La filosofía de las enseñanzas del Islam (20)
Nos adentraremos en esta entrega versando sobre la segunda consideración de esta serie de entregas: cuál es el estado del hombre después de la muerte según las enseñanzas del Sagrado Corán (ver la primera entrega donde describimos el índice y la secuencia de estas entregas: https://www.atalayar.com/opinion/qamar-fazal/la-filosofia-de-las-ensenanzas-del-islam/20230425163940184001.html )
El estado del hombre después de la muerte no es un estado nuevo, sino que su condición en esta vida se manifiesta más claramente en la vida ultraterrena. La verdadera condición de una persona con respecto a sus creencias y acciones honradas o malas en esta vida, permanece oculta dentro de él, y su veneno o antídoto afecta secretamente a su ser. En la vida después de la muerte, no será así; todo se manifestará abiertamente. Se experimenta una muestra de esto en los sueños. El estado predominante del cuerpo del durmiente se manifiesta en sus sueños. Cuando el hombre padece de fiebre alta, suele ver en sus sueños fuegos y llamas, y cuando padece la gripe o un fuerte resfriado sueña que se halla en el agua. De este modo, todas las enfermedades que el cuerpo atraviesa se hacen visibles en los sueños. Del mismo modo actúa Dios con respecto a la otra vida. De la misma forma que un sueño da a nuestra condición espiritual una forma física, lo mismo sucederá en la otra vida. Nuestras acciones y sus consecuencias se manifestarán físicamente en la otra vida, y todo lo que llevamos oculto por dentro en esta vida, se manifestará abiertamente en nuestros rostros en la otra vida. En los sueños, una persona observa diversos tipos de manifestaciones, pero no es consciente de que se trata solamente de manifestaciones, y las considera realidades; en la otra vida sucederá lo mismo. A través de estas manifestaciones, Dios mostrará un nuevo poder perfecto. Sería muy acertado considerar las condiciones de la otra vida no como manifestaciones sino como una nueva creación realizada por el poder divino. Dios dice:
“Y no hay alma que sea consciente de la alegría para los ojos que se les reserva como recompensa por sus buenas obras” (32:18).
Aquí Dios describe todas estas mercedes como ocultas, incomparables con lo que se puede hallar en este mundo. Es evidente que las mercedes de este mundo no nos están ocultas, y estamos familiarizados con la leche, las granadas y las uvas que comemos aquí. Esto demuestra que las mercedes de la otra vida son distintas, y no tienen nada en común con las bondades de esta vida, a excepción del nombre. El que considera las condiciones del Paraíso en términos de las condiciones de esta vida, no comprende en absoluto el Santo Corán.
Interpretando el versículo que acabamos de citar, nuestro señor y amo el Santo Profeta Muhammad (lpbD) dijo que el cielo y sus bendiciones son algo que los ojos no han visto, ni los oídos han escuchado, ni ha sido concebido por la mente humana; mientras que vemos las bendiciones de este mundo, las oímos, y las imaginamos en nuestra mente. Ahora bien, cuando Dios y Su Profeta (lpbD) las describen como algo extraño, nos alejaríamos totalmente del Santo Corán si imagináramos que en el cielo se nos diera la misma leche que en esta vida obtenemos de las vacas y búfalos, como si se mantuvieran en el cielo rebaños de vacas lecheras, o que hubiera en los árboles innumerables colmenas celestiales, de las que los ángeles sacaran miel para verterla en los arroyos. ¿Concuerdan tales conceptos con las enseñanzas que nos describen que estas bendiciones nunca han sido vistas en este mundo, y que iluminan las almas, aumentan nuestra comprensión de Dios y proporcionan alimento espiritual? Se describen en términos físicos, pero también se dice que su origen es el alma y su rectitud.
Que nadie suponga que el versículo del Santo Corán citado a continuación indica que los moradores del Paraíso, al observar dichas bendiciones, las reconocerán por haberlas disfrutado en la otra vida, como dice Al-lah el Glorioso:
Y anuncia la buena nueva a los que creen y hacen buenas obras, que para ellos hay Jardines bajo los cuales corren arroyos. Cada vez que reciban una parte de los frutos producidos en ellos dirán: “esto es lo que se nos había dado antes”, porque encontrarán que estas frutas se asemejan a las que ya probaron” (2:26).
De las palabras de este versículo no se ha de deducir que al contemplar las bendiciones del Paraíso, los moradores de éste descubrirán que son las mismas bendiciones que ya se les había otorgado en la vida anterior. Esto sería una gran equivocación, y una interpretación errónea del significado del versículo. Lo que dice Dios Exaltado es que aquellos que creen y hacen buenas obras construyen con sus propias manos un Paraíso cuyos árboles son la fe, y cuyos arroyos son las buenas obras. En la otra vida también comerán de los frutos de este Paraíso, sólo que estos frutos serán más dulces y más manifiestos. Ya que habrán comido espiritualmente de estos frutos en este mundo, los reconocerán en la otra vida, y exclamarán: “Estos parecen ser los mismos frutos que ya hemos comido”, y encontrarán que estos frutos se parecen a los que ya habían degustado en este mundo. Este versículo proclama con claridad que aquellos que en esta vida se alimentaron del amor de Dios, recibirán los mismos alimentos en forma física en la otra vida. Puesto que ya habrán probado en esta vida los deleites del amor, y por lo tanto los recordarán, sus almas también recordarán la época en la que pensaban en el Verdadero Amado en los rincones, en la soledad y en la oscuridad de la noche, y experimentaban sus deleites.
En resumen, en este versículo no se mencionan alimentos materiales. Y si alguien objetara que estos alimentos espirituales ya habían sido probados por los hombres virtuosos en este mundo, y que por lo tanto no se puede decir que se trata de una bendición jamás vista ni oída en este mundo, ni jamás imaginada por la mente humana, la respuesta sería que no existe ninguna contradicción, porque este versículo no significa que a los moradores del Paraíso se les otorga las bendiciones de este mundo. Lo que ellos reciben en este mundo, a través de la comprensión de la Divinidad, son bendiciones de la otra vida, de las que ellos reciben una muestra para estimular su afán de entrar en el Paraíso.
Se ha de tener en cuenta que la persona divina no pertenece a este mundo, y por esta razón el mundo la odia. Pertenece a los cielos, y recibe bendiciones celestiales. El hombre de este mundo recibe favores mundanales, y el hombre de los cielos recibe gracias celestiales. Por lo tanto, es verdad que estas bendiciones están ocultas a los oídos, corazones y ojos de los hombres de este mundo; pero aquél cuya vida mundanal llega a su fin, y que bebe de la copa espiritual de la que en la otra vida beberá de forma física, recordará haber bebido de ella en su vida anterior. También es verdad que considerará que estas bendiciones están ocultas a los oídos, corazones y ojos de los hombres de este mundo. Puesto que estaba en el mundo aunque no era del mundo, también dará testimonio de que las bondades del cielo no son de este mundo, y que él no ve tales bendiciones en el mundo, ni las percibe con su oído o con su mente. Percibió una muestra de las bendiciones de la otra vida, bendiciones que no eran de este mundo, sino un presagio del mundo venidero, con el que él tenía relación, pero que no tenía conexión con la vida de este mundo.
(lpbD) – la paz y las bendiciones de Dios sean con él.
(Continuaremos en la siguiente entrega, la número 21, sobre tres percepciones coránicas con respecto a la Otra Vida).