El presidente burundés muere de un ataque al corazón sin que su política autoritaria haya sido juzgada

La muerte de Nkurunziza, ¿punto de inflexión para Burundi?

AFP/FRANCOIS GUILLOT - Pierre Nkurunziza, presidente de Burundi que ha fallecido este lunes

Apenas tenía 55 años, pero acumulaba ya tres mandatos presidenciales al frente de Burundi. Y tan sólo una clamorosa contestación social le impidió afrontar un cuarto mandato consecutivo. Existen pocas dudas de que se hubiera alzado de nuevo con la victoria en las elecciones presidenciales que tuvieron lugar el 20 de mayo. Pierre Nkurunziza murió este pasado 8 de junio según ha comunicado el gobierno de Burundi, debido a un ataque al corazón tras varios días hospitalizado. Su repentina muerte deja las mismas dudas que su papel al frente del país, pues existen sospechas sobre las causas reales de la muerte del que era todavía, y que habría sido hasta agosto, presidente de Burundi. 

Nkurunziza, que tras su rechazo a presentarse de nuevo a esta última cita electoral había obtenido a cambio el título de Guía Patriótico Supremo Nacional, fue militar -y profesor de gimnasia- antes que político, llegando a estar al frente de las Fuerzas para la Defensa de la Democracia (FDD), uno de los principales grupos rebeldes hutus, a principios de los 2000.

Tras el cese de hostilidades y el acuerdo político con el entonces presidente Domitien Ndayizeye, las FDD se integran en la política burundesa a través del Consejo Nacional para la Defensa de la Democracia (CNDD-FDD). El fin de la guerra civil burundesa, que al igual que en su vecino Ruanda, se trataba de una lucha étnica por el poder político entre hutus y tutsis, llegó con este acuerdo político, que fue refrendado a través de unas nuevas elecciones presidenciales en 2005, en las que Nkurunziza se alza por primera vez con la victoria. 

La hostilidad con la que ha tratado a la oposición política ha sido casi constante durante sus tres legislaturas. Los arrestos de opositores y periodista o la violencia ejercida por milicias vinculadas a los diferentes partidos políticos han estado a la orden del día. Esta violencia es aún visible en el este de la República Democrática del Congo, donde milicias étnicas de los países vecinos siguen manteniendo viva la lucha territorial.

Esta violencia política hace que Nkurunziza afronte su segunda reelección en solitario, pues ningún partido de la oposición se presenta a las elecciones 2010 como protesta. Fue elegido con más del 90% de los votos. El punto de no retorno llega en la reelección posterior. Según el Artículo 97 de la Constitución de Burundi aprobada en 2005, el presidente de la República no puede ejercer más de dos mandatos consecutivos.

El hecho de que se decidiera a participar de nuevo en la carrera electoral, supuso la chispa que terminó de prender un clima social ya contestatario. La decisión del Tribunal Constitucional de permitir la candidatura del líder hutu, con el voto finalmente favorable de seis de los siete magistrados, provocó la huida ante las amenazas del vicepresidente del tribunal, Sylvère Nimpagaratise, a Ruanda. Nkurunziza se acabó presentando -y ganando- a aquellas elecciones, y con ello se produjeron unos enfrentamientos que llevaban algo más de una década sin vivirse en el país.

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La misma elección de Pierre Nkurunziza como candidato del CNDD-FDD provocó fracturas internas en el partido, pues durante los meses anteriores ya hubo intentos de reunificar el Frente por la Democracia de Burundi (FRODEBU), histórico partido hutu, para hacer frente al CNDD-FDD y el autoritarismo de facto que practicaba. Tras esta situación, la decisión de la Corte Constitucional de avalar la tercera carrera electoral y las protestas en las calles que acabaron dejando más de 1.000 muertes y cientos de miles de desplazados, el general Niyombare, que había sido jefe de Estado Mayor de los Ejércitos y director del Servicio Nacional de Inteligencia hasta poco antes, aprovecha la ausencia del presidente de la capital del país para declarar un golpe de Estado el 13 de mayo de 2015. Esta declaración produjo un incremento de los enfrentamientos durante los días siguientes, hasta que apenas dos días después el general se rindió, creando meses después otra de esas milicias presentes en la zona fronteriza entre Burundi y la RDC. 

Tras su nueva y última victoria electoral, y debido en parte por el intento de derrocamiento sufrido, Pierre Nkurunziza se volvió un presidente huidizo y poco proclive a apariciones en público, sobre todo en la capital burundesa, Buyumbura. Se aumentaron las hostilidades contra la oposición política en el país, convirtiéndose en un gobierno absolutamente represivo. Nkurunziza se lanza entonces a desarrollar una reforma constitucional que modificaría parte de los acuerdos alcanzados en Arusha en agosto del 2000 para el fin de la guerra civil burundesa.

Sin embargo, a pesar del éxito del referéndum, que fue aprobado con más del 70% de los votos, el presidente burundés empezaba a acusar la fractura interna del partido y temía no gozar con el apoyo total de su familia política y, sobre todo, de los altos cuadros del ejército del país.

Precisamente por esta situación, se lanzó a la búsqueda de un perfil continuista de su gobierno, no en vano había sido nombrado Guía Supremo del partido. Entre la terna de candidatos había perfiles políticos y militares, pero Nkurunziza se decantó finalmente por Evariste Ndayishimiye, Secretario General del CNDD-FDD, al que presentó en sociedad como candidato a principios de este año.

Sobre la figura de Nkurunziza prenden graves acusaciones, no sólo en el ámbito político, donde la acusación de manipulación electoral, persecución y encarcelamiento de la oposición es una constante, sino también en el ámbito de los derechos humanos, con sospechas de torturas y asesinatos selectivos, algo que algunos medios de comunicación como la BBC han tratado de esclarecer.

Nos quedará la duda de que papel habría tenido en el futuro Burundi bajo liderazgo de su sucesor, la duda de su capacidad de influenciar en la política. Ndayishimiye hereda un país empobrecido y fracturado social y políticamente, con escaso peso y voz en el ámbito internacional y regional y sin demasiados visos de mejora de la situación.

Será además el primer presidente con el nuevo mandato extendido de siete años, tras la reforma constitucional de 2018, por lo que contará con tiempo suficiente para decidir si hacer virar la situación del país o mantener el oscuro legado de su padrino político. La muerte de Nkurunziza lo libera al menos de la carga de su vigilancia e influencia si se decanta por lo primero, serían buenas noticias para Burundi y para la región.

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