Libia: las grandes potencias se conciertan para dar soluciones

Antonio Sánchez-Gijón/CapitalMadrid.com

Pie de foto: Turquía, frus­trada y ais­lada, aban­donó la con­fe­rencia de Palermo

Llama la aten­ción el es­caso o nulo re­lieve con que se ha tra­tado en los me­dios es­pañoles la con­fe­rencia in­ter­na­cional que sobre el fu­turo pró­ximo de Libia se ha ce­le­brado esta se­mana en la ca­pital de Sicilia, Palermo.

Libia constituía, desde 2011, cuando cayó el régimen de Gadafi, una enorme brecha en la seguridad europea. En realidad, la única brecha abierta en la ribera sur del Mediterráneo, donde una franja de regímenes protodemocráticos en Marruecos, Argelia, Túnez y Egipto, cada uno de ellos con fines geopolíticos diferenciados, coincidían en reconocer la importancia que para su propia estabilidad y seguridad tienen sus relaciones con Europa.

Aquellos países norteafricanos constituyen una barrera que frena o neutraliza gran parte de la inseguridad e inestabilidad que se proyectan sobre la ribera norte del Mediterráneo desde las regiones meridionales del Sáhara y del Sahel, sobre todo bajo la forma de migraciones irregulares, tráficos ilícitos y en menor medida como base para el terrorismo yihadista.

La única excepción venía siendo Libia, proyectando sobre Europa su propia inestabilidad, resultante de su caos interno y la desunión de sus tribus, lo que frustra las expectativas de desarrollo y bienestar que podrían derivarse de un país riquísimo en hidrocarburos y escasamente poblado, con tal de que hubiese seguridad interna y unidad en propósitos nacionales.

La conferencia de Palermo ha tratado de llevar a su consumación una serie de esfuerzos e iniciativas de paz, que resumiremos de este modo: bajo el amparo legalista de las resoluciones de las Naciones Unidas, más iniciativas diplomáticas de los países norteafricanos y europeos, en coincidencia con ambiciones estratégicas y económicas de otros países, lo que ha acontecido en Libia en los dos o tres últimos años tiene su eje central en la propuesta de paz patrocinada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que en 2015 llamó a la formación de un gobierno de unidad nacional mediante elecciones generales.

El gobierno provisional así formado se vio, desde el primer momento, acorralado en la antigua capital Trípoli, a la defensiva frente a multitud de milicias yahidistas y de los Hermanos Musulmanes, y en competencia con un gobierno paralelo y rival en Bengasi, la capital de la región oriental de Cirenaica.

En Cirenaica surgió un ejército nacionalista bajo el liderazgo de un jefe competente, quien neutralizó un número elevado de grupos yihadistas pero no prestó ayuda al gobierno de Trípoli, temeroso el caudillo de quedar desplazado por el nuevo orden. Así se formaron dos centros de poder: el militar en Bengasi, bajo el mando del general Hiftar pero sin legalidad formal, y el de Trípoli, bajo el amparo de las Naciones Unidas pero impotente.

El camino para el remedio parecía obvio: poner el instrumento militar al servicio del gobierno legal, esto es, unir en un mismo eje Trípoli y Bengasi. El problema desde entonces es cómo instrumentar esa unión. Es en esta cuestión donde Europa y la comunidad internacional se dividieron, en líneas aproximadas a las que van a continuación.

Francia, Rusia y Egipto se decantaron por su apoyo a los detentadores del poder militar efectivo. Italia y Estados Unidos lo hicieron en favor del gobierno legal. Turquía y Qatar no mantuvieron ni una línea ni la otra sino la de apoyar las milicias generadas por los Hermanos Musulmanes, con presencia en todo el país.

La salida del laberinto se ha trazado a grandes rasgos, durante el curso de la conferencia de Palermo, en los siguientes términos: con el apoyo europeo y norteamericano, y después de unas elecciones generales, se formarán nuevo gobierno y asamblea constituyente. Bajo la expectativa de que el caudillo militar dará su respaldo a ese proceso, Roma se unirá a París, Moscú y El Cairo en dar salida a la situación.

Turquía abandonó la reunión cuando los organizadores italianos recibieron (en privado y al margen de la conferencia oficial) al jefe militar, general Hiftar, que había combatido a las milicias islamistas patrocinadas por Ankara. No obstante, el general se muestra reservado sobre su disponibilidad para entrar en el arreglo. Pero ésa es para él la mejor de las salidas posibles, y él lo sabe.

En resumen, París cede en favor del planteamiento de Roma, Turquía se aleja de Europa, El Cairo se une con Roma, París y Washington, y Moscú sigue reforzando su amistad con Jalifa Hiftar. Y el general, a esperar que las cartas le den la mano ganadora.

Naturalmente, hay otras noticias que dan base a cierto optimismo. Entre otras, el renacimiento de la industria del petróleo y de las inversiones en Libia. Pero éste es otra historia, que posiblemente despierte la curiosidad de los círculos españoles con interés en esas costas.