Los mensajes para la Historia en la guerra contra el virus

Los grandes estadistas se descubren ante los grandes momentos de adversidad. Los que no llegan a esa talla, que son los más numerosos, se hunden cuando llegan momentos de encrucijada. Churchill, al que algún presidente ha querido emular sin éxito en sus comparecencias públicas, acuñó la frase “sangre, sudor y lágrimas” que ha quedado en la Historia. Roosevelt dijo en alusión a la fortaleza de Estados Unidos que “a lo único que debemos temer es... al miedo mismo”. Y Kennedy trató de implicar a los habitantes de todo el planeta a los que se dirigió así: "Conciudadanos del mundo: no pregunten qué hará Estados Unidos por ustedes, sino qué podremos hacer juntos por la libertad del hombre".
El de la oratoria en momentos de transcendencia histórica, el de la construcción de los mensajes públicos cuando más necesarios son para ejercer el necesario liderazgo, es un termómetro en el que se puede medir la altura de los gobernantes en una época determinada, ante una amenaza concreta. La propagación del coronavirus en este convulso siglo XXI es uno de esos momentos. La semana que termina ha sido la de los grandes discursos de los jefes de Estado a sus naciones.
El Rey de España compareció a las nueve de la noche ante el país a través de las televisiones. A diferencia de sus discursos anuales en Navidad y del transcendental mensaje del 3 de octubre de 2017 ante el golpe independentista en Cataluña, el himno nacional no precedió a la intervención del monarca. Habló ante un atril, de pie, algo inusual en sus discursos al país. Apeló a la unidad de todos, siendo consciente de que varias fuerzas políticas aprovechaban el contexto para movilizar a una parte de la sociedad contra su reinado.
“Este virus no nos vencerá. Al contrario. Nos va a hacer más fuertes como sociedad; una sociedad más comprometida, más solidaria, más unida. Una sociedad en pie frente a cualquier adversidad”.
La Reina ha preferido no realizar un discurso televisado a la nación, y ha optado por un comunicado escrito que ha difundido Buckingham Palace. En las palabras transmitidas la monarca ha elegido cuidadosamente el mensaje que tiene un recordatorio hacia los ejemplos más recordados de resistencia de su pueblo ante los más difíciles enemigos. A la mente de millones de británicos volvieron los bombardeos de los aviones nazis sobre Londres y el resto de ciudades, que tuvieron que soportar sus antepasados.
“En momentos como estos, recuerdo que la historia de nuestra nación ha sido forjada por personas y comunidades que se unen para trabajar como una sola, concentrando nuestros esfuerzos combinados con un enfoque en el objetivo común”.
Ha sido una de las intervenciones con mayor impacto entre los líderes mundiales. Hasta en siete ocasiones repitió la frase que mejor ha definido el momento en que se encuentran su país y la Humanidad. Mejor que las arengas algo vacías del “venceremos”, Macron ha querido poner énfasis en la trascendencia del momento y en la necesaria épica que requerirá el combate con el microscópico patógeno. La corbata elegida para transmitir este mensaje era de color negro. Y el ejército señalado por el comandante en jefe, los miles de trabajadores sanitarios que ya están en el frente de batalla.
“Estamos en guerra. En guerra sanitaria, cierto. No luchamos contra otro ejército ni contra otra nación, pero el enemigo está allí y avanza. Y esto requiere una movilización general y que todas las acciones del gobierno deben estar encaminadas a la lucha contra la epidemia, de día y de noche, y nada debe desviarnos de este objetivo”.
El presidente norteamericano ha pasado de negar la gravedad del virus a declararle la guerra con los incontables instrumentos bélicos que le otorga la Constitución. Hasta hace pocos días, sus apariciones no optaban por la escenografía solemne del presidente en soledad dirigiéndose a la nación desde el Despacho Oval. Trump prefería aparecer junto a su gobierno, flanqueado siempre por el vicepresidente Mike Pence y el secretario del Tesoro Steven Mnuchin. Pero su posición ante el virus ha experimentado un giro ostensible. Cosa que no ha ocurrido con su particular guerra contra el país que le disputa la supremacía económica, a quien ha señalado en su frase más recordada hasta ahora en relación con el coronavirus:
“Esta es la respuesta más agresiva y global a un virus extranjero de toda la historia moderna”
El primer ministro italiano ha echado también mano de la épica, tan recurrente en momentos clave del desarrollo de los países. Al anunciar que todo el país quedaba cerrado, tras aplicar restricciones parciales infructuosas durante varias semanas, Conte ha tratado de levantar la moral de sus compatriotas convirtiéndoles en el espejo en el que el resto del mundo debía proyectarse.
“Italia da prueba de una gran resistencia y seremos un modelo para todos los demás. Permanecemos distantes hoy, para abrazarnos mañana”. “No hay más tiempo, nuestras costumbres deben ser cambiadas, inmediatamente, tenemos todos que renunciar a algo, por el bien de nuestra Italia. Y cuando hablo de Italia hablo de todos, de nuestros padres, de nuestros abuelos. Lo tenemos que hacer ahora, inmediatamente y lo lograremos si todos colaboraremos y nos adaptaremos a estas nuevas normas, más estrictas, para controlar el avance del coronavirus y tutelar la salud de todos nuestros ciudadanos que, debo recordar, es nuestro objetivo primario”.
El desafío al que se ha enfrentado el país comunista, que puede ofrecer al mundo un éxito parcial tres meses después de registrarse el primer caso, ha sido una oportunidad. La de demostrar al mundo que su capacidad de respuesta no se basa solo en los elementos coercitivos de una dictadura ni en el ancestral estajanovismo de sus nacionales, sino en un enfoque acertado y moderno a un desafío para la salud pública como el que tienen aún en frente. Xi se juega mucho con este envite, sobre todo evitar que su mandato sea recordado como el particular Chenobyl de la potencia china.
La solemnidad de un jefe de Estado que busca entrar en la historia con un gran discurso no es una costumbre entre los mandatarios de este país que aún controla con mano firme todos los rincones de la vida pública. Xi no ha elegido ese formato para dirigirse a sus ciudadanos, sino la aparición en escenarios clave como golpe de efecto y como mensaje, como su visita a Wuhan para explicar al mundo que el virus estaba en China ya controlado.