Irán enfrenta tensiones internas que prevén una intensificación de la represión estatal
El último enfrentamiento con Israel visibilizó las debilidades del régimen de la República Islámica de Irán y es considerado como un fracaso militar y de seguridad. Además, ha sufrido efectos en su popularidad y en su poder de movilización social, incrementados por las tensiones étnicas que sufre la nación y la persecución a determinadas minorías, como los kurdos.
El conflicto de 12 días de junio de este 2025 entre Irán e Israel no se regionalizó totalmente, pero sí fue el punto de inflexión más significativo en el panorama político actual de Oriente Medio y de Irán. En otras ocasiones el país iraní ya se ha introducido en conflictos directos, pero nunca lo había realizado con las debilidades internas militares y sociales presentes, donde persiste la división interna y la separación del pueblo. Un precedente fundamental es la guerra entre Irak e Irán en los años 1980 cuando todo el Estado se movilizó por la defensa nacional y el apoyo popular no era una problemática.
Joe Aditungi, un investigador de los asuntos de grupos étnicos, publicó un informe donde afirmaba que varios iraníes de comunidades históricamente marginadas consideraron a la disputa con Israel como una nueva campaña de instituir poder y defender su ideología, más que como una lucha para preservar los intereses y la soberanía del país. Aditungi añade que nos encontramos ante el Irán más vulnerable desde la revolución iraní de 1979, con una popularidad disminuida progresivamente con los ataques israelíes-estadounidenses y donde la lucha revolucionaria, la protección de la ideología chií y la propaganda antioccidental ya no presentan la misma fortaleza que en el pasado.
Teherán siempre ha mantenido una narrativa fuerte apoyada en que su Gobierno enfrenta al bloque de Estados Unidos e Israel y defiende la causa musulmana y el mundo islámico en su máxima expresión. Su discurso político y religioso lo ha ayudado a justificar su gasto militar y la expansión de su programa nuclear, con ayuda de los medios oficiales y las milicias regionales aliadas. No obstante, la solidez de su narrativa se erosiona y los líderes iraníes ya no gozan de la misma unidad interna que permitía las injerencias externas en otras naciones, lo que se extiende al mermado apoyo del resto de chiíes del Líbano, Irak y Yemen.
La propaganda que sitúa a Israel como enemigo existencial de la nación ha reducido su impacto, destacadamente entre el sector de los más jóvenes que se inclinan a una formación en los derechos humanos alejada de las líneas de actuación del régimen. El poder duro iraní también se ha minimizado a causa de la pérdida de altos cargos, la destrucción de su infraestructura militar y las intrusiones en los servicios de seguridad e inteligencia.
Una encuesta del Ministerio de Cultura de Irán en 2024 demostró que el 90 % de los iraníes se encuentran insatisfechos con la situación del país y los procesos políticos. Se parte también de que la tasa de participación en las últimas elecciones de noviembre de 2024 no llegó a superar el 40 %.
Los ciudadanos responsabilizan a los líderes responsables de la toma de decisiones de la destrucción de la nación. Como respuesta, el Gobierno respondió como era previsible y ha procedido a intensificar la opresión para contener la situación. Los medios afirman que, inmediatamente después del conflicto, 700 personas fueron arrestadas por ser acusadas de colaborar con el Mossad, el servicio de inteligencia israelí. Los objetivos centrales de estas actuaciones se han dirigido a las áreas habitadas con una mayoría de minorías étnicas, especialmente las áreas kurdas. Un día después del alto al fuego con Israel, el Gobierno iraní ejecutó a tres trabajadores kurdos por contrabando y no tuvieron acceso a representación legal o a un juicio justo, algo que se mantiene siendo un patrón histórico para mantener el poder.
Aunque el grupo étnico mayoritario de la antigua Persia son los persas, le siguen por orden de presencia los azerbaiyanos y los kurdos y otras grandes representaciones como los árabes y los baluchis. Pese a que muchos grupos étnicos apoyaron la fundación de la República Islámica en 1979 creyendo en un Irán más democrático e inclusivo, la realidad dista de acercarse a esas aspiraciones y se prosiguió a romper el pluralismo, promover el islam chií y defender la identidad persa. Actualmente la resistencia de grupos minoritarios son considerados como actores separatistas y se les estigmatiza como herramientas en manos de Occidente.
El régimen iraní teme un levantamiento interno, especialmente con el deterioro de la economía y de las Fuerzas Armadas. Por ello, se ha recurrido a una de las represiones más violentas de su historia, centralizada en la eliminación de prisioneros políticos y opositores dentro y fuera de Irán. De esta manera, el foco se encuentra en evitar que la oposición se torne en una amenaza real, aunque sus circunstancias de fragilidad dificultan este objetivo. La fragmentación de la oposición y la falta de liderazgo son la herramienta que el régimen emplea para aumentar las divisiones entre iraníes para mantener su influencia en la opinión pública nacional y preservar la idea de enemigos internos.