¡Tánger, patas arriba!

José María Bartol Espinosa

¡Dios mío, qué locura!, casi todas las calles están en obras. Sin duda, las autoridades municipales han debido encontrar un mapa de algún tesoro fenicio enterrado por el 1.450 AC y andan buscándolo por doquier. Solo así se explica que la ciudad esté llena de hoyos. Las madres deben coger de la mano a los pequeños porque, si andan sueltos, al doblar cualquier esquina el niño puede desaparecer en un hoyo abierto dado el fantasioso vallado protector.

Antes, bajábamos al paseo marítimo para deleitarnos la vista con las obras del nuevo puerto deportivo -que pretenden competir en plazo con la construcción de las pirámides egipcias- cuando, ¡hete aquí! que ha desaparecido un kilómetro de corniche y una febril actividad de camiones, excavadoras y obreros han cambiado el paisaje. Incluso a mediados de diciembre pude contemplar “in-situ” y en directo la demolición de la torre icono de casi todas las postales playeras tangerinas, la torreta situada frente a la calle Beethoven. La gente se apelotonaba mientras una gigantesca retroexcavadora se iba para ella como si la fuese a sacar a bailar, pero lo que hizo fue liarse a golpes de cazo hasta su derrumbe. ¡Ya es pasado!

Creo que ha sido en el colectivo forista de Facebook, “Siempre Tánger”, donde pude ver la foto en maqueta de lo que será el nuevo paseo marítimo con más aceras, más arbolitos y espacio de ocio para familias con tropilla menuda. Bonito quedará, eso nadie lo duda.

Pero… bueno, a mi -también-me gustaba como estaba antes, con ese desdoblamiento de paseo a dos niveles y el pasillo inferior lleno de restaurantes, cafeterías y discotecas que hacían las delicias de la juventud noctámbula. Todo eso ya es historia.

Te pones a callejear y muchas aceras están levantadas, extendiendo zahorra menor, soltando baldosas, picando soleras, vertiendo morteros, cambiando tuberías, enrollando cables, rehaciendo arquetas, etc etc etc . Por todos los barrios del centro de la ciudad se remozan plazas y calles. ¿Será posible?... Igual son capaces de unificar el modelo de baldosas en lugar de que cada constructor del nuevo solar a edificar ponga la que le plazca en su fachada y las aceras parezcan un damero mareante para los forasteros.

En el Bulevar Mohamed V, a la altura de la plaza que yo llamo genéricamente “de las banderas”, casi ha desaparecido el carril ascendente, los vehículos se estrechan en fila india mientras los peatones se buscan la vida como siempre, es decir, cruzando las calles por donde les pete frente a la mirada mansurrona y paciente de los guardias de tráfico. Me temo que al menos hasta el 25 de agosto, fecha de las elecciones municipales, vamos a estar ajetreados. En la entrada del Hotel Omnia Puerto han colocado una puerta escáner como si de un Aeropuerto o Ministerio gubernamental se tratase, te quitan las ganas de entrar a tomar una cerveza.

Todo sea por la seguridad ciudadana. Desde hace un año más o menos la policía callejea flanqueada por dos soldados del ejercito armados de metralleta, pasean despacio mirando hacia todos los lugares, inspiran confianza ante posibles y funestas intenciones de esa mala gente que constituye el terrorismo sin fronteras y que lo mismo ascienden cual cálido aire del Sahara desde el Sahel como pueden venir cual “Reyes Magos” de Oriente, pero que en vez de en camellos, aparecerían sobre 4x4 artillados con la típica Browning M2. Como ciudadano residente, reconforta saber que Marruecos permanece siempre alerta.

Un amigo me llama a media tarde desde Zaragoza:  “el cierzo nos tiene acogotados a 4 grados bajo cero” ¡ostras que frio! Le  digo.  Despierto su envidia : yo vengo de pasear en chándal con camiseta, lo siento por ti, ça vaut la peine gozar de Tánger,  aunque los concejales nos llenen las calles de hoyos y lo dejen todo ¡patas arriba!, (como es lógico, esto segundo no se lo dije).