El agua se agota en Irán
- Colapso hídrico en Teherán y crisis climática nacional
- Décadas de errores acumulados
- Impacto social: migración, desempleo y protestas
- Infraestructura colapsada y políticas insuficientes
- Tensión con países vecinos y pérdida de influencia regional
Mientras Teherán enfrenta cortes de agua de hasta 48 horas y las temperaturas superan los 50 °C en el sur del país, Irán entra en su quinto año consecutivo de sequía con el 80 % de sus embalses prácticamente vacíos.
Las autoridades advierten que la capital podría quedarse sin agua en cuestión de semanas. La sobreexplotación de acuíferos, la mala gestión hídrica y una infraestructura colapsada han convertido una crisis climática en una amenaza estructural con efectos sociales, económicos y geopolíticos que ya se traducen en migraciones internas, protestas urbanas, tensiones regionales y pérdida de influencia internacional.
Colapso hídrico en Teherán y crisis climática nacional
Irán atraviesa su quinto año consecutivo de sequía severa, en medio del que ha sido uno de los veranos más extremos registrados en el país. La Organización Meteorológica informó de una caída del 40 % en las precipitaciones durante los últimos cuatro meses, en comparación con el promedio de largo plazo. Algunas zonas del sur registraron un índice de calor de 65°C, uno de los valores más altos documentados en la historia de Irán. En Teherán, las temperaturas alcanzaron los 41°C en julio, y los pronósticos prevén que continúen en aumento.
Las consecuencias de esta situación climática se reflejan en el sistema de almacenamiento y distribución de agua. Según el Ministerio de Energía, al menos 19 de las presas más grandes del país tienen menos del 20 % de su capacidad, y el 80 % de los embalses están casi completamente vacíos. Las autoridades de la Compañía de Gestión del Agua de Teherán han confirmado que las reservas en las presas que abastecen a la capital han alcanzado su nivel más bajo en un siglo.
La ciudad, con más de 15 millones de habitantes en su área metropolitana, enfrenta cortes de agua de entre 12 y 48 horas. La presión es tan baja que el agua no llega a los pisos superiores de los edificios. La población ha tenido que recurrir al almacenamiento en tanques, botellas y bidones, y en muchos casos depende de camiones cisterna. Algunos de estos camiones han distribuido agua no potable, proveniente del mar o de fuentes contaminadas.
Para intentar contener el consumo energético - afectado también por la caída en la generación hidroeléctrica -, el Gobierno decretó feriados adicionales y el cierre temporal de oficinas públicas, fábricas y escuelas. Estas medidas, sin embargo, fueron criticadas por su carácter simbólico. Expertos y ciudadanos las consideran una forma de evitar abordar las causas estructurales de la escasez.
El ministro de Energía, Abbas Aliabadi, declaró que el país ha entrado en una fase de “estrés hídrico severo” y se disculpó públicamente por los cortes generalizados. “Varias represas han quedado completamente secas”, afirmó, y advirtió que el suministro normal de agua no podrá restablecerse hasta dentro de al menos dos meses, en caso de que se registren lluvias.
Por su parte, el presidente Masoud Pezeshkian sentenció que “Teherán podría quedarse sin agua en las próximas semanas” si no se toman medidas urgentes. También señaló que no puede descartarse el desplazamiento forzoso de parte de la población capitalina como medida de emergencia si los embalses se vacían completamente.
Décadas de errores acumulados
A pesar de los desafíos climáticos, numerosos expertos coinciden en que la raíz de la crisis actual no es únicamente ambiental, sino también estructural. La sobreexplotación de acuíferos, una política hídrica centrada en megaproyectos ineficaces y el uso irracional del agua en el sector agrícola han generado una presión insostenible sobre los recursos disponibles. Cerca del 90 % del agua dulce del país se destina a la agricultura, y buena parte de ella se desperdicia en métodos de riego ineficientes, no adaptados a la realidad climática actual.
La extracción ilegal de aguas subterráneas ha alcanzado niveles alarmantes. En Teherán, el nivel freático disminuye a un ritmo de 31 centímetros por año, lo que ha generado fenómenos de subsidencia del terreno en varias zonas urbanas. Esta sobreexplotación, sumada a la falta de planificación urbana y rural, ha vaciado cientos de pozos y deteriorado ecosistemas enteros.
Durante años, el Gobierno ha apostado por megaproyectos de trasvase interregional de agua, como el traslado de agua desde el mar Caspio o las represas de provincias del norte hacia Teherán. Estas obras han sido ampliamente cuestionadas por ambientalistas y expertos, que aseguran que no solo no han resuelto el problema, sino que lo han trasladado a otras regiones. Según Benfsha Zahrai, experta en recursos hídricos, estas políticas han producido “desastres ecológicos en Ramin y Mazandarán” y causado “deslizamientos de tierra y desecación de ciudades enteras en el norte”. Zahrai alertó que Teherán está salvándose temporalmente “exportando su sed” al resto del país.
La corrupción institucional también juega un papel en el agravamiento de la crisis. Analistas denuncian que decisiones clave sobre infraestructura y distribución han sido tomadas con criterios políticos o económicos de corto plazo, beneficiando a grupos de poder en lugar de responder a estudios técnicos o sostenibilidad ambiental.
Impacto social: migración, desempleo y protestas
La escasez de agua ha generado consecuencias devastadoras a nivel social. En provincias como Khuzestán, Sistán y Baluchistán, o Fars, miles de agricultores se han visto obligados a abandonar sus tierras por la imposibilidad de regarlas, generando una migración masiva hacia los centros urbanos. Según estimaciones oficiales, más del 70 % de las aldeas rurales en Irán están en riesgo de despoblamiento debido a la falta de agua. Entre 2010 y 2018, el 64 % de la migración interna en el país se atribuyó directamente a la escasez hídrica.
Las consecuencias ya se sienten en las ciudades: aumento del desempleo, presión sobre los servicios públicos, expansión de barrios marginales y tensiones sociales. En julio, ciudadanos de Sabzevar protagonizaron protestas nocturnas frente a edificios gubernamentales gritando: “El agua, la electricidad, la vida es nuestro derecho fundamental”. Estas manifestaciones se repiten en ciudades del norte, centro y suroeste del país, a menudo reprimidas por las fuerzas de seguridad.
En paralelo, el deterioro de la calidad de vida es generalizado. Con cortes eléctricos que se suman a la falta de agua, muchas familias no pueden usar ventiladores ni aire acondicionado, mientras los alimentos se deterioran rápidamente y las enfermedades gastrointestinales aumentan por la mala calidad del agua que se consume. La presión sobre los hospitales también ha crecido, ya que muchos centros de salud no cuentan con suficiente agua para garantizar condiciones higiénicas básicas.
Infraestructura colapsada y políticas insuficientes
El estado actual de la infraestructura de agua y electricidad en Irán es precario. Más del 40 % del agua tratada se pierde por fugas en tuberías defectuosas. A pesar de ello, las inversiones en modernización han sido mínimas. La respuesta del Gobierno ha consistido principalmente en llamados al ahorro, días feriados para reducir el consumo y declaraciones públicas sin un plan estructural detrás.
Mohsen Ardakani, jefe de la Compañía de Agua y Saneamiento de Teherán, reveló que el 70 % de los habitantes consume por encima del límite recomendado de 130 litros diarios, lo que deja entrever tanto un problema de concienciación como de desigualdad en el acceso. La clase alta puede permitirse almacenar o comprar agua embotellada o en camiones cisterna, mientras que los sectores más pobres enfrentan la escasez con recursos limitados.
Hamidreza Khodabakhshi, presidente del Sindicato de Ingenieros Hidráulicos de Juzestán, criticó duramente las políticas del Estado: “Los reiterados llamados a la conservación, sin acciones reales por parte de las autoridades, son una forma de responsabilizar injustamente al ciudadano. El sistema necesita una reforma total, no solo en la gestión del agua, sino en toda la gobernanza energética del país”.
Los mapas de las líneas de transmisión de agua, difundidos recientemente por la televisión estatal, desataron una nueva polémica. Activistas los calificaron como una violación a la seguridad nacional, especialmente en un momento de tensiones regionales con Israel y Estados Unidos. El malestar ciudadano se entrelaza así con el deterioro de la confianza en las instituciones.
Tensión con países vecinos y pérdida de influencia regional
La crisis hídrica en Irán está teniendo efectos más allá de sus fronteras. En primer lugar, ha agravado las tensiones con Afganistán por el uso compartido del río Helmand. Las represas construidas por los talibanes han reducido significativamente el caudal que llega a la provincia iraní de Sistán y Baluchistán, una de las más afectadas por la sequía. Teherán ha acusado reiteradamente a Kabul de incumplir acuerdos bilaterales sobre el reparto del agua. En 2023, esta disputa provocó incluso enfrentamientos armados en la frontera, un episodio que ahora adquiere mayor relevancia ante la escasez extrema de este año.
También existen fricciones internas que tienen repercusión regional. El Gobierno central ha priorizado el abastecimiento de agua a Teherán mediante trasvases desde provincias del norte, alimentando tensiones en regiones periféricas con identidades étnicas o religiosas distintas, como Juzestán (árabe), Kurdistán (kurdo) o Baluchistán (baluchíes suníes). La creciente insatisfacción en estas zonas puede desestabilizar regiones limítrofes con Irak, Turquía o Pakistán, especialmente si se intensifican los movimientos de migración interna o transfronteriza.
Por otro lado, la menor disponibilidad de agua ha obligado a reducir la generación hidroeléctrica, provocando apagones generalizados. Esto impacta la producción industrial y limita el apoyo logístico que Irán presta a aliados como Siria o Líbano, especialmente en un contexto de recuperación tras el reciente conflicto militar con Israel y Estados Unidos. La debilidad energética interna disminuye el margen de maniobra de Teherán en sus alianzas regionales.
Por último, el deterioro ambiental y la escasez de servicios básicos afectan la imagen internacional del régimen iraní, que sigue destinando recursos a programas militares y nucleares mientras no logra garantizar agua potable para parte de su población. Esto debilita su narrativa de autosuficiencia y pone en entredicho su capacidad de gestión frente a la comunidad internacional.