John Kerry viaja a Bagdad para pedirle cambios al Gobierno

Por Mohamed Sahli
Foto: John Kerry y Nuri al-Maliki durante la entrevista que mantuvieron en  Bagdad
 
El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, realizó una visita sorpresa este lunes a Bagdad para convencer al primer ministro iraquí, el chií Nuri al-Maliki, que mueva ficha y forme un nuevo gobierno más integrador y plural que le permita detener el avance de los yihadistas enrolados en grupos como el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL) y el Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Según la diplomacia estadounidense, que en política internacional es capaz de cambiar de posición en un abrir y cerrar de ojos, Kerry hizo todo lo posible para que Al-Maliki diera el brazo a torcer. Al-Makiki pidió a Estados Unidos la semana pasada que realice ataques aéreos contra las posiciones yihadistas. De momento, el presidente Barack Obama sólo se ha comprometido a enviar 300 asesores militares a Irak. Obama, que se ha acercado a Irán para supuestamente combatir a los yihadistas en Irak, necesita  garantías políticas por parte de Al-Maliki. Una de ellas, quizá la principal, es que el jefe del Gobierno iraquí tiene que demostrar que es capaz de dar estabilidad a su país y conseguir un gobierno más representativo y sólido. La visita de Kerry a Bagdad sólo duró unas pocas horas, según el Departamento de Estado, y después el mandatario estadounidense viajó a Erbil, la capital de la región autónoma del Kurdistán iraquí, para reunirse con el presidente de este territorio, Masud Barzani. Kerry inició el domingo de la semana pasada una gira por Oriente Medio y Europa para abordar, entre otras cuestiones, el conflicto de Irak. Estados Unidos no quiere embarcarse en una nueva guerra en Irak y no ve con buenos ojos una solución exclusivamente militar al conflicto que sufre este país. 
 
Diplomacia pragmática
Algunos analistas políticos no descartan que con tal de preservar sus intereses económicos y geoestratégicos en Irak y en la región, Estados Unidos pueda sellar acuerdos incluso con las milicias yihadistas. El acercamiento de Washington a Teherán demuestra la naturaleza pragmática de la diplomacia estadounidense. Estados Unidos, que ha sufrido en su propio territorio los terribles zarpazos del terrorismo yihadista, condena a los grupos que lo practican, pero puede cambiar de opinión según le convenga. Los mismos terroristas yihadistas que son el enemigo a abatir en Irak, en cambio en Libia eran buenos,  porque luchaban contra el tirano Muamar Gadafi. A  lo largo de su historia, para Estados Unidos siempre ha habido dictaduras, criminales de guerra y terroristas malos y buenos; y a veces los malos se convierten en buenos rápidamente y viceversa. El propio Sadam Husein, antes de convertirse en el enemigo número uno de Estados Unidos y sus aliados, fue un fiel compañero de viaje de Washington en la guerra que Irak libró contra Irán. Mientras Estados Unidos analiza lo que más le conviene, la ofensiva de los yihadistas sigue su curso en Irak, y quién sabe si los terroristas y criminales de hoy no serán los interlocutores políticos del futuro. Irak no es una excepción para Estados Unidos. La gran superpotencia  expresó su apoyo al nuevo presidente de Egipto, Abdelfatah el-Sisi, que ganó unas elecciones hace poco tras haber organizado un golpe de Estado, en julio de 2013, que derrocó al presidente legítimo del país, Mohamed Mursi. El-Sisi demostró antes y después de las elecciones que no es más demócrata que los Hermanos Musulmanes a los que ilegalizó y otros grupos islamistas. Es más, el exmilitar golpista, que representa  los intereses políticos y económicos de la cúpula militar y los sectores de la clase dirigente partidarios del  inmovilismo, gobierna con autoritarismo y sus prácticas represivas recuerdan al régimen de Hosni Mubarak. La condena a muerte de 183 islamistas egipcios no provocó  la preocupación de la diplomacia estadounidense. Las penas de entre 7 y 10 años de prisión contra tres periodistas de la cadena ‘Al Yazira’ por supuesta colaboración con los Hermanos Musulmanes tampoco. A  pesar de que el veredicto, que puede ser apelado, es percibido en Egipto como un ajuste de cuentas contra el canal que puso todos sus medios para dar voz a la revolución popular que en 2011 derrocó a Mubarak.