El desafío de desactivar terroristas

Isabel García

La fuga de occidentales a los territorios controlados por Daesh trae consigo un nuevo desafío para la seguridad internacional al que aún no se ha hecho frente. Y ese reto responde a la pregunta: ¿Qué hacemos con los miles de occidentales que se han marchado a luchar con el grupo terrorista cuando decidan retornar? Tanto como con los que vuelven arrepentidos después de una experiencia que no se ajustaba a sus pretensiones, como con los que han sido capturados o han decidido volver por la pérdida de territorios del Califato y deben pasar por una fase de desactivación. Sin duda, se trata de un proceso complejo y aglutina bastantes factores a tener en cuenta.

Los programas de desradicalización no son nuevos, aunque han sido predominantemente una cuestión llevada a cabo en países de mayoría musulmana. Así, Singapur, Egipto o Malasia cuentan con iniciativas y centros en los que se intenta prevenir la radicalización violenta de grupos e individuos además de rehabilitar y reintegrar a algunos que ya han cometido actos de terrorismo.

Es Arabia Saudí la que cuenta con uno de los programas más competitivos y profesionales en este campo con el centro Mohammed bin Nayef. La fase se inicia, no obstante, dentro de prisión con Al-Munasah y los presos que colaboran y moderan sus ideas pasan a este centro. En él, hay cursos sobre religión, arte, psicología e historia, el contacto con la familia es primordial y se intenta crear un lazo de unión con todos los miembros del programa a través del deporte. La búsqueda de trabajo y el pago de una mensualidad son otras de las medidas que se siguen. Todo, con el fin de corregir las ideas radicalizadas y volver a reinsertarlos en la sociedad.

El éxito de algunos de estos programas despertó la curiosidad de Occidente, sobre todo en la actualidad, después de la inmensa fuga de residentes en esta parte del mundo a los territorios controlados por Daesh para participar en la yihad. No obstante, la mayor parte de estas iniciativas se encuentran en los primeros años de implementación y casi todos se dedican a detectar casos y prevenir sus posibles efectos, como en Francia o Reino Unido con el programa ‘Channel’, cuya respuesta aún es lenta y necesita adaptarse a esta nueva realidad. Sin embargo, el país anglosajón, al igual que Alemania, también soslaya este programa con cursos dentro de las propias cárceles.

La vinculación con individuos dentro de la comunidad musulmana es uno de los factores que más influye en el éxito de estas iniciativas de desradicalización, así como el contacto con la familia y dar un propósito a sus vidas. Dinamarca está  llevando a cabo un programa piloto, tanto para jóvenes que se encuentran en fase de radicalización, como para retornados de Siria e Irak, que está despertando, al menos, la curiosidad de otros países, como por ejemplo EE.UU.

La iniciativa consiste en identificar a jóvenes radicales, aproximarse a ellos con un líder musulmán local y tratar de alejarlos de la violencia con el objetivo de volver a integrarlos en la sociedad. Todo desde una atmosfera relajada y en la que trata de imperar la cordialidad gracias al trabajo de mentores, psicólogos y profesores.

El encargado de este programa piloto, Allan Aarslev, asegura en una entrevista a Der Spiegel que el mensaje que buscan difundir entre estos jóvenes es simple: “No tenemos nada en contra de tu religión, ni con el hecho de que hayas ido o estés planeando ir a Siria, siempre y cuando no hagas nada en contra de la ley mientras estés allí”, señala.

Perspectiva de género

Y a esta nueva encrucijada a la que se enfrenta la Comunidad Internacional se le añade también el fenómeno de la fuga de mujeres occidentales que ha traído consigo la instauración del Califato. Este sexo, tradicionalmente olvidado en este tipo de conflictos, ha mostrado su predisposición en participar en la construcción de esta sociedad dirigida bajo la estricta concepción de la sharia.

Por tanto, no hay que olvidar que más de 550 mujeres han abandonado la tranquilidad de sus hogares y han decidido marcharse a Siria e Irak, convencidas de desempeñar allí un papel primordial. De esta manera, y dado que esta dimensión de la implicación femenina es un fenómeno nuevo, puede que también sea necesario dotar de una perspectiva de género a estos nuevos programas de desradicalización que están emergiendo.

Sin embargo, aunque cada país debe adaptar a sus propias circunstancias estos nuevos programas, hay que tener en cuenta que este tipo de iniciativas no deben remplazar a otras medidas en la lucha contra el terrorismo.