El abismo brasileño

Javier Fernández Arribas
La crisis política del Brasil va a tener duras consecuencias para los propios ciudadanos brasileños por su repercusión directa en la crisis económica y, también, para los inversores extranjeros, entre ellos empresas españolas. La presidenta, Dilma Rousseff, atraviesa un momento crítico tras la aprobación en el Congreso de seguir adelante con el proceso de destitución y enviar el caso al Senado que tendrá la última palabra, por mayoría simple, para destituir de su cargo a la líder del Partido de los Trabajadores, en el poder en los últimos años. La lucha por el poder político está demostrando la falta de escrúpulos de una serie de personajes y de partidos que apoyaban a la presidenta Rousseff pero han cambiado de opinión por distintos intereses. Es el caso del vicepresidente Michel Temer, líder de un partido bisagra, que va a ser el mayor beneficiado si se culmina el proceso de impeachment, como lo llaman los brasileños. Pocos escrúpulos porque Temer ya está negociando la composición de un nuevo Gobierno con un tinte más de centro-derecha. El otro gran personaje de la trama e impulsor incansable del acoso a Rousseff es Eduardo Cunha, presidente del Congreso y con bastantes trapos sucios que lavar por sus cuentas en bancos suizos alimentadas con dinero, supuestamente, procedente de sobornos de la empresa nacional del petróleo, Petrobras. Las acusaciones contra la presidenta no son de corrupción personal; se trata de haber maquillado las cuentas del Estado para cuadrar los déficit y haber pedido créditos públicos para hacer frente a estos desequilibrios. Brasil ha pasado de ser uno de los grandes países emergentes con múltiples oportunidades de crecimiento, con políticas sociales del anterior presidente, Lula da Silva, que sacaron de la pobreza a 20 millones de personas, a un decrecimiento de más de tres puntos de la economía, con un enorme malestar popular que se demostró antes y durante la celebración del Mundial de Fútbol por el enorme gasto exigido por este gran acontecimiento mientras había múltiples necesidades de millones de ciudadanos sin cubrir. La celebración de los Juegos Olímpicos de Río de janeiro para este próximo verano es otro río de gasto que ha provocado numerosas protestas. Pero, también, han propiciado casos de corrupción que junto con la inagotable Petrobras ha sumido el ambiente brasileño en una densa humareda maloliente con una enorme frustración entre los ciudadanos. La salida de Rousseff no garantiza nada mejor, en principio.