El ‘Gran Satán’ vuelve a ser el ‘Tío Sam’

Antonio de Oyarzabal

ha sido Embajador de España en Washington

Diarioabierto.es

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En esta su postrer etapa en la Casa Blanca, el Presidente Obama parece complacerse en dejar en mal lugar a los entusiastas propagadores de la teoría del “Pato Cojo”. Cuando no es un entendimiento con los hermanos Castro para restablecer las relaciones diplomáticas con Cuba, es un laborioso y complejo “Principio de Acuerdo” elaborado con el Irán de los ayatolas para encauzar y cerrar ese otro capitulo pendiente en el panorama internacional que, durante tres largas décadas, ha supuesto la revolución persa.

Y como para bailar tangos hacen falta dos, no puede dejarse en el olvido a la hora de los plácemes la imprevista personalidad del nuevo dirigente iraní Hasan Rohani, tan diametralmente opuesto a su predecesor y lunático Ahmadineyad. Parecería en cierto modo que el sonriente líder actual –una especie de Papa Francisco, con todos los respetos– quisiera hacernos obviar su ropaje eclesiástico para protagonizar en primera persona lo que sería el fin de ciclo de la “Revolución de los Ayatolas”, de los Jomeini de la primera hora, del asalto a la Embajada de Estados Unidos, –el “Gran Satán” en el agresivo lenguaje de aquellos días–, de los intentos de exportar a todo el Oriente Medio su furibunda hostilidad contra Occidente…

Y en la escenificación de Lausana merecen también aplausos los “comparsas” de este final feliz, los avalistas de la operación que tanto esfuerzo diplomático ha exigido. Y allí estaban Rusia y China, indispensables garantes del futuro del Acuerdo. Pero allí estaba también la Unión Europea, y no podemos sino felicitarnos por ello después de lamentar tantas ausencias e indecisiones previas. Porque junto a Gran Bretaña, a Alemania, a Francia, presentes “per se” con todo merecimiento en su condición de potencias bien implicadas desde el principio en las negaciones, brillaba con luz propia nuestra flamante Jefa de la Diplomacia Europea, Federica Mogherini. Algo parece pues estar cambiando también en la anquilosada política exterior de la U.E.

¿Qué puede suponer en el siempre enmarañado panorama del Oriente Medio esta aproximación entre los encarnizados enemigos de ayer? ¿La reversión de las alianzas? Desde luego no por ahora, aún queda mucho trecho por recorrer, pero lo conseguido y firmado es difícilmente reversible dados los intereses en juego y los países implicados. Es por tanto una nueva ecuación a tener en cuenta en el juego de equilibrios inestables de la región.

En primer término hay que constatar la baza que supone el “Principio de Acuerdo” para el prestigio de Irán en el belicoso enfrentamiento religioso entre chiíes y suníes, hoy al rojo vivo y en abierta y cruel batalla interna en Yemen, Siria e Irak. Teherán es históricamente el gran valedor de la “divergencia heterodoxa” que supone el chiismo para el Islam secular, a lo que puede sumarse su vieja aspiración de ser potencia determinante en la región, sobre todo desde la desaparición del Imperio Otomano y su división en entes nacionales de poca consistencia interna. No cabe olvidar que Irán es un gran país musulmán pero no árabe, orgulloso de su pasado dominante y con amplios recursos propios. Juega así un papel muy activo en la amplia zona que abarca desde la Península Arábiga por el sur y el oeste, el Indostán por el este, y el “bajo vientre” de las antigua URSS, los cinco “stanes” convertidos ahora en Repúblicas independientes y muy independientes. Con Irán pues hay que contar sí o sí, y a ese convencimiento ha debido llegar Estados Unidos tras las amargas experiencias de Irak, de Afganistán y ahora del llamado Estado Islámico: sea “talibán” o “yihadista” el enemigo a batir sobre el terreno, solo con la participación activa de Irán es verosímil su derrota.

Enfrente, entre los más afectados por la “nueva ecuación”, dos proverbiales aliados de Norteamérica, Israel y Arabia Saudí, que se profesan un mutuo odio atávico pero a los que paradójicamente une hoy día la común enemistad con Irán. Ambos harán cuanto esté en su mano para detener el curso de la política emprendida por el Presidente Obama, porque a ambos afecta por igual el eventual “desenganche” norteamericano del frente común contra el Irán revolucionario. A Israel porque la posibilidad siquiera de que Teherán ponga a tiro de sus misiles una cabeza atómica capaz de aniquilar el pequeño territorio del país, pone lógicamente los pelos de punta; y el Pre-Acuerdo de Lausana no excluye tajantemente la investigación que desarrolla Irán en este campo nuclear.

Y a Arabia Saudí porque su identidad teocrática como “Guardián de los Santos Lugares” proclive al sunismo ortodoxo, convierte a Irán en el rival por antonomasia del islamismo mundial. Y si Riad ejerce su omnímodo control sobre la Liga Árabe hasta lograr forjar una alianza militar contra el chiismo de los rebeldes yemeníes por ejemplo, no puede tampoco desconocer que en su propio seno alberga una tercera parte de población chii, por ahora dócil y sometida pero siempre amenazante para la estabilidad del Régimen.

¿Es realmente plausible o inminente la temida retirada norteamericana del escenario de Oriente Medio, ahora que parece ser auto-suficiente en recursos petrolíferos? Mientras exista y se sienta amenazada Israel, rotundamente no. No hay presidente norteamericano capaz de resistir la presión proverbial de los “lobbys” judíos en defensa de lo que se llama ya “el 51 Estado de la Unión”. Un “Premier” Netanyahu podrá tensar la cuerda de las relaciones con Washington cuanto le permita su dependencia militar, pero al final sabe que uno y otro están condenados a soportarse, y que Estados Unidos está irremisiblemente comprometido a la mera existencia del Estado hebreo.

¿Y a los demás, qué nos va en la nueva realidad de los Acuerdos de Lausana? Por de pronto el paulatino reingreso de Irán en la “normalidad comercial” mundial superado el duro régimen de sanciones, un gran mercado de 70 millones de ansiosos consumidores tras años de dieta forzada. Y una nueva fuente de petróleo sin restricciones (han seguido operando tímidamente algunas compañías petrolíferas a pesar de las sanciones), con efectos potenciales por ver en la coyuntura actual de precios a la baja.

En todo caso, una moraleja del caso de la reciente historia de Irán, no por obvia menos efectiva: las sanciones internacionales, si firmes y tenaces, acaban por producir resultados, siempre mejores que la violencia de una intervención militar tipo Irak.