
Corren aires de fronda en el continente europeo solo que esta vez no son los ciudadanos los que se rebelan contra el Monarca, sino que son los propios Estados Miembros los que parecen que se están preparando para una disputa interna bajo el seno de una Unión Europea afligida y desvalida de recursos para hacer frente a esta crisis. Afortunadamente todavía no podemos hablar de una rebelión contra Bruselas pues las derivas adoptadas por Polonia y por Hungría no se han extendido por el resto de la Unión. Sin embargo, lo que si es evidente es que no solo la pandemia saca a relucir los ocultos intereses nacionales de cada Estado, sino que cada crisis a la que se enfrenta la Unión Europea sirve como muestrario para terceros de las debilidades de la Unión. Ver cómo Macron utiliza la presidencia de la Unión para hacer campaña electoral de cara a sus elecciones presidenciales, así como Alemania adoptando una postura ambivalente con respecto a Rusia en la actualidad son claros ejemplos de ello.
Esto nos hace pensar que las probabilidades de que la Unión Europea salga reforzada de esta crisis son escasas, a pesar de que este debería de ser el desarrollo natural de las cosas. Esta crisis nos revela una paradoja producto del esoterismo de las democracias occidentales. Vemos que el mensaje que se envía desde Moscú es claro y rotundo, vemos a un Vladimir Putin que ha dejado clara su postura: es inadmisible para los intereses rusos un acercamiento de la OTAN a un país como Ucrania. Mientras tanto, en suelo europeo los mensajes son contradictorios, se habla de sanciones y de consecuencias nefastas para la economía rusa -como si esto fuese lo único que importase- pero no dejan de ser nada más que eso, amenazas vacuas, porque los efectivos rusos no se han desmovilizado de la frontera.
La cuestión sería la siguiente, si llevamos sabiendo desde diciembre que Rusia está enviando tropas a la frontera y que existe un posible riesgo de invasión, ¿qué razones podemos aducir para explicar el motivo por el cual todavía Estados Unidos y la Unión Europea todavía se reúnen para debatir las posibles sanciones en caso de una invasión rusa de Ucrania? ¿es esto parte de una estrategia para la gestión de la crisis? ¿o es que realmente no hay nada acordado? Bien es cierto que Estados Unidos sí que se ha pronunciado a través de la retirada de los bancos rusos del sistema ZWIFT o a través de restricciones relativas a los productos tecnológicos, tal y como ocurrió con Huawei en su momento. Pero al mismo tiempo, Estados Unidos tiene una posición privilegiada por la distancia geográfica y su independencia energética, la cual no sería suficiente para contrarrestar un corte del suministro ruso del gas por muchos barcos y reservas que se pongan a disposición de Europa.
Además, el escenario internacional ha cambiado, y, del mismo modo que China desarrolló su propio sistema operativo tras las sanciones de Estados Unidos, Rusia podría acudir a otros mercados para suplir las carencias producidas por las sanciones transatlánticas. Si China, Rusia e Irán han hecho durante esta semana maniobras conjuntas en el Golfo de Omán, nada les impide comenzar a colaborar entre ellas en otras dimensiones para soportar las sanciones que la triada EE. UU -OTAN- UE puedan imponer. Y es que la triada occidental se encuentra en crisis dentro de dos de sus polos. Todo esto no es nuevo, pero sus efectos aparecen en los momentos de mayor necesidad.
El disenso que existe en la OTAN y en la Unión Europea podríamos decir que se encuentra encabezado por la postura que Alemania está adoptando en relación Rusia. Alemania, debido a su pasado y al nuevo rol que quiere jugar dentro de la política internacional, se ha caracterizado por una firme postura de apoyo a la no proliferación y al desarme. Progresivamente, ha ido cerrando sus centrales nucleares -en la actualidad solo quedan tres y está por ver si un repentino corte del suministro del gas ruso hace que su cierre se prolongue- y se ha opuesto al envío de armamento a Ucrania. Incluso denegó el acceso al espacio aéreo alemán a un avión del ejército británico que transportaba armamento a Ucrania. Mas el principal problema que asola a la Unión Europea y a la OTAN no es que Alemania esté adoptando una postura ambigua a los intereses “lógicos” de sus aliados, sino es que dentro de la primera potencia europea no existe consenso sobre cómo abordar esta crisis, lo cual hemos podido ver gracias al cese del comandante de la Armada alemana que consideraba a Rusia como un aliado natural.
Todo esto nos lleva a la conclusión de que lo que pase en suelo europeo debe de ser gestionado por Europa y no por terceros. En el eventual e improbable, aunque nada es descartable, conflicto de alta intensidad en Ucrania, ¿cómo se afrontaría una nueva ola de refugiados, el talón de Aquiles de Europa? Ya no hay otra Turquía a quién proveer de fondos para que haga de tapón. Mientras Putin espera y demanda, los líderes europeos siguen sumidos en conversaciones sobre el futuro incierto de Ucrania y de Europa. No se trata de alabar la unilateralidad rusa, sino de plantearnos que algunos de los mecanismos de decisión de la UE y de la OTAN a fuerza de ser democráticos, se convierten en auténticos obstáculos para nuestros propios intereses.