Sánchez firma el 5 % de la OTAN y, a renglón seguido, le aplica el “factor K”
- No he sido yo, han sido las Fuerzas Armadas
- Sus homólogos han evitado encontrarse cara a cara con Sánchez
A renglón seguido, Sánchez ha hecho de su capa un sayo, ha obrado según su personal criterio sin tener en cuenta el acuerdo recién alcanzado de forma colectiva por los 32 socios de la Alianza Atlántica y ha aplicado su poderosa y devastadora arma secreta, que no es otra que el “factor K”.
Sin pestañear, Sánchez ha suscrito muy a su pesar y a regañadientes la propuesta presentada por el secretario general de la OTAN, el neerlandés Mark Rutte, de incrementar los gastos e inversiones en defensa hasta el 5 por ciento en el horizonte de 2035. Sánchez, erre que erre, se manifiesta en contra, y asegura que España con el 2,1 por ciento del PIB, “va a cumplir en tiempo y forma con los objetivos de capacidades a los que se ha comprometido”.
Y en la conferencia de prensa celebrada al concluir la cumbre, a preguntas de una periodista, ha confirmado que España va a dedicar el 2,1 por ciento y no el 5, como el resto de miembros de la OTAN, quizás porque los españoles seamos más listos que el resto. Y ha recalcado que tal porcentaje “es un presupuesto sostenido, que vamos a mantener a lo largo del tiempo para cumplir con nuestros objetivos de capacidades”.
Otra periodista española le ha planteado que “algunos aliados, y también el secretario general de la OTAN, ponen en duda que con el 2,1 por ciento del PIB” se pueda hacer realidad lo acordado en el documento de Objetivos de Capacidades que el 5 de junio firmó la ministra de Defensa, Margarita Robles, en la sede la Alianza en Bruselas. El presidente echa balones fuera y responde que “no soy yo quien ha dicho el 2,1 por ciento”.
No he sido yo, han sido las Fuerzas Armadas
Argumenta que “son las Fuerzas Armadas, es el Ministerio de Defensa, quien dice que esas capacidades que han sido acordadas por nosotros y el resto de Estados miembros dentro de la Alianza Atlántica se pueden responder con un 2,1 por ciento de nuestro PIB. Por tanto, no he sido yo”. Con casi 8 años ejerciendo de presidente del Gobierno y que a estas alturas Sánchez confunda las Fuerzas Armadas con el Ministerio de Defensa es, cuanto menos, lamentable.
Si alguno de los mandatarios asistentes al cónclave de la Alianza albergaba algún resquicio de duda sobre la compleja personalidad del presidente español, ayer miércoles, 25 de junio, habrá podido constatar cómo Pedro Sánchez es capaz de maquillarse para realzar un rostro agresivo y, sin el mínimo rubor, hacer una afirmación y la contraria en el lapso de tiempo de escasos segundos.
El apartado 3 de la declaración de La Haya dispone que los aliados acuerdan que el 5 por ciento comprenderá dos categorías esenciales de inversión en defensa. Al menos el 3,5 de su PIB anual en el horizonte de 2035 debe estar dedicado a “financiar de las necesidades básicas de defensa y al cumplimiento de los Objetivos de Capacidad de la OTAN”. Para velar por su cumplimiento, los 32 países acuerdan “presentar planes anuales que muestren una trayectoria creíble y progresiva para alcanzar el objetivo”.
Los 32 mandatarios asumen que aportarán hasta el 1,5 % del PIB anual para proteger infraestructuras críticas, defender redes, garantizar la preparación y resiliencia civil, impulsar la innovación y fortalecer la base industrial de defensa”. Y proclaman que la trayectoria y el equilibrio del conjunto del gasto en el marco del plan “se revisará en 2029 a la luz del entorno estratégico y los objetivos de capacidad actualizados”.
Así pues, la OTAN está dispuesta a soltar cuerda y dejar hacer a Pedro Sánchez, para que demuestre que con el 2,1 es capaz de hacer realidad lo que las 31 restantes naciones asumen que necesitan el 5 por ciento. Para comprobarlo, los técnicos de la Alianza van a estar año tras año echando el aliento sobre el cogote de España para verificar si el gobierno Sánchez cumple su palabra.
Sus homólogos han evitado encontrarse cara a cara con Sánchez
En un análisis de urgencia, Pedro Sánchez ha jugado en la recién acabada cumbre de la OTAN con varias barajas. Hay que tener en cuenta que el día a día del presidente está agarrotado por tres férreas tenazas, que le asfixian un poco más cada día que pasa. En primer lugar, están los chantajes políticos y económicos a los que le someten sus socios de Gobierno, que son los que le sacan las castañas del fuego en las votaciones en el Congreso, pero unas veces sí y otras no.
Por otro lado, está la soga que le envuelve el cuello por la presunta corrupción que invade a su familia directa y a su partido, que paso a paso se aproxima peligrosamente y con paso firme hacia su persona.
Una tercera argolla es la que deja constancia que, cada día que transcurre, se hace más evidente la creciente pérdida de su ya muy limitada credibilidad e influencia internacional, la escasa que alguna vez haya podido tener Sánchez en el escenario global. Y para muestra unos recientes ejemplos. Sus homólogos en La Haya evitaban encontrarse cara a cara con el presidente español para no ser captados en una conversación o diálogo por las cámaras de televisión y los fotógrafos.
Pedro Sánchez tan sólo ha podido intercambiar unas palabras con el presidente turco Erdogan, próximo a su sillón en la sala donde se ha celebrado la cumbre. Pero no ha cruzado palabra alguna, salvo los buenos días de cortesía y poco más, con sus vecinos de mesa, los primeros ministros de Suecia, Ulf Kristersson, y de Eslovenia, Robert Golob, dado que uno y otro se sientan al lado, algo que le han sacado a relucir los periodistas en la conferencia de prensa.
La escasa influencia de su persona sobre los líderes de los países democráticos tiene otro ejemplo palmario. Sánchez no ha aprovechado la presencia en la ciudad neerlandesa de 31 altos mandatarios de Europa, Canadá y Estados Unidos para mantener algún que otro importante encuentro bilateral con alguno de ellos, ni siquiera con uno sólo.