Equilibrismos geopolíticos en el subcontinente asiático

Santiago Mondéjar. Consultor estratégico empresarial
Pie de foto: Saludo del presidente ruso, Vladimir Putin, y el primer ministro de la India Narendra Modi
Es plausible especular con que 2016, el año de triunfo del populismo nativista en EEUU y Reino Unido, sea interpretado por futuros historiadores como el año en el que el tándem anglo-nortemericano inició su caída en el ranking de influencia internacional. Con frecuencia, la maquinaria de distracción que proyecta el poder blando anglo-sajón genera tal cantidad de ruido mediático, que somos incapaces de oír las señales que apuntan al surgimiento de un nuevo orden multipolar más simétrico. Y, sin embargo, los indicadores están a la vista de todos: la británica Standard Chartered acaba de publicar un estudio que prevé la superación de la economía norteamericana por la de la India en torno a 2030, siguiendo la estela china.
Si prestamos atención a las dinámicas en el subcontinente indio, observaremos que el gobierno indio está jugando simultáneamente varias partidas de ajedrez chino, cuya intrincación determinará el balance geoestratégico regional en la segunda mitad del siglo XXI.
Por una parte, la actual relación entre Rusia e India es apenas una sombra de lo que fue antes de la desintegración de la antigua Unión Soviética, y los resultados de la Cumbre de Sochi entre el presidente ruso Putin y el primer ministro indio Modi a mediados de 2018, seguida por la visita aérea de Putin a Nueva Delhi en octubre de 2018, parecen ser más nominales que tangibles. Detrás de la declaración de una Alianza Estratégica Especialentre ambos países, no hay elementos tangibles que lleven a pensar en una restauración del grado de entrelazamiento existente en el Tratado de Amistad Indo-Soviético, sino que en realidad va poco más allá de una relación comercial ceñida al suministro de unos sistemas de tecnología militar avanzada que la India no puede obtener de otros proveedores. No obstante, la India persigue una política basada en establecer relaciones multilaterales compartimentadas con otras potencias, esforzándose en que ni haya conflicto de intereses estratégicos ni se otorguen ventajas objetivas a una potencia sobre otra.
El ejemplo más palmario de estos equilibrios los tenemos en Estados Unidos. Cuando la inercia de la mentalidad de Guerra Fría en el Departamento de Estado norteamericano empujó a una existencialmente debilitada Rusia a entenderse con China -una bestia a ojos indios- primero comercialmente, y últimamente militarmente, incentivó a la India a ejercer una política orientada a vincularse con un poder compensatorio alternativo. Un acicate adicional para diversificar las alianzas indias vino de la mano de la gravitación rusa hacia Pakistán, en clave de formulaciones de políticas para el sur de Asia implícitamente favorables a China, y que por ende aumentaron la capacidad militar de Pakistán versus la India.
Siendo EEUU el candidato ideal a efectos de contrapeso, ambos países alcanzaron convergencias estratégicas importantes relativas el ascenso militarista de China, materializadas en el encaje de la India como socio de propio derecho en el Marco de Seguridad Indo-Pacifico, que auspicia Estados Unidos para contener el auge chino. La ausencia de contenciosos históricos o fricciones bélicas entre EEUU y la India, hace que Norteamérica tienda a depositar en la India una confianza estratégica privilegiada, que se traduce en acuerdos que favorecen la consolidación de ésta como la potencia primordial del perímetro índico, tal y como quedó plasmado en los acuerdos militares suscritos en la Reunión de la Cumbre 2+2entre Estados Unidos e India celebrada el pasado mes de septiembre en Nueva Delhi.
Sin embargo, y a pesar de la determinación mostrada por el presidente Modi para hacer que la India alcance la auto-suficiencia en términos de producción de armamento avanzado, este es un escenario situado al menos a diez años vista, por lo que el país seguirá teniendo una dependencia crítica de los suministros rusos, como se ha vuelto a poner de relieve recientemente con la provisión rusa de sistemas de defensa aérea de última generación S400, y la cesión de submarinos de propulsión nuclear, que tuvieron la virtud añadida de limitar el desasosiego que el rearme paquistaní gracias a la compra de armas rusas creó entre las autoridades militares indias. Por lo tanto, la India no tiene capacidad de maniobra real para tratar de inducir un alejamiento geoestratégico ruso de China.
Como no podría ser de otra manera, Beijing, lejos de estar instalada en la inopia, es perfectamente consciente de los movimientos geopolíticos indios y, ni baja la guardia, ni deja de marcar su territorio siempre que se presenta la oportunidad. La última ocasión para ello se la brindaron los intentos de la India por ser miembro del influyente Grupo de Proveedores Nucleares, para lo cual se había ganado a pulso el apoyo de Rusia y Estados Unidos, y que se vieron frustrados al final por la firme oposición de China, justificada bajo la coartada de que la India no es firmante del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. En otro plano, y con un timing impecable, China lanzó un aviso para navegantes el pasado mes de agosto, llevando a cabo intensas maniobras militares en la meseta tibetana, situada en las inmediaciones de la frontera con India, de las que se deriva un mensaje diáfano: si Nueva Delhi comete un error de cálculo, Beijing no vacilará en ser resolutiva.
En consecuencia, la estrategia india que pasa por obtener un distanciamiento entre Rusia y China solo parece factible como consecuencia de una reformulación norteamericana de sus políticas hacia Rusia, que pasen por ofrecer incentivos materiales a Moscú, para que revierta su lucrativo alineamiento multinivel con Beijing, y que habrían de incluir también una expresión de mayor empatía respecto al espacio vital ruso que abarca desde el Mar Negro hasta el Báltico. Hoy por hoy, este es un prospecto lejano, dados los imperativos de la política doméstica estadounidense, por lo que es de esperar un corrimiento gradual del centro de gravedad geopolítico hacía el vector indo-pacífico durante los próximos años, traducido en un juego de suma variable que permitirá una reluctante conllevancia entre pares.