Bosnia acusa la falta de integración entre etnias 25 años después de la paz de Dayton

Bosnia-Herzegovina afronta la próxima década con la esperanza de poder cerrar, finalmente, las heridas que arrastra desde su guerra civil. La exrepública yugoslava, cuya población se divide entre serbobosnios ortodoxos, bosniacos musulmanes y bosnio-croatas católicos, cuenta tan sólo con un 4% de matrimonios mixtos, de acuerdo con las últimas cifras oficiales. Semejante panorama revela la falta de integración interétnica en un Estado aún monitorizado por la comunidad internacional.
El conflicto armado bosnio dejó un balance de más de 100.000 muertos y aproximadamente dos millones de desplazados. Antes del estallido de los combates, una Bosnia integrada en la República Federal Yugoslava de Tito, celebró sus Juegos Olímpicos de Invierno en 1984 y presentaba un mapa de convivencia social bien diferente. Con la muerte del dictador, la disolución de la Liga Comunista y el sistema de presidencia rotatoria fallido, se dispararon las tensiones entre las comunidades y se precipitó la escalada de violencia. Después de tres años de guerra y tras una concatenación de planes de paz fallidos, en 1995 se firmaron los Acuerdos de Dayton (Ohio, Estados Unidos) entre las partes contendientes y ante la atenta mirada del presidente norteamericano, Bill Clinton.
25 años después de ratificarse la paz, Bosnia ha acogido numerosas misiones multinacionales —de las que España siempre ha formado parte— para tratar de reestablecer la normalidad de un país devastado a todos los niveles. Si bien Bosnia atraviesa, hoy en día, un periodo de calma y relativa normalidad institucional, la segregación étnica por motivos culturales y religiosos permanece presente en el ideario colectivo de sus habitantes. Pese a que las tres facciones enfrentadas aceptaron las condiciones impuestas por el armisticio, el reparto territorial no satisfizo plenamente a ninguno de los bandos.
En este sentido, el sistema educativo bosnio no favorece especialmente la normalización de la convivencia. A medida que los alumnos avanzan en sus estudios, deben elegir sus preferencias de educación religiosa, que mantiene una separación continua durante este ciclo. Esta distinción se extiende también al ámbito profesional, puesto que los ciudadanos bosnios, generalmente, deben señalar su preferencia étnica-nacional cuando se presentan a una oportunidad laboral. No obstante, existe una alternativa. En los casos en que los ciudadanos deben adscribirse a una comunidad u a otra, pueden elegir no hacerlo y automáticamente pasar al grupo denominado como “otros”. Esta opción, sin embargo, estigmatiza igualmente a sus electores por falta de identificación.

Hace tres décadas, Bosnia pertenecía a la extinta Yugoslavia. Una de las políticas que el mariscal Tito impulsó con mayor vehemencia fue la creación de una identidad nacional uniforme en todos los territorios de la federación. Si bien esta actitud trajo sus problemas derivados, también fomentó un descenso de la discriminación entre los bosnios. El último censo nacional, previo a la desintegración del país, arrojaba el dato de un 5,4% (1.200.000) de ciudadanos que se identificaban exclusivamente como yugoslavos. La vorágine política que siguió con el inicio de la siguiente década avivó la llama de los nacionalismos en toda Yugoslavia, pero especialmente en la recién nacida república de Bosnia-Herzegovina.
En todo este lienzo de crispación y violencia sectaria, aparecieron también figuras que con el paso del tiempo se han convertido en los símbolos de la concordia entre etnias y comunidades. El pasado 2018 se cumplieron también 25 años de la muerte de Admira Ismic —musulmana— y Bosko Brkic —serbobosnio—, de 25 y 24 años de edad, a manos de un francotirador en Sarajevo. La joven pareja, que trataba de huir en búsqueda de un futuro mejor, son conocidos actualmente como los ‘Romeo y Julieta bosnios’. De igual manera, a las puertas de los años 20 del siglo XXI, materializándose el cuarto de siglo después del acuerdo de paz, Bosnia trata de atar otro importante lazo de unión: su integración en el proyecto europeo.
Sin embargo, el Estado bosnio debe salvar sus deficiencias económicas y democráticas, unidas a un pobre avance en materia de convivencia, determinado por la rígida concepción de su pasado y la fortaleza de sus mitos étnicos. Este conjunto de factores impide que el número de matrimonios mixtos aumente, puesto que son pocas las familias que mantienen las relaciones vecinales previas al inicio de la guerra en 1992. Por norma general, la tendencia a culparse unos a otros entre las distintas comunidades y en las diversas regiones del país se reafirma progresivamente.

La difícil arquitectura política del país complica un plan nacional de educación que facilite el acercamiento entre bosniacos, croatas y musulmanes, e impide reparar los agravios transmitidos de generación en generación. En este contexto, mientras que poblaciones como Gorazde o Mostar mantuvieron latentes los odios del pasado durante casi 50 años, hoy en día, mantienen una división que no parece vislumbrar solución en el futuro cercano, a menos que la juventud cambie de parecer. Precisamente, en un reciente estudio del Balkan Investigative Reporting Network, los jóvenes expresaron su escasa voluntad de emparejarse con miembros de otras etnias que no sean la suya. Después de todo, uno de los primeros episodios de la guerra de Bosnia fue el tiroteo en una boda serbia en Sarajevo, por lo que no es de extrañar que las uniones matrimoniales continúen siendo un asunto espinoso.