Ecos irlandeses en Málaga y su Sociedad Económica

Real Sociedad Económica de Amigos del País
Como es bien sabido, un mágico, aunque olvidado, nexo histórico une Irlanda con las costas del sur de España

Los azares de la Edad Moderna trazaron la ruta que, a través de cartas marítimas y portulanos, siguieron muchas familias hasta Andalucía. Y, como en toda buena travesía, no faltaron los vientos para llevar cada barco a su destino. Especialmente durante la centuria dieciochesca. 

La razón última de la emigración formaba parte del equipaje particular de cada viajero irlandés. En algunos casos, predominaban los intereses económicos. Se trataba de alcanzar la vieja aspiración de hacerse rico, encontrando El Dorado en una región que concentraba el comercio colonial con la América española. 

En otras ocasiones, respondía a la protección familiar brindada en comunidades de compatriotas establecidas ya durante los siglos XVI y XVII. Por último, se encontraban las facilidades que la corona española otorgaba a los católicos irlandeses, perseguidos por las tristemente célebres “Penal Laws”. 

En un mundo que se transformaba, a pasos agigantados, por el avance de la Ilustración y el auge del Comercio Atlántico, muchos habitantes de la vieja Hibernia encontraron en Málaga, a tres mil kilómetros de su tierra natal, el nuevo hogar con el que soñaban. Su verdadera “Ciudad del Paraíso”, si me permiten utilizar la expresión acuñada muchos años después por el célebre poeta y Premio Nóbel, Vicente Aleixandre. Los más afortunados incluso llegarían a ser piezas clave de la burguesía comercial de la milenaria urbe que les dio cobijo. 

Durante el reinado de Carlos III, Málaga vive una época de expansión. Se consolidan algunos de sus elementos más emblemáticos como la “Manquita”, su inacabada Catedral, el Acueducto de San Telmo o la neoclásica Aduana, hoy un notable Museo de Bellas Artes. Mientras se levantaban los suntuosos palacios de la Alameda, en la periferia nacen nuevos barrios para alojar a una población en expansión. La vida económica se basaba en la exportación de los frutos del fértil hinterland de la ciudad. Desde los bulliciosos muelles del puerto, toneladas de uvas, limones, almendras y otros productos elaborados como las pasas, el pan de higo y, especialmente, los vinos, circulaban hacia los principales mercados del norte de Europa y del Nuevo Mundo. Era el célebre comercio marítimo malagueño, en el que el papel de la comunidad irlandesa resultaba fundamental, ya que aglutinaba a casi el 50 % de las casas que se dedicaban a esta actividad.

Por eso, cuando en noviembre de 1788, un grupo de habitantes de la ciudad solicita al Rey la creación de una Sociedad Económica de Amigos del País, ocho irlandeses  no dudan en sumarse decididamente al proyecto. Eran Juan Galway, miembro de la Orden de Carlos III y los comerciantes Juan Murphy, Diego Power, Timoteo Power, Diego Quilty, Tomas Quilty, Diego Terry y Guillermo Terry. Pese a sus apellidos extranjeros, les movía la misma intención que al resto de los ciento treinta y un fundadores de “La Económica”: promover proyectos beneficiosos para sus vecinos y difundir los avances agrarios, científicos y técnicos que se estaban produciendo en el mundo.

Hoy, doscientos treinta y siete años más tarde, la huella de aquellos inquietos y esforzados comerciantes permanece en esta bulliciosa y vibrante urbe mediterránea, que cuenta ya con casi seiscientos mil habitantes y que será testigo de la apertura, en los próximos meses, de un Consulado General de Irlanda. Si, como en aquellos tiempos que hemos querido rememorar hoy en nuestro artículo, los azares de la vida, o de un buen viaje, le llevan desde alguno de los treinta y dos condados de Eire a Málaga, la ciudad natal de Pablo Picasso, no dude en acercarse a la Plaza de la Constitución. 

Allí, en el corazón de un destino tan internacionalmente reconocido como la Costa del Sol, tómese un tiempo para contemplar el armonioso crisol de mármoles grises y blancos de la fachada de la Casa del Consulado, sede de la Sociedad Económica de Amigos del País. Si pone la suficiente atención, confundido con la brisa de la bahía, y el graznido de las gaviotas, podrá escuchar, al atardecer, el eco de aquellos intrépidos comerciantes. Lejos de su patria, se fundieron con la tierra que los acogió sin olvidar, nunca, sus orígenes en la Isla Esmeralda.

Salvador David Pérez González (Málaga, 1978) es Doctor en Historia por la Universidad de Málaga y experto universitario en Patrimonio y Gestión Cultural por la Universidad de Sevilla. Dedicado, profesionalmente, a la enseñanza secundaria recibió, en 2022, el Premio Internacional España-Irlanda, concedido por la Universidad de Málaga y el Centro de Estudios Iberoamericanos y Trasatlánticos.