Pete Buttigieg: un ascenso meteórico e ilusionante
Cuando se piensa en los diferentes estados que componen el vasto territorio de Estados Unidos, ¿cuáles son los primeros en venir a la cabeza? Seguramente, Nueva York, con el resplandor de Manhattan y el ambiente alternativo de Brooklyn. Quizá California, con el Golden Gate y los tranvías de San Francisco o las letras blancas de Hollywood a las afueras de Los Ángeles. O puede que sea Florida, tierra de playas y caimanes. Hay quien mencionará a Texas, cuya estrella solitaria ha guardado la frontera con mano de hierro en los últimos años.
Sea cual sea, no es muy probable que se piense automáticamente en Indiana. Sí, alguna vez se habrá oído hablar de ella, pero, generalmente, no acapara titulares fuera de las fronteras nacionales. En clave interna, Indiana es famosa por sus carreteras rectas, sus extensos cultivos de maíz y soja y, por supuesto, por su pasión baloncestística. A menudo, el marcador del pabellón de los Pacers, el equipo de la NBA asentado en Indianápolis, suele reflejar el siguiente lema: “En 49 estados solo es baloncesto, pero esto es Indiana”.
Al norte de este tranquilo territorio, se encuentra la pequeña ciudad de South Bend. Situada a unos cincuenta kilómetros de la orilla del lago Michigan, tiene poco más de 100.000 habitantes. Contra todo pronóstico, esta localidad ha atraído la atención de politólogos, periodistas y ciudadanos curiosos desde hace algunos meses. ¿Por qué? La razón no es otra que su exalcalde Pete Buttigieg.
El pasado 14 de abril, este desconocido político anunció su candidatura a las primarias del Partido Demócrata. Entonces, prácticamente nadie sabía quién era aquel osado que, con su escaso bagaje gestor y su apellido impronunciable, se atrevía a dar un salto sin red a la despiadada arena nacional con la intención de ser presidente. Hasta el momento, sin embargo, no parece haberle ido nada mal. Para empezar, se mantiene en la carrera, un logro nada fácil en una competición en la que más de la mitad de los que empezaron han abandonado ya.
Y no solo eso. Por momentos, ha figurado en las encuestas como el líder en intención de voto en algunos estados clave, aunque, últimamente, la expectación que levantó se ha desinflado un poco. Con todo, sigue estando en el grupo de cabeza, codeándose con gigantes como Biden y Sanders. Los primeros estados en votar, a los que ha dedicado gran parte de su campaña hasta la fecha, dictarán, en buena medida, su capacidad de aguantar en las sucesivas semanas.
Buttigieg, por lo pronto, tiene una característica que lo distingue de todos los demás: es joven. La edad mínima para presentarse a unas presidenciales en Estados Unidos está fijada en 35 años. Él acaba de cumplir 38. Podría ser el hijo de cualquiera de sus competidores. Más o menos, todos doblan su edad. Tener más o menos años, desde luego, no es garantía de nada ‘per se’. Dicho eso, la asociación común que se hace entre juventud e ideas renovadoras puede favorecer a Buttigieg.
En su caso, además, juventud no debe ser confundida con bisoñez. Ha estado ocho años a cargo del bastón de mando de su ciudad; una tarea nada fácil. La zona más septentrional de Indiana se encuentra en el llamado ‘Rust belt’, literalmente el ‘cinturón de óxido’. Este topónimo designa a toda la región industrial de los alrededores de los Grandes Lagos que, en la última década, se ha visto afectada muy negativamente por la deslocalización de las fábricas. La ciudad de Gary, situada cerca de South Bend, es el municipio natal de Joseph Stiglitz; el célebre economista cita a sus convecinos como paradigma de los perdedores de la globalización.
Cuando Buttigieg tomó posesión, con solo 29 años, las cosas no estaban demasiado bien. En tiempos, había sido la sede de la automovilística Studebaker. Últimamente, el panorama no era nada halagüeño: empresas cerradas, listas del paro en auge, desesperanza… No obstante, su Administración consiguió sacar adelante una reconversión industrial que se considera modélica.
En el centro del proyecto, se impulsó un parque tecnológico que se ha convertido en uno de los principales núcleos de empresas dedicadas a la biotecnología y el análisis de datos. En un intervalo relativamente corto, el joven alcalde fue capaz de modernizar el tejido económico de la ciudad, al tiempo que redujo la tasa de desempleo en cerca de diez puntos porcentuales.
La pregunta es lógica: ¿podría un eventual presidente Buttigieg extrapolar los principios que aplicó en una ciudad de 100.000 habitantes a toda la región del ‘Rust belt’? Sería toda una hazaña. Muchos dudan de que algo así pudiera suceder. Por el momento, la carta de una gestión eficiente con nuevas ideas ha sido una de las que más ha jugado el candidato en sus actos de campaña.
De todos modos, la tecnocrática no es la única faceta que ofrece el exalcalde, que, por cierto, fue alumno de Harvard y Oxford y habla con relativa fluidez ocho idiomas. Él lo sabe y no rehúye presentar otras virtudes. Buttigieg es un veterano de guerra. En 2014, pasó algo más de seis meses desplegado en Afganistán elaborando informes de inteligencia para el Ejército. En concreto, se encargó de rastrear la financiación de diversos grupos terroristas. No ha querido presentarse, sin embargo, como un héroe, sino que ha preferido constar su historia desde un punto de vista más humano, tratando de conectar con las familias de los jóvenes que han pasado por Afganistán o Irak.
La misma naturalidad ha manifestado Buttigieg cuando le ha tocado hacer referencia a su orientación sexual; el de Indiana es el primer candidato abiertamente gay que se postula para la presidencia de Estados Unidos. Aunque no hizo pública su homosexualidad hasta hace relativamente poco -cuando ya era alcalde-, ha aprovechado su mayor exposición a lo largo de los últimos meses para situar entre sus prioridades la lucha contra la homofobia.
La legalización del matrimonio homosexual se recuerda como uno de los últimos puntos positivos de la presidencia de Barack Obama. Desde junio de 2015, las parejas del mismo sexo pueden casarse en todo el territorio nacional después de la autorización explícita del Tribunal Supremo. Hasta entonces, solo era legal en algunos estados. No obstante, la discriminación contra el colectivo LGTBI+ sigue siendo una realidad en los entornos más conservadores.
El propio Buttigieg la ha experimentado en sus carnes. Desde que saltó a la esfera política nacional, ha recibido numerosos ataques por parte de diferentes opinadores de la derecha tradicionalista. El popular predicador evangelista Franklin Graham escribió el siguiente tuit poco tiempo después de que presentase su candidatura: “El alcalde Buttigieg dice que es cristiano y homosexual. Como cristiano, creo en la Biblia que define la homosexualidad como un pecado, como algo de lo que arrepentirse, no algo de lo que hacer ostentación, elogio o campaña política”. Graham tiene dos millones de seguidores en Twitter y sus sermones causan furor en Facebook. Muchos prestan atención a lo que dice y, como él, hay bastantes más.
En más de una ocasión, el candidato ha tratado de quitar hierro al asunto. En una entrevista con NBC News, fue preguntado por las constantes burlas que el mismísimo Donald Trump le había dedicado (y le sigue dedicando). Buttigieg optó por el sentido del humor: “Me siento bastante cómodo lidiando con abusones; soy gay y crecí en Indiana, así que no es algo que me preocupe”. Su repuesta desató la hilaridad general.
En cualquier caso, la bilis que despierta se contrarresta con la ilusión que genera. Que él mismo no dé demasiada importancia a su orientación sexual no quita para que su apuesta para llegar a la Casa Blanca sea todo un hito. Muchos opinan que representa una oportunidad de oro para que el país empiece a dejar atrás algunos de sus fantasmas. En las actuales primarias, Buttigieg encaja más en el carril centrista que encarnan Biden y Bloomberg, entre otros; dos candidatos sobrios y sólidos, sobre todo Biden, pero que no ofrecen demasiadas razones para acudir a votar con entusiasmo.
Buttigieg sí. La etiqueta de candidato centrista y amable con las grandes empresas puede causarle algunos problemas, pero tiene argumentos para arañar simpatizantes tanto a los candidatos más izquierdistas -Sanders y Warren- como a los más moderados. En lugar de encuadrarse en una corriente u otra, está tratando de crear su propia identidad dentro del partido.
Desde luego, Buttigieg es un candidato único. La competencia a la que se enfrenta es feroz, no cabe duda. Sin embargo, ha demostrado tener empaque para aguantar con entereza. Su juventud, además, hace presagiar que, ocurra lo que ocurra, será un rostro destacado del Partido Demócrata a lo largo de los próximos años. En el salto que lo ha catapultado desde South Bend al centro del debate, parece haber caído de pie.