España y Europa sumidas en la perplejidad y China en un cambio acelerado

Antonio Sánchez-Gijón/CapitalMadrid.com
Pie de foto: Xi Jinping busca la paridad con los Estados Unidos
Este articulista ha mantenido durante meses su atención apartada de un tipo de cambios que, ejerciendo su influencia desde el ancho mundo, afectarán más profundamente, a plazos medio y largo, la seguridad y la prosperidad de nuestras sociedades, sean éstas la nacional, la europea o la occidental. Desde hace casi un año, lo que para nosotros no es sino coyuntural, le viene ganando todas las partidas a lo estructural.
La atención del autor ha estado absorta (¿sería más preciso decir ‘obsesionada con’’?) en los cambios políticos, a veces frenéticos pero siempre rápidos, producidos en los espacios relativamente pequeños que en el sistema internacional ocupan tanto España como la Unión Europea. Se trata, como se sobreentiende, del interregno parlamentario español, que en el mejor de los casos habrá durado diez meses, y el Brexit, que en sus aspectos legales durará al menos dos años y cuyas consecuencias económicas y políticas mantendrán a la Unión Europea en un alto grado de inestabilidad durante bastante más tiempo. Cinco años, creen algunos.
Hay un montón de carpetas en el ‘Dossier China’ que este observador no ha podido aún abrir para ofrecer a sus lectores un relato de los cambios más recientes producidos en el escenario geopolítico global, desencadenados a partir de noviembre de 2012, cuando Xi Jinping fue elegido secretario general del comité central del partido comunista chino y presidente de su comisión militar, y presidente de la República Popular de China desde marzo de 2013.
El historiador de la Universidad de Ginebra, Lanxin Xiang, caracteriza el actual ‘momento’ de China como el choque de dos incongruencias: la voluntad de Xi de restaurar el orden confuciano, derribado como consecuencia de la irrupción de Occidente en aquel imperio milenario, en el siglo XVIII, y su obsesión por mantener intacto el aparato de poder del partido comunista, una muestra acabada del racionalismo europeo más extremo. A esos aparentemente incompatibles fines se dirige su programa de “restauración” de los viejos valores, y su promoción mediante una campaña que él ha bautizado como “El Sueño Chino” (Survival, The IISS, jun-jul 2016).
Mientras el ‘toque’ confuciano da impulso moral a la campaña contra la corrupción actualmente en marcha, el Sueño Chino es interpretado como una restauración de la grandeza imperial del pasado, en la única versión que hoy es posible: con un fuerte tinte de nacionalismo reivindicativo, y un decidido programa de transformación económica, que incluye superar el modelo de crecimiento que ha llevado a China, desde los años setenta del pasado siglo, a alcanzar el status de segunda potencia económica del mundo, pero que ya da muestras de agotamiento y no puede asegurar el bienestar a los millones de chinos que no se han beneficiado de los avances económicos y sociales, debido a constricciones de tipo geopolítico, como es su localización alejada de las costas y los grandes ríos, en regiones dependientes de la agricultura y las materias primas.
La tensión entre estos dos espacios socio-económicos queda de manifiesto en unos pocos ejemplos: los 650 millones de habitantes de las regiones del interior viven con una media de $4/día, y un cuarto de la población total de China consume un producto agregado que solo representa el 1% del PIB nacional.
Con la mira puesta en seguir compitiendo con Europa
En vivo contraste, las regiones orientales ricas, altamente industrializadas, ya están entrando en lo que los sectores más avanzados gustan de llamar ‘Industria 0.4”, de robótica de grandes componentes, cuya tecnología los industriales chinos empiezan a comprar en Europa del Norte. En mayo pasado, el Grupo Midea ofreció comprar la industria alemana de robots Kuka AG por $5.100 millones, y en marzo ChemChina adquirió la sección de maquinaria de plástico de KlausMaffei por $1.000 millones. La firma Xiaomi se ha hecho recientemente con 1.500 patentes de Microsoft.
Dado que la oferta del Grupo Midea por Kuka AG tenía un alto sobreprecio, que desincentivaba a posibles compradores europeos, y ante el peligro de que Alemania y con ella la Unión perdieran un cierto ‘quantum’ de competitividad frente a China, el ministerio alemán de Industria reaccionó tratando de formar un consorcio europeo que hiciese no competitiva la adquisición por los chinos.
Al tiempo que China se prepara a rivalizar con las vanguardias tecnológicas de Europa y Norteamérica, mantiene una tenaz campaña de industrialización de las regiones más atrasadas, lo que requiere un esfuerzo vertiginoso de inversiones. En 2014, China invirtió nada menos que el 45% del PIB en actividades relacionadas con el desarrollo industrial.
La rápida transformación tiene efectos adversos. El principal quizás sea el pesado endeudamiento del sector privado (290% del PIB en 2015, 160% en 2007); aunque el del sector público es perfectamente sostenible: 55% del PIB. La sobreinversión ha causado un aumento del precio de la mano de obra, lo que ha restado competitividad a las exportaciones, lo que a su vez ha causado una apreciable reducción de las exportaciones, con la consiguiente disminución de las reservas del Banco de China, desde los cuatro billones de dólares de 2014 a los $3,3 billones al final del 2015.
La salida de capitales obedece en parte a políticas estratégicas del gobierno: concretamente, la inversión en infraestructuras en un número de países de Asia y África, y también en Latinoamérica, con el fin de apoyar la expansión comercial china, y la creación de fondos de capitalización en el extranjero que permitan a China jugar un papel significativo entre las instituciones financieras del mundo capitalista y permitir que el renminbi entre en la cesta de divisas internacionales. Relacionado con este problema se halla la necesidad de elevar la calificación de la lista del mercado chino de capitales, para hacerlo compatible con los índices de las economías capitalistas.
Las ineficiencias del mercado se deben en parte a problemas de corrupción administrativa. Así por lo menos lo entiende Xi Jinping, quien mantiene una dura campaña de persecución contra altos funcionarios del gobierno y jerarcas del partido, algunos de ellos sospechosos de representar un obstáculo al afianzamiento del poder de Xi. La campaña anticorrupción (la décima desde que Xi subió al poder) ha adquirido recientemente un carácter sistemático, pues ha sido renovada en relación con cien organismos del partido y del gobierno, que serán, o ya han sido, objeto de inspecciones, todo ello de cara al congreso del partido en 2017.
Tres vertientes de la competición con los Estados Unidos
Las reformas industriales y financieras, que hasta cierto punto entrañan un cambio de modelo económico, se completan con un decidido intento de lograr para China el status de superpotencia, en una celosa competición con los Estados Unidos. Esta rivalidad tiene tres vertientes: marítima, continental y espacial.
En la vertiente marítima, el roce (o choque) con los Estados Unidos) parece asegurado, como prueba el intento de Pekín de hacer del mar del Sur de China un predio chino. Este vector de su política internacional lleva a china a roces continuos con sus vecinos del sureste de Asia por los recursos marinos de la zona, y a peligros de choque armado con Filipinas. El Tribunal Internacional de la Haya debe arbitrar próximamente una sentencia en torno a esas aguas, pero China no reconoce su jurisdicción, a pesar de haber ratificado el Tratado Marítimo apadrinado por las Naciones Unidas.
Si China, que ocupa arbitrariamente algunos islotes de ese mar, los declara zona de exclusión aérea o marítima, son de temer peligrosos encuentros entre las fuerzas armadas chinas y las de Estados Unidos.
La dimensión continental de la expansión china tiene su exponente más actual en el plan conocido como ‘Un cinturón, un camino’, popularizado como la Nueva Ruta de la Seda, consistente en la construcción de líneas ferroviarias, carreteras e infraestructuras de energía y otras, para el comercio masivo entre China y Europa, pasando por casi todos los países de Asia central, para llegar al Mar Negro, a Georgia en el Cáucaso, y con un brazo en el puerto de El Pireo, y acceso a las redes ferroviarias europeas. Novecientos proyectos particulares han sido ya formulados, y se calcula que la inversión total necesaria puede alcanzar los $900.000 millones.
En cuanto a la dimensión espacial, el reciente lanzamiento del sistema Larga Marcha 7 acaba de poner en el espacio un satélite capaz de recoger ‘basura’ aeroespacial, y por tanto en disposición de atacar sistemas aerospaciales de otras potencias, incluidos, claro está, los de naturaleza militar, al tiempo que refuerza el sistema estratégico de misiles balísticos de su fuerza nuclear.
Es mucho lo que China ha cambiado hacia adentro y hacia afuera, sin que, al menos yo, me diese suficiente cuenta, ocupado en seguir los intemperantes cambios de humor de los partidos políticos españoles, y el rápido tránsito del buen al mal humor de los británicos, por culpa del endiablado referéndum.