Europa: de la ampliación a la Operación Atalanta

Banderas de la Unión Europea - PHOTO/FILE

Es de sobra conocido que la humanidad pasa por un periodo de cambios geopolíticos acentuados. Una apreciación del periódico El Economista sitúa a China como la primera potencia del mundo en 2037, según prevé el Center for Economics and Bussiness Research (CEBR). 

  1. La realidad europea

No deja de ser un futurible que tal estimación, a la velocidad de transformación mundial, puede quedarse en un simple estudio prospectivo. La realidad diaria también necesita prospectiva del futuro inmediato, ya que, por torpeza, desconocimiento o ideología, todos ayudamos a aumentar la complejidad de los procesos y es bien conocido que ese aumento de complicación se traduce en otro de incertidumbre.

Por su parte, el politólogo futurista Abishur Prakash, autor del libro “El mundo es vertical: cómo la tecnología está rehaciendo la globalización” aporta su visión al asegurar que “el mundo está entrando en un período de “globalización vertical”, con la formación de nuevos bloques geopolíticos en todo el mundo. Y a medida que el mundo se divide en múltiples grupos, estos nuevos bloques –tanto formales (es decir, alianzas) como informales (es decir, corredores comerciales) – podrían remodelar todo, desde las cadenas de suministro hasta la sostenibilidad”.

La realidad europea

Del futuro pasemos al pasado. Europa despertó de sus ensoñaciones un día de febrero de 2022, al iniciarse la invasión militar de Ucrania por las Fuerzas Armadas rusas. No por previsible, dejó de sorprender a unos europeos, costumbrados a que, mientras ellos se encargaban de iluminar con sus ideas al mundo, el amigo americano estaba dispuestos a defenderla. La realidad se impone y el proyecto europeo se retuerce entre la incertidumbre y ese campo abonado de ideas. Y así, la ampliación de la UE podría contemplarse como un síntoma de desasosiego.  

La presidenta de la Comisión Europea Úrsula von der Leyen ha recomendado la apertura de negociaciones de adhesión para Ucrania y Moldavia. También ha concedido a Georgia el estatus de candidato para entrar en la Unión Europea. Además, se proyecta que Bosnia y Herzegovina, así como otros países de los Balcanes occidentales, se unan a la Unión Europea. La lista de países que se verían profundamente influenciados por el proyecto está destinada a ampliarse aún más con Armenia.

Una vez anunciada la ampliación, el debate se centraría en cuándo y cómo se va a llevar a cabo la misma. Sus implicaciones, tanto a nivel global como europeo, van a afectar a la propia naturaleza interna de la UE, ni se han enunciado, ya que su equilibrio interno cambiaría profundamente. Parece lógico que el “end state” del proyecto debería ser anunciado.  

También habría que evaluar cuidadosamente otro aspecto muy importante: el geopolítico. Las nuevas adhesiones formarían un cordón fronterizo con Rusia que, siendo susceptibles de integrarse en la OTAN, podría ser percibido por Moscú así. En este sentido, el ofrecimiento de adhesión a Ucrania se antoja condicionado al desenlace de la guerra. La adhesión de Bosnia y otros países de los Balcanes occidentales también tendría repercusiones con respecto al papel que Rusia ha desempeñado tradicionalmente en los Balcanes. Es más que cuestionable que la ampliación propuesta por la UE no entrañe una potencialidad conflictiva. Sería necesario reflexionar sobre el precedente de Ucrania, ya que el oportunismo político, con frecuencia, sustituye a la reflexión, con el resultado de proporcionar menos claridad sobre los hechos. El temor de Rusia por su propia seguridad es una de las causas del conflicto entre la Federación Rusa y Ucrania. 

Parece que la premisa decisiva para determinar el futuro de Europa no pasa por su ampliación, sino por la sostenibilidad de la seguridad transatlántica, algo que depende de que Washington pueda evitar el dilema estratégico de la elección entre Asia o Europa. Si la amenaza del expresidente Trump de retirarse de la OTAN y la invasión rusa de Ucrania no estimularon a los aliados europeos de Estados Unidos a corregir el desequilibrio estructural en la defensa transatlántica, la pregunta es: ¿qué podría hacer esa asociación de seguridad como proyecto sostenible? 

Durante el periodo de hegemonía global de Estados Unidos, Washington pudo soportar esfuerzos en Europa, Oriente Medio, Oriente y Asia. Actualmente, los conflictos militares en Europa y Oriente Medio, junto con el agresivo revisionismo ruso y la creciente capacidad chinas de proyección de poder, crean una amenaza compleja ¿prolongada y global? para Estados Unidos que requiere un apoyo europeo fiable y de largo plazo.

Los aliados europeos han llevado a cabo, en los últimos años, un cambio importante, ya que junto con Canadá gastan en Defensa  un 62% más de lo que lo hacían si se toma como referencia el presupuesto cuando se produjo la invasión de Crimea en 2014. Pero este aumento no se adecúa al presente deterioro del entorno de seguridad global; más particularmente, Estados Unidos necesita reforzar su postura estratégica en el Indo-Pacífico para ejercer la correspondiente disuasión en vista de un potencial conflicto. 

Los líderes transatlánticos deben abordar esta situación de alto riesgo potencial y diseñar las capacidades tecnológicas y militares necesarias resultantes del diseño operacional resultante del diseño estratégico. El subsiguiente reparto de cargas para ello se conforma como el nuevo objetivo político de la OTAN, consecuencia de pasar de un objetivo de gasto abstracto a otro de compromisos tangibles, impulsados por la finalidad estratégica. La Alianza está a punto de tomar decisiones cruciales en materia de planificación de la defensa, lo que crea la necesidad de reconceptualizar los roles y una defensa transatlántica preparada para el futuro.

El nuevo frente abierto en el mar Rojo, Irak, Líbano e Israel, bajo la dirección de Teherán, tiene visos de activarse de forma que constituya una amenaza a la paz mundial, afectando a “choke points” esenciales para el comercio mundial; lo que ha producido la alteración de las consiguientes cadenas de suministros, al activar otras rutas marítimas y encarecer los costes de los viajes y los seguros. Europa queda afectada gravemente.

En el ámbito marítimo de este escenario, la UE patrocinaba una operación naval, “Atalanta” contra la piratería. El “leitmotiv” era la protección de los “global commons”, en este caso la libertad de navegación. Algunos países de la UE ponen inconvenientes a una operación liderada por los Estados Unidos. El inicio de tal cambio de criterio provino del Estado que desempeña la presidencia de turno: España. La falta de criterio estratégico se puso de manifiesto al primar motivos ideológicos. A la espera de cómo se desarrollen los hechos, no cabe duda de que Estados Unidos habrá rebajado la confianza en la cohesión de Occidente.