Opinión

Islamabad se asoma al abismo

Santiago Mondéjar

Pie de foto: El primer ministro pakistaní Imran Khan pronuncia un discurso en la ceremonia de apertura del segundo Foro sobre el Cinturón y la Carretera en Beijing, China, el 26 de abril de 2019. REUTERS/FLORENCE LO

En la jerga de los economistas, un cisne negro hace referencia a un suceso que acarrea un impacto considerable tras ocurrir de manera inesperada. Revisando la situación financiera de Pakistán, y la dirección a la se está dirigiendo su economía, lo que pase en el país en el futuro próximo tiene ostensiblemente más de negro de que de cisne. Pakistán ha hecho de la disfuncionalidad política una forma de gobierno, lo que está empujando al país a una nueva bancarrota y a una intensificación de lasturbulenciasinternas, lo que, como en ocasiones anteriores, forzará su rescate por parte de terceros,  para evitar males mayores.

Y ello es así porque en el centro de los problemas de Pakistán se encuentra el dominio desmesurado del Ejército sobre la política del país, tanto nacional como internacional. El gasto exigido por el ejército, tanto en su arsenal nuclear, como en fondos opacos destinados a atentar mediante grupos terroristas interpuestos en Afganistány la India, ahoga las finanzas paquistaníes, sin contribuir un ápice a la economía productiva de un  país que cuenta con una población de 210 millones de habitantes, la mayor parte de los cuales vive precariamente. 

Tras décadas controlando el poder directamente, el Gobierno militar llevó a cabo una suerte de autogolpe judicial que puso al frente de Tribunal Supremoa un presidente que facilitó el ascenso al poder del primer ministro Imran Khan en las elecciones de 2018, quien se comprometió públicamente a llevar a cabo reformas para la transformación social y económicade Pakistán, lo que le ha puesto en curso de colisión con los intereses de las oligarquías tradicionales, haciendo las reformas inviables.

En la práctica, esto significa priorizar los intereses del establishment sobre los de las clases media, haciendo el país virtualmente ingobernable. Esta fragilidad de base ha llevado a Imran Khana una entente tácita con el ejército, que tiene consecuencias profundas para los destinos del país. Una de ellas es la gravitación en torno a China -inducida por las élites militares- en detrimento de EEUU. Con toda probabilidad, será China quien rescate a Pakistán en esta ocasión, en lugar del FMI, aún a pesar de la reluctancia de Beijing a involucrase más en los asuntos de Islamabad. 

Y esto es algo que posiblemente ocurra antes de lo que muchos esperan. Las perspectivas económicas de Pakistán -país en el que apenas el 1 % de la población paga impuestos- son francamente deprimentes. Sin inversión extranjera directa, con una balanza de pagos radicalmente desequilibrada, una inflación estratosférica, unos onerosos repagos de deuda externa al alza, y careciendo de un sector industrial adecuado, el fantasma de la insolvencia se cierne sobre Imran Khan, sin que éste disponga de herramientas fiscales para revertir la situación, toda vez que la masiva depreciación de la rupiano ha dado como fruto aumento alguno de las exportaciones pakistaníes.

Incluso si Imran Khan, bajo una presión insostenible de los militares, trata de dar la espalda a China buscando de nuevo el favor de Washington -por ejemplo presentándose como un aliado estratégico en la contención de Irán- la magnitud del gasto chino en Pakistán es tal, que Beijing no puede desamortizar sus inversiones en proyectos nucleares ni ceder la ventaja estratégica que le ha ganado a EEUU sin presentar una batalla en la que quien más tiene que perder es Islamabad. Por otra parte, sería difícil para EEUU, profundamente comprometido con una política de desnuclearización en Irán y Corea del Norte, apoyar ahora a Pakistán sin exigir el pago de peajes. Recordemos que Osama Bin Laden fue neutralizado por tropas de élite norteamericanas cuando se encontraba protegido en Pakistán por los militares de este país.

La coyuntura económica pakistaní es tan sombría, que no cabe descartar que una quiebra técnica desate una crisis sistémica de tal gravedad que lo aboque a ser un Estado fallido, lo que podría inducir a la jerarquía militar que controla la política del país a desviar la atención interna enzarzándose en acciones bélicas transfronterizas cuyos riesgos intrínsecos es innecesario resaltar.