El ITER de Tenerife brinda a Hawking una instalación de placas solares en su casa de Cambridge

Por Carmelo Rivero (*)
Foto: Stephen Hawking y el periodista Carmelo Rivero durante la visita al Instituto Tecnológico de Energías Renovables de Tenerife.
El presidente del ITER, Ricardo Melchior, ofreció este lunes al físico británico Stephen Hawking la instalación, por parte del centro con sede en Granadilla, de placas solares en el domicilio del científico en Cambridge, y el autor de ‘Breve historia del tiempo’ agradeció con una ancha sonrisa el regalo del expresidente del Cabildo. El gesto de Melchior, durante la visita del cosmólogo al Instituto Tecnológico de Energías Renovables (ITER) se produjo tras mostrar el científico un inusitado interés por la energía fotovoltaica al verse rodeado de los grandes paneles del polígono, hasta el punto de que pidió subir a la azotea a ver de cerca una de las plantas fotovoltaicas. “Este es un viaje (el del científico a la isla de Tenerife procedente de Southampton) que extiende las fronteras del conocimiento”, había sintetizado el presidente del Cabildo, Carlos Alonso, en la rueda de intervenciones que precedió a la llegada de Hawking al complejo tecnológico. El presidente de la CEOE de Tenerife y de la Fundación Canaria Starlight para la difusión de la Astronomía, José Carlos Francisco, me cita, entre los logros que ensanchan las capacidades de la ciencia, precisamente, el supercomputador que se aloja en el mismo sitio donde estamos, un auténtico reclamo en esta visita bajo la aureola de Hawking. Junto a nosotros se encuentra el consejero de Innovación, Antonio García Marichal. Hawking paseó entre los molinos de viento del instituto, en un día soleado bajo la brisa permanente del parque, y en todo momento se mostró a gusto por estar en el corazón de un laboratorio de tecnología punta asociado a los grandes retos de la ciencia. Los avances del ITER en energías renovables y medioambientales, su espíritu ecológico en la urbanización de viviendas bioclimáticas de que dispone y la luz que desprendía una agradable mañana otoñal hacían que Hawking se sintiera “feliz”, como reiteró en público y ante las cámaras de la Televisión canaria.
Hawking mete la cabeza en el supercomputador
El plato fuerte de la visita del Premio Príncipe de Asturias 1989, más allá de los aerogeneradores y placas solares, fue la ‘joya de la corona’ del centro, el supercomputador Teide HPC, diseñado y construido por la compañía Atos, la segunda máquina de su género en España y la número 138 de las quinientas más potentes del mundo. La importancia de la función de este supercomputador, que realiza el trabajo de 10.000 ordenadores, está vinculada a la capacidad operativa del cableado que recorre el costado occidental de África, a través del proyecto ALIX que lidera el Cabildo tinerfeño, según subrayó el presidente de la institución, Carlos Alonso. Iván Lozano, de Atos, y Ángel Ruiz, de Global Alliance Manager Emc, describieron la envergadura del gigante tecnológico financiado con cargo a los fondos FEDER de la Unión Europea, cuya importancia como nicho de proyectos de futuro en el mundo de las tecnologías de la información y la comunicación (Tics) sitúa a Tenerife en la vanguardia de las redes de transmisión de alta velocidad. La visita de Hawking resultaba una ‘bendición’ para unas infraestructura que compite y abandera con su capacidad tecnológica grandes iniciativas a corto plazo. La jornada comenzó con ponencias a cargo de expertos de las citadas compañías, y alcanzó su cenit cuando entró en el salón de actos del ITER el científico más requerido desde hace cincuenta años, que pasa un mes de descanso en Tenerife, con motivo de su participación en el Festival Starmus, gracias a los buenos oficios del astrónomo hispano-armenio Garik Israelian, director de un formato de ‘música de las estrellas’ que ha dado la vuelta al mundo. Israelian, tras cosechar un sonoro éxito en la segunda edición de Starmus clausurada el sábado en el Auditorio con la segunda conferencia de físico británico en la isla, acompañó a su amigo Hawking durante la visita.
El pasillo oscuro
Hawking posee una engañosa fragilidad física (se desplaza en silla de ruedas con ventilación asistida), que se ve desmentida por su extraña vitalidad. No renuncia a ver todo aquello que sus ojos puedan apreciar y evita rendirse aun cuando el agotamiento le pase factura. En esta ocasión, quiso entrar en las tripas del supercomputador, atravesar el pasillo interior, un corredor a bajísima temperatura, que hizo dudar a las enfermeras del científico ante el evidente riesgo para un superviviente de ELA tras medio siglo de enfermedad que sufrió una pulmonía en 1985, precisamente durante una visita similar al CERN, el acelerador de partículas, en Ginebra, que le obligó a someterse a una traqueotomía, en la que perdió el habla. Pero Hawking, como en tantas ocasiones de este viaje aventurero por Tenerife, no se arruga ante la adversidad (bastante le ha costado aceptar la prohibición de sus médicos a subir al Teide y al Roque de los Muchachos), e inclinó la cabeza autorizando su acceso a la cámara de módulos oscuros del supercomputador, un pasadizo siniestro entre los engranajes informáticos de la ‘cabeza’ del macroordenador, como si se tratara de las sinapsis de un cerebro humano. Lo seguí por esa ruta a través de la galería y salimos, por fin, al otro lado, donde la temperatura recobró su normalidad.
Wilson y Hawking: la amistad
Momentos antes, el premio Nobel de Física Robert Wilson (coautor del hallazgo accidental en 1964 de la radiación cósmica del fondo de microondas, que Hawking repite en sus conferencias como un estribillo) se dirigió a los asistentes, como si supliera las dificultades expresivas de su amigo inglés. Wilson y Hawking han cimentado una estrecha amistad durante su encuentro en la isla convocados por el Festival Starmus, y suele estar a su lado. (El sábado, en el Auditorio, tras la conferencia de clausura de Hawking, lo acompañó con afecto y compañerismo, casi fue el único que no se separó de él.) Wilson contó sus impresiones, después de que visionáramos un vídeo con la simulación del nacimiento de un cúmulo de galaxias. El fotógrafo Roberto de Armas y el director científico del Parque Etnográfico Pirámides de Güímar, con los que compartí la experiencia de seguir de cerca a Hawking en este ‘periplo’ por el ITER, no ocultaban su sorpresa por la curiosidad del visitante que todos rodeaban. De Armas disfrutaba fotografiando a un personaje que se deja querer por la cámara, y Valcárcel, hijo del gran pintor de los 70, guardaba detalle de todo, hablaba con la esposa de Wilson y con el Nobel, miraba incrédulo a Hawking por su insaciable afán de saber. Hawking preguntó, dentro de sus limitaciones (una palabra por minuto a través del ordenador y el sintetizador de voz), por el funcionamiento y mantenimiento del supercomputador, quería saber cómo se nutría de la energía de los paneles y los aerogeneradores, penetró hasta las oficinas de control de la potente ‘máquina calculadora’ y continuó a la carga con sus preguntas de científico y divulgador autor del superventas ‘Breve historia del tiempo’, que leyeron diez millones de personas en el mundo en medio centenar de idiomas. Manuel Cendagorta, director gerente del ITER, iba respondiendo con un ojo en la pantalla del ordenador del físico y otro en su rostro sonriente y relajado, a cada interrogante sobre la generación de la electricidad que consume el ‘monstruo’ y la eficiencia de las instalaciones.
Un hombre feliz en una silla de ruedas
Hawking pidió ir en ascensor a las plantas superiores del ITER, un centro que se multiplica para fabricar aviones solares y escudriñar la vida de los volcanes. Dio las gracias por la acogida, y reescribió para las cámaras de la TVC el mensaje que había compuesto en directo durante siete minutos de silenciosa espera en el salón de actos. A la periodista Beatriz Rodríguez le reprodujo sus palabras con la voz yanqui robotizada que el sintetizador asigna a Hawking como si se tratara de un doblaje en el que nos familiarizamos con la voz prestada al actor: “Estoy muy feliz de estar aquí”, resumió. A la llegada, había dicho lo mismo con estas otras palabras literales: “Estoy encantado de estar en esta preciosa isla. Muchas gracias”. Melchior le hizo algunos obsequios, entre ellos el óleo de un oleaje, obra de Felipe Hodgson. El alcalde de Arona, Francisco José Niño, le regaló un grabado con un símbolo guanche. El desplazamiento desde el hotel Abama, de Guía de Isora, en que se aloja, hasta el ITER, en Granadilla, se demoró más tiempo del previsto a causa de un atasco debido a una incidencia del tráfico. Hawking se quedó al cóctel, picó como el resto el menú del refrigerio, tomó un refresco y posó junto a quienes se acercaban a él tímidamente para obtener una foto con el científico más célebre del planeta. Robert Wilson lo observaba en todo momento con verdadera ternura, complacido y admirado de haberse hecho su amigo en este viaje. Al final, el Nobel me comenta que “los dos estamos completamente de acuerdo en la dirección que debe tomar la Astronomía, coincidimos mucho en cómo abordar las grandes cuestiones, como el Big Bang o los agujeros negros”, y lo decía con una franca satisfacción por poder compartir esta experiencia singular con el sabio de Oxford que ocupó durante casi 30 años hasta su jubilación en 2009 la famosa cátedra Lucasiana de Isaac Newton.
(*) Carmelo Rivero es periodista, escritor, Premio Canarias de Comunicación 2004, y coautor de una docena de libros.