El golfo de Guinea, un problema añadido
En diversas ocasiones hemos llamado la atención sobre lo que está sucediendo en la región del Sahel y en los países del África occidental. Sin embargo, pocas veces se hace referencia a una zona de esa región que es de vital importancia y cuya situación se está degradando a pasos agigantados. Y todo ello con el agravante de que, además de ser una zona que acumula diversos recursos naturales, es un punto clave de diferentes rutas marítimas, pieza fundamental en la economía de los países que la circundan, y es la puerta de entrada al tráfico de drogas que desde el continente americano atraviesa el océano y tierras africanas para llegar a Europa. El área referida y que reúne la combinación de factores perfecta para convertirse en uno de los principales focos de desestabilización es el golfo de Guinea.
Desde un punto de vista geográfico, el golfo de Guinea propiamente dicho se extiende desde Cabo Palmas en Liberia hasta Cabo López en Gabón, abarcando una parte del océano Atlántico Tropical. Sin embargo, su espacio político es mucho mayor, abarcando desde Angola hasta Cabo Verde, considerando parte de esta área geopolítica países que no tienen litoral.
Las particulares condiciones meteorológicas en combinación con las corrientes marinas del Atlántico son el origen de ricas pesquerías estacionales, sobre todo frente a las costas de Costa de Marfil, Ghana, el Congo y Gabón. Además, las islas oceánicas del golfo de Guinea poseen una gran biodiversidad, y los científicos siguen descubriendo nuevas especies tras décadas de exploración.
A la riqueza de sus aguas se unen otros recursos económicos, todo ello en un ambiente con graves problemas de seguridad como la piratería, los secuestros y la pesca ilegal. Esto último afecta gravemente al desarrollo humano de la región, contribuyendo a la pobreza y la inseguridad alimentaria, y generando una cadena de problemáticos mecanismos de supervivencia.
El golfo de Guinea destaca por su importante papel de conexión entre los Estados de la región y el continente africano, así como con el resto del mundo en términos de transporte marítimo y de comercio internacional, que facilita la importación y exportación de bienes y servicios hacia y desde los principales mercados mundiales por vía marítima. Uno de los principales problemas que enfrenta esta actividad que. a priori debería contribuir al desarrollo de la zona, es la debilidad de los marcos normativos nacionales y supranacionales en materia de extracción y exportación, por lo que una región que cuenta con todos los mimbres para alcanzar cotas de desarrollo muy aceptables es víctima de la extracción y exportación ilegal de los recursos de los que depende su bienestar.
Otro aspecto que destaca en la zona es la elevada incidencia de la inseguridad marítima alimentada por los incesantes ataques de piratas que utilizan todo tipo de medios para su actividad ilícita. La repercusión de los delitos marítimos en el golfo de Guinea se materializa no solo en el transporte marítimo, sino que también tiene efectos negativos en la seguridad alimentaria y, en última instancia, en la seguridad regional e internacional. La oleada de inseguridad de inseguridad marítima desde comienzos de la segunda década de este siglo atrajo por un corto periodo de tiempo la atención de los medios de comunicación de todo el mundo, creando lo que parecía un entorno propicio para una acción internacional coordinada. Sin embargo, el interés ha ido decayendo y actualmente, aun siendo un punto clave, está muy lejos de recibir la atención que merece.
La inadecuada gobernanza de la seguridad marítima en la región se atribuye a factores como la corrupción, la falta de confianza y los intereses contrapuestos, que contribuyen a la corrupción sistémica, al florecimiento de organizaciones delictivas y a la desconfianza entre las comunidades y las instituciones estatales. Para lograr un marco que permita avanzar en la gobernanza son necesarias iniciativas que aborden esa corrupción sistémica y que establezcan una verdadera cooperación en el ámbito marítimo, implicando a la sociedad civil y a las comunidades locales, tan importantes en las dinámicas en el continente africano.
Las prioridades contrapuestas, normalmente motivadas por los intereses. personales de los líderes políticos, la falta de visión de futuro y los limitados recursos financieros y humanos, dificultan la asignación de los medios necesarios para mejorar el control y la seguridad del dominio marítimo.
Aproximadamente el veinte por ciento de las capturas pesqueras mundiales proceden de la zona, y esta actividad económica significa oficialmente entre el uno con cinco por ciento y el catorce por ciento del PIB de las naciones costeras. Sólo en Ghana, los medios de subsistencia de dos millones de personas dependen de la pesca. La conclusión es clara, la pesca desempeña un papel fundamental para garantizar la seguridad alimentaria en toda la región. Pero la actividad pesquera no es la única fuente de ingresos. Según el Servicio Europeo de Acción Exterior, diariamente unos 1.500 buques pesqueros, petroleros y cargueros navegan por las aguas del golfo de Guinea.
El golfo de Guinea es un centro de comercio y extracción de minerales que une África, Sudamérica y Europa, y sirve como centro de actividades económicas tanto para los países africanos costeros como para aquellos que no tienen litoral, pues es el punto de salida de materias como la madera, los diamantes, el estaño, el cobalto y toda una pléyade de productos agrícolas. El Golfo también contiene el diez por ciento de las reservas mundiales de petróleo, y en él se ubican los dos principales productores de petróleo de África; hablamos de Nigeria y Angola.
La economía del golfo de Guinea es por tanto de capital importancia para el desarrollo humano de la región, y de la calidad de la gobernanza de los puertos y del entorno marítimo depende la prosperidad de la región.
Durante la segunda década del presente siglo, el golfo de Guinea se convirtió en un problema de seguridad acuciante para la comunidad internacional. La región fue testigo de un aumento de la piratería, los secuestros, los robos a mano armada en el mar, el “bunkering” de petróleo, la pesca ilegal no declarada y no reglamentada, el tráfico de personas y estupefacientes y los delitos contra el medio ambiente. Este problema se vio agravado por una compleja red de intereses políticos y competencia por los recursos naturales, sin que ninguna entidad nacional o supranacional tuviera capacidad de actuación en toda la zona. A pesar de la creencia general, debido a que el foco mediático estaba puesto en las costas de Somalia, en el Golfo se producía el noventa y nueve por ciento de los secuestros marítimos del mundo. Se calcula que la tasa de pesca ilegal no declarada y no reglamentada en el Golfo representaba el treinta y siete por ciento del total de capturas de marisco, la proporción más alta a escala mundial, con graves consecuencias para las pesquerías, los ecosistemas y las economías locales, además de servir de base parar la comisión de delitos transnacionales más amplios.
Esta situación genera una presión en las comunidades costeras se traduce en problemas de seguridad para los países de la región. La mayor parte del pescado que se consume en el continente procede de la pesca artesanal, lo que convierte las amenazas a las comunidades pesqueras en problemas de seguridad alimentaria iniciando una espiral de terribles resultados. La reducción de las poblaciones de peces termina induciendo a los pescadores a recurrir a métodos de pesca ilegal como la pesca con dinamita y la pesca con luces, lo que pone aún más en peligro a las pesquerías. La consecuencia inmediata es la necesidad de buscar otros mecanismos de supervivencia, como la piratería oportunista, el vandalismo en oleoductos y gasoductos, el tráfico de seres humanos o la colaboración con redes de narcotráfico, siendo, como es habitual, los más jóvenes, especialmente susceptibles a estas tentaciones, sin olvidar que ese escenario es el caldo de cultivo perfecto para la implantación y expansión de ideologías radicales.
Es posible que las realidades de las economías políticas regionales no permitan a los Estados hacer frente a todas estas actividades ilícitas de forma directa y eficaz. Las comunidades locales tienen en la pesca su único medio de subsistencia, y los Estados hacen la vista gorda ante ciertas prácticas en la lucha contra la pobreza. Un ejemplo claro lo tenemos en Nigeria, donde en el Delta del Níger las refinerías ilegales proporcionan oportunidades de empleo, ya que requieren mucha mano de obra, y la tolerancia de los Estados hacia esta economía ilícita es tanto práctica como política. Pero de nuevo estamos ante una grave miopía, otro circulo vicioso, pues esto conlleva sus propios problemas: aunque Nigeria tiene importantes reservas de hidrocarburos, los problemas de seguridad y de corrupción sistémica disuaden a los inversores, llegándose a una situación en la que las grandes petroleras se están retirando lentamente de la región.
La amenaza de la piratería en el golfo de Guinea no es un fenómeno nuevo, sino que se remonta a siglos atrás, teniendo su época de apogeo entre los siglos XVI y XIX. Sin embargo, el poder naval de la Marina Real del Imperio Británico y de otros Estados europeos forzaron un declive en las actividades de los piratas a lo largo de la costa. Sin embargo, con el proceso de descolonización, las actividades piratas volvieron a resurgir, y los países ribereños que heredaron unas fuerzas navales pequeñas, débiles y mal entrenadas poco han podido hacer desde entonces en escenarios de crisis económica casi endémica y en un clima político de permanente inestabilidad.
En líneas generales, la incidencia de la violencia contra la gente de mar ha aumentado considerablemente, con ciento cuarenta casos denunciados de secuestro entre 2000 y 2014. A finales de 2021, el cuarenta y tres por ciento de todas las víctimas heridas de ataques piráticos en el mundo procedían del golfo de Guinea, e informes de organismos internacionales sobre piratería global con datos de 2021 indican que en la zona se produjeron cuarenta incidentes de tripulaciones secuestradas, el único donde la tripulación falleció.
Mientras que los piratas somalíes se centran más en el secuestro con la finalidad de ejercer la extorsión, capturando buques y reteniendo su carga y tripulación para obtener dinero de los armadores a cambio de su liberación, los piratas del golfo de Guinea atacan los barcos con el objetivo de robar todos los objetos de valor del buque y de la tripulación. Esto indica estructuras mucho menos organizadas y complejas. El secuestro de miembros de la tripulación rara vez se produce, pero por el contrario tiene la característica de que los niveles de violencia son comparativamente mucho más altos, pues ni los buques en sí mismos, ni la carga ni las tripulaciones significan beneficio alguno; son prescindibles, y eso hace que los piratas de la región sean bastante indiferentes a la hora de garantizar el bienestar de los rehenes.
La tendencia en los últimos años parece haberse mantenido estable o incluso muestra algunos signos de evolucionar a la baja. En el primer trimestre de 2024 se han producido seis incidentes frente a cinco en el mismo periodo de 2023. Pero esto no debe llevarnos a error. La piratería en el golfo de Guinea sigue siendo una seria amenaza, y los datos generales así lo corroboran. Desde 2016 en sus aguas se produce un ataque pirata cada cuatro días y medio. Y la expansión del yihadismo por los países fronterizos no augura nada bueno. La pobreza endémica es un importante catalizador que impulsa a los jóvenes a cometer todo tipo de delitos, la piratería entre ellos. Estos delitos socavan las economías costeras y agotan aún más las ya sobrecargadas arcas de los Estados, afectando incluso a países del interior. Los costes directos, indirectos y de oportunidad que suponen estas actividades provocan graves pérdidas en los Estados de la región, pues también contribuyen al valor perdido por estos en términos de petróleo y bienes robados. Según la investigación llevada a cabo por Chatham House, la escala del robo de petróleo en el Delta del Níger oscila entre 3.000 y 8.000 millones de dólares al año, y este delito se produce principalmente en su tierra o en sus aguas pantanosas y poco profundas.
La volatilidad de las aguas del golfo de Guinea exige que se pongan en marcha iniciativas para hacer frente a todos los retos que supone la situación, y estas han de tomarse en estrecha coordinación con lo que se haga en el Sahel. Ambas son regiones interconectadas, y lo que suceda en cada una de ellas tendrá repercusión en la otra. Es necesaria una visión holística del escenario al que nos enfrentamos. De lo contrario, no se atajará el problema, y no podemos permitirnos cometer los mismos errores una vez más. Nos va demasiado en ello.