
Una actividad en política internacional, que se ha ido imponiendo en nuestro tiempo, es la introducción de un vocablo en la narrativa política, con la intención de solucionar un problema. Así, cuando surgió la nueva guerra en Europa, se puso en circulación el calificativo de “geopolítica” para adjetivar una de las “naturalezas” a la Unión Europea.
Pero su justificación se convierte en un nuevo problema, ya que hay poca claridad sobre el significado del término al ser polisémico y controvertido. Se utiliza principalmente en dos amplias acepciones: en primer lugar, centrándose en el papel de la geografía en la política internacional y, en segundo lugar, como sinónimo de “política de poder”, en contraposición a un orden basado en reglas. La expresión “Europa geopolítica” se utilizó y sigue empleándose, desde antes de la invasión rusa de Ucrania, en sentidos de significados confusos.
Quienes aluden a una Europa más “geopolítica” rara vez explican la acepción que emplean. Lo más normal es que, en circunstancias como esta, se siembre confusión intelectual al producirse un debate inane. Sirva de referencia el muy comentado episodio de la entrevista televisiva al canciller alemán Olaf Scholz, al mes de la invasión rusa a Ucrania. El canciller dijo: "Lo que me asustaba es este increíble énfasis en la geopolítica en el pensamiento del presidente ruso", dado que pensar en esos términos era rechazar el "orden de paz" europeo. A su vez, la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen, y el alto representante para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, instaban a la UE a volverse más “geopolítica”, en tanto que Scholz todavía veía la “geopolítica” como algo que debía rechazarse en lugar de admitirse.
De lo que puede extraerse de conversaciones y entrevistas, los apologistas de una UE más “geopolítica”, defienden, de forma amplia, la idea de que Europa debería ser una “tercera fuerza”, (¿Potencia?), en la política internacional, tras Estados Unidos y China. No se conocen intentos serios para aclarar cómo puede reconciliarse con la propia idea de la UE, que durante mucho tiempo fue entendida desde el punto de vista europeísta, como la “antítesis de la geopolítica”, en dos sentidos distintos derivados de las dos acepciones del término indicadas anteriormente.
El significado de “geopolítico” como calificativo de la UE, que conforma el debate actual, más académico que político, gira en torno al contraste entre el modelo de reglas: “Orden mundial”; y el de “relaciones de poder” en la política internacional: “Geopolítico”. Hay que tener presente que los conceptos importan siempre que se empleen como impulsores de la acción, de lo contrario, permanecerán limitados al ámbito académico, algo frustrante.
Se asegura que la asunción de la cualidad “geopolítica” no prescinde de los valores que sostienen la base civilizacional de la UE, pero tampoco se aclara si se prescinde de los supuestos optimistas que se desprenden de ello y a la vez, en abierta contradicción, se reevalúan los riesgos asociados con la interdependencia económica. Europa reconoce que la interdependencia una y otra posición puede utilizarse como arma con fines políticos y no implica necesariamente una transformación liberal de los sistemas políticos en todo el mundo. En resumen, se oficializa que estamos ante un cambio radical en la percepción que desde la UE se tenía del mundo y ello afecta a la, hasta ahora, consideración del europeísmo como luz del mundo.
Se predica que la UE procede de un proceso innovativo de las Comunidades Europeas, pero más se parece a una transmutación, ya que son conceptualmente distintas. Fue el fin de la Historia, el que la generó como un faro que implantaría el poder político basado en reglas, como método de relación entre los países que formaban parte del celestial proyecto europeo y que posteriormente se iría exportando e imponiendo en la política internacional. Esta versión primigenia sólo es asumible si se tiene en cuenta el ambiente desatado por la euforia de la “victoria” en la “Guerra Fría”, menos realista y más liberal.
Durante su vigencia, el discurso de la UE no ha proclamado como finalidad el alcance del estatus de gran potencia, nivel que desde el europeísmo se consideraba algo obsoleto. Para explicar su naturaleza se asimiló a una potencia “normativa” particularmente adecuada para desempeñar un papel en la transformación de la política internacional. Sin embargo, durante los últimos años, desde Bruselas, se viene admitiendo que, en vez de transformar la política internacional, la UE debe transformarse y adaptarse a ella. El alto comisionado Borrell comunica sin cesar que la UE debe “aprender a hablar el lenguaje del poder”.
Una Europa Geopolítica podría definirse como aquella que surge de una evaluación realista del sistema internacional, lo que significa la aceptación de su naturaleza compleja, y por lo tanto conflictiva, la disposición a reducir sus vulnerabilidades, una menor confianza en la capacidad de la interdependencia económica para influir en las relaciones internacionales y la disposición para la confrontación política cuando nuestros intereses estén en juego.
Esta adecuación de la conceptualización de geopolítica tiene particular sentido cuando se refiere específicamente a la Comisión Europea, que está más orientada al cumplimiento de las reglas propias de la UE, en particular a las del mercado único. Es de suponer que esta versión de la geopolítica era la que Von der Leyen tenía en mente cuando prometió una “comisión geopolítica” en 2019. Por lo tanto, la implicación era que su Comisión dejaría de confinar su actividad en las reglas y actuaria en términos estratégicos más realistas en relación con el ejercicio del poder, particularmente en el ámbito económico que le otorga el tamaño de su mercado. Así las cosas, se preocuparía menos por la coherencia ideológica y apuntaría a pensar de manera más estratégica o, para decirlo de otra manera, en defensa de intereses.