angela Merkel, tan histórica como económicamente desastrosa, de suprimir de golpe las centrales de la que es todavía una de las fuentes de energía más baratas, constantes y seguras.
Aligerar las pesadas reglas de la competencia y la consolidación del mercado único son los otros dos grandes rubros que la Comisión acomete, haciendo caso a las recomendaciones de Letta y Draghi. Este último achacaba la falta de verdaderos campeones europeos en los sectores más punteros a la extrema rigidez de la reglamentación para evaluar las fusiones, recomendando que se tuvieran en cuenta los efectos benéficos que se derivan en materia de innovación gracias precisamente a la unión o absorción de empresas intraeuropeas. Parece que la Comisión va a hacerle caso, puesto que se apresta a redactar nuevas directrices, obviamente menos rígidas, para evaluar los procesos de fusión de compañías o grupos empresariales.
En cuanto al mercado único, que el pasado 1 de enero cumplió los 32 años de su entrada en vigor, la Comisión pretende darle un nuevo impulso, favoreciendo especialmente las alianzas internacionales múltiples, que garanticen tanto el abastecimiento seguro, constante y a mejores precios de materias primas de carácter estratégico. A este respecto, si bien es cierto que en los más de tres decenios de mercado único se han creado colosos europeos en las industrias aeronáutica, química y automovilística, aún no ha sido posible hacerlo en terrenos tan determinantes como las telecomunicaciones, la energía o la defensa, merced a la cerrada defensa de los respectivos intereses nacionales. Teniendo buen cuidado de no pisar precisamente esos callos nacionalistas, la Comisión subraya la necesidad de “suprimir las barreras y obstáculos que aún impiden la creación de tales gigantes, lo que, al tiempo que profundizará y ampliará el mercado único, contribuirá a la mayor competitividad europea en todas sus dimensiones”.
A resaltar asimismo la voluntad del vicepresidente de la Comisión para la Prosperidad y la Estrategia Industrial, el francés Stephane Sejourné, de acortar los plazos y requisitos para la reapertura y exploración de las minas de metales raros en Europa. Las mayores facilidades en la obtención de permisos -ya se acumulan sobre su mesa de trabajo 170 peticiones- deberían reducir la dependencia europea, especialmente de China, actualmente el principal poseedor de tierras raras, por lo tanto, el mayor productor y exportador del mundo de estos metales. En esa generalización de Sejourné, los oídos más finos creyeron adivinar una alusión implícita a la isla danesa de Groenlandia.
Va de suyo que aligerar el pesado fardo regulatorio europeo implica también la siempre pospuesta revisión de los tratados europeos. Una tarea que ya no se puede continuar retrasando con parches más o menos frágiles. Habrá que agradecerle al presidente Trump su agresivo descaro puesto que parece que Europa se despierta de su letargo, y haber facilitado con sus amenazas que Úrsula haya encontrado la brújula que marque el rumbo del renacer europeo.