El movimiento bereber en el corazón de las luchas democráticas marroquíes

Por Jules Crétois (*)
Foto: El movimiento amazigh en Marruecos se ha convertido en la vanguardia de los cambios democráticos.
El movimiento bereber marroquí no defiende ya sólo reivindicaciones culturales e identitarias. Parte activo de la Primavera de 2011 y de diferentes luchas sociales de estos últimos años, los amazighs quieren ahora encontrar su sitio en las fuerzas del cambio que actúan en Marruecos. En noviembre de 2013 vieron la luz dos reagrupamientos de asociaciones: la Federación Nacional de las Asociaciones Amazighes (FNAA) y la Coordinadora Nacional Amazigh (CNA). Ambas pretenden reagrupar a las 900 asociaciones con que cuenta el movimiento bereber que sigue creciendo en un país de mayoría bereberofona, de la cual su cuarta parte lo sería de forma exclusiva. Si la FNAA, en su texto fundador, pone el acento en reivindicaciones culturales e identitarias propiamente amazighs, la CNA se propone de entrada trabajar por la edificación de un Marruecos federal y laico. Una diferencia importante en la “jerarquización” de sus objetivos que muestra el giro que toma el vigoroso movimiento amazigh marroquí y los desafíos que tiene por delante.
Dos combates inseparables
Ciertamente, las reivindicaciones culturales y lingüísticas bereberofonas han sido, en una cierta medida, tomadas en cuenta por el poder. En 2001, el rey Mohammed VI, en su discurso llamado “de Ajdir”, reconoció la existencia de la “amazighidad” y creó el Instituto Real de la Cultura Amazigh. Antes de 2011, fecha de la inscripción en la nueva constitución de la componente amazigh de la identidad marroquí, el movimiento consiguió éxitos, como la creación en 2010 de Tamazight, una cadena de televisión pública encargada de presentar la cultura amazigh. A pesar de todo, el escepticismo sigue patente entre las personas más militantes: “Nada ha sido realizado y seguimos esperando la puesta en marcha práctica de la oficialización de la lengua y de la cultura”, resume Ahmed Assid, intelectual y escritor, una de las figuras más representativas del movimiento, que publicó en 2010 sus Cartas a la Élite Marroquí. Sin embargo, aunque quede mucho que hacer para concretar las concesiones consentidas sobre la lengua y la cultura bereber, Assid, como otros muchos militantes, rechaza circunscribir la lucha sólo a las reivindicaciones culturales. Se ha dado también a conocer entre la opinión pública marroquí por sus numerosas polémicas con los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) que dominan en el Gobierno, así como con los partidarios de una monarquía “fuerte”. Berberista, defiende el establecimiento de una democracia política sin restricciones y la consagración efectiva de las libertades individuales. Su opinión, compartida por numerosos militantes e investigadores, es que los dos combates son inseparables. El movimiento amazigh se construyó durante los años setenta contra los valores planteados tanto por la monarquía como por los islamistas y por los viejos partidos marroquíes, los “históricos”, más o menos cercanos al ideal panárabe. Confrontados a estos actores políticos que defienden una historia oficial construida alrededor de la identidad arabo-islámica, los militantes amazighs han proclamado su defensa de “un Marruecos plural”, según las palabras de Assid. Uno de ellos, Munir Kejji, muy conocido en su país, lo recuerda: “Los activistas amazighs han sido los primeros en manifestarse ante el Parlamento en las 24 horas que siguieron a los atentados de Casablanca. No sólo para condenar ese crimen odioso, sino también “para llamar a separar más ampliamente lo religioso de lo político”.
Un discurso cultural con un horizonte político
Hostil a las opciones políticas dominantes, el movimiento se dedica en primer lugar a proponer alternativas. Al comienzo de los años 2000, su trabajo teórico se acelera. Diversas asociaciones firman un Manifiesto Amazigh en marzo de 2000, en el que, según Ahmed Assid, “la discriminación, ya sea lingüística, identitaria o social, es un todo”. El discurso se vuelve abiertamente “cultural con un horizonte político”. Numerosas asociaciones amazighs marroquíes se acercan a los altermundialistas, lo que ilustra su fuerte presencia en el Foro Social Magrebí de 2008 celebrado en Buznika, entre Rabat y Casablanca. “Ya en los años 1980, el movimiento era fuerte, hablaba de los derechos culturales, del pluralismo de la sociedad y exigía el derecho a la libertad de asociación, cuando las redes asociativas se lanzaban aún tímidamente”, recuerda Kamal Lahbib. El presidente del Foro de las Alternativas Marruecos (FMAS) no se extraña “de que hoy, el movimiento social esté tan implicado al lado de los progresistas y de los altermundialistas en la búsqueda de alternativas sociales, económicas y políticas”.
A pesar de todo, también en el seno del movimiento, ciertas causas no constituyen unanimidad y la articulación entre luchas culturales y combates políticos puede ser fuente de conflictos. Así, “el laicismo continúa siendo un asunto controvertido, pues poniendo en cuestión una base sólida del régimen marroquí, puede tener consecuencias sobre el terreno del reconocimiento identitario”, subraya Jacopo Granci, un investigador que trabaja en el Centro Jacques Berque de Rabat sobre la cuestión amazigh.
El 20 de febrero y las luchas sociales
Durante las manifestaciones del 20 de febrero de 2011 que acompañaban a la Primavera árabe en Túnez y Egipto, el movimiento se sumó a las manifestaciones de protesta; hasta en Rabat, la capital, las banderas amazighs fueron enarboladas en las manifestaciones unitarias en las que flotaban pancartas escritas en tifinagh. Un nuevo manifiesto, el Llamamiento por Timmuzgha, fue lanzado por varias personalidades amazighs cuando la protesta estaba en su punto álgido. Su texto es “aún más político y ‘disidente’ en sus tonos y su formulación”, subraya Granci. Es también en ese momento cuando la fuerza del movimiento estalló ante los ojos del investigador: “ha ayudado a la celebración de manifestaciones importantes en pueblos recónditos de Marruecos, en los que la población permanece apegada a la cultura bereber. Ha contribuido así a ‘democratizar’ reivindicaciones a menudo acantonadas hasta entonces en un círculo elitista”. Un fenómeno positivo pero no extraño para Ahmed Assid. “Desde hace algunos años, asociaciones amazighs repartidas por todo el territorio del reino se han enfrentado a los problemas de las tierras confiscadas y de los recursos naturales expoliados”. Miles de hectáreas que componen las tierras tribales son a menudo fuente de conflicto entre el Estado o inversores poderosos deseosos de implantarse en ellas y las poblaciones que defienden su medio de subsistencia y su modo de vida. Kejji abunda en el mismo sentido. “El movimiento no tiene ya nada de culturalista. Encarna hoy la lucha contra la expropiación de las tierras de las tribus en el mundo rural y la defensa de los niños que mueren de frío como en Angfu”, un pequeño pueblo del Medio Atlas enclavado y olvidado de los poderes públicos en el que hay niños que mueren cada invierno, forzosamente duro a esa altura (1600 metros). Su enraizamiento en el campo ha hecho de la red amazighista un apoyo y un punto de unión para numerosas luchas sociales, como las de los “diplomados en paro” de Alhucemas, en el norte de Marruecos, o más recientemente, en Imiter, en el este del país, donde la población se manifiesta contra la precariedad y la explotación sin límites de una mina de plata por la Sociedad Metalúrgica Imiter (SMI), cotizada en la bolsa de Casablanca y propiedad de la familia real.
Por un Estado federal
¿Sabrá el movimiento amazigh reforzar su participación en la lucha democrática? Existe el riesgo de ver que sus reivindicaciones identitarias se alejan de ciertos sectores de la opinión pública. A pesar de todo, Granci subraya que durante los acontecimientos del 20 de febrero, los militantes berberistas han sabido manifestarse y cohabitar con las demás fuerzas que protestaban, islamistas o de izquierdas. “El lenguaje y la retórica del movimiento han cambiado: si al comienzo se reivindicaba la identidad amazigh en oposición a la identidad nacional, ahora se reivindica una amazighidad común a todos los marroquíes y no solo a los bereberofonos”. Su rechazo de las ideologías particularistas, desautorizadas por numerosos militantes progresistas y revolucionarios desde 2011, le ha permitido también presentarse como un casi-movimiento de vanguardia. “Nuestro movimiento es la única fuerza que propone la edificación de un Estado federal. Sabemos hasta qué punto los bereberes han sufrido el centralismo y el Estado”, recuerda Ahmed Assid. Sus asociaciones trabajan activamente también en la construcción de una unión de los países del Magreb y en la reapertura de las fronteras terrestres entre Marruecos y Argelia, cerradas desde 1994. Independientes de los partidos y de los poderes, los militantes berberistas crean una cultura política autónoma y su movimiento abriga a menudo debates audaces. Por ejemplo, ha sido una asociación amazigh del Rif, en el norte de Marruecos, la que ha sometido a las demás fuerzas políticas, en diciembre de 2013, un proyecto de ley para legalizar el cultivo del cannabis que es el principal recurso del Rif, durante mucho tiempo una de las regiones más pobres del país. La idea ha sido tenida en cuenta y en estos momentos incluso el Parlamento la discute en Rabat.
(*) Jules Crétois es un joven periodista que trabaja en la redacción de la revista marroquí ‘TelQuel’, en Casablanca.