Los voluntarios ayudan a los refugiados con experiencias sobrecogedoras

Susana Campo/L.H/M.M/ savethechildren/ACNUR
Pie de foto: Hillien Visser, de 30 años ayuda a los refugiados de Kos
Abogados, médicos, filántropos o estudiantes…estos son los perfiles de los voluntarios que están sustituyendo a los gobiernos en la gestión del flujo migratorio a Europa, a través de la ruta de los Balcanes. Disgustados ante la falta de previsión del gobierno y la escasez de recursos que se destinan para frenar este drama, han decido dejar las palabras y actuar.
“Me enteré de que las mujeres que llegaban a la isla de Kos tenían problemas para dar el pecho a sus hijos, debido al estrés y la falta de privacidad y decidí venir a Kos a ayudarlas”, cuenta a www.lainformacion.com, en una entrevista vía mail Hillien Visser, de 30 años. No es la primera vez que acude a países en conflicto. Ha estado en Bangladesh y China, entre otros lugares, pero asegura que no había visto nunca antes una situación tan dramática.
“Imagina que no puedes dar de comer a tu hijo porque no tiene dinero, ni comida, ni gas para cocinar. ¿cómo va a nacer sano el bebé?”, se pregunta. Intentar que estos niños crezcan sanos le empujó a viajar desde Holanda a Grecia.
Más de 20.000 refugiados desembarcaron la semana pasada en la isla griega de Kos. La mayoría son sirios que huyen de la guerra civil, las atrocidades de Estado Islámico y las malas condiciones de vida en los campos de refugiados en Jordania y Turquía donde el exceso de población hace que la convivencia en los campos sea imposible. Precisamente, tras atravesar Turquía se lanzan al mar sin nada que perder. En lo que va de año cerca de 250.000 han conseguido alcanzar la costa europea. “Están llegando muchas familias con niños pequeños, ante lo hacían principalmente hombres”, señala. “Esta semana estuve hablando con un niño que viajaba con sus padres, tres hermanas y un hermano pequeño. Nos cuentan historias dramáticas de muerte y sufrimiento. Llevan años sin ir a la escuela”, explica. A veces, escuchar sus historias es lo único que necesitan los refugiaodos.
Los voluntarios de Solidarity for Kos Refugees inician a los pequeños en la lengua inglesa, una tarea que les distrae y les recuerda que son niños. ”Les enseñamos a decir cuál es tu nombre, de dónde eres, qué edad tienes y palabras fáciles. También intentamos que olviden el dolor de la guerra con peluches o juguetes que les regalamos. Después de todo el sufrimiento, agradecen enormemente volver a jugar como los niños que son”, asegura.
La situación en Kos y Lesbos está colapsando a las autoridades, incapaces de gestionar el goteo continuo de gente que llega a las islas. Incluso de dan algunos choques y capítulos violentos entre la población local que ve cómo su economía basada principalmente en el turismo está siendo colapsado por una crisis que no económica si no social. “Algunas personas mayores les gritan que ‘vuelvan a sus casas’.”, asegura Hillien. No entienden que las bombas han destruido sus hogares.
“Ayudar a los demás nos hace más grandes y más humanos. Como dijo la Madre Teresa si no puedes alimentar a cientos, da de comer a uno. Con una botella de agua y una palabra de cariño les haces muy feliz”, concluye Hillien.
Aunque Grecia es miembro de la Unión Europea, muchos de los inmigrantes que llegan hasta allí rápidamente abandonan el país y continúan por la ruta de Macedonia y Serbia para cruzar a Hungría y llegar a otro país de la Unión Europea. La ruta de los Balcanes es la más popular entre los refugiados para llegar Europa Occidental. La frontera de Grecia con Macedonia es desde hace meses el principal pasillo hacia Europa para miles de indocumentados que entran en el continente por Grecia y que agarrados a los bajos de los vagones, intentan dar el salto al corazón de la UE, a través de Macedonia y Serbia hasta Hungría.
Miles de refugiados duermen a la intemperie en torno a las estaciones de ferrocarril de la capital húngara para subirse a un tren o autobús, o para contactar con un traficante que los lleve a Occidente. Allí encuentran el apoyo de los voluntarios de un voluntario de la organización humanitaria local "Migration Aid". Márton Matyasovszky Németh es uno de ellos. En una conversación por teléfono explica a www.lainformacion.com que trata de rellenar los vacíos del gobierno en la gestión migratoria. Estudia derecho pero en sus noches libres acuden con un, grupo de 30 voluntarios a las estación de Nyugati Pályaudvar donde se ha creado un campamento o zona de tránsito para que los refugiados se pueden duchar, acudir a servicios médicos, cargar sus teléfonos móviles o simplemente descansar. “Les ofrecemos comida, agua y ayuda para continuar con su viaje”, asegura. Llegan muy cansados después de un viaje de miles de kilómetros. Además de ofrecerles agua hablan con ellos y les traducen información útil para que continúen con su periplo. En total, alrededor de 300 personas trabajan voluntariamente en esta organización: “médicos, abogados, profesores”.
Hungría es uno de los países que está recibiendo un mayor número de refugiados. Más de 130.000 son los refugiados que han entrado en Hungría en lo que va de año, aunque en su gran mayoría abandonan el país a los pocos días y siguen rumbo a Estados más ricos de la UE, como Alemania, Austria y los países escandinavos.
Las historias de Hillien Visser y Márton Matyasovszky son solo las de dos de los cientos de voluntarios que están ayudando a los refugiados en Europa. Su obra solidaria es solo un ejemplo que muestra que detrás del drama, existen historias para la esperanza.
Niños desesperados
Con 16 años su único sueño era llegar a Libia para poder coger un barco que le llevara a Europa. Pero su periplo a través de Malí, Burkina Faso y Níger fue un verdadero infierno para este adolescente senegalés. Una vez llegó a Libia le tocó trabajar durante seis meses para poder pagar un pasaje que probablemente le abría la puerta a una muerte segura: el Mediterráneo.
Durante esos meses en busca de dinero para pagar un pasaje que puede llegar a costar hasta 18.000 euros, trabajó en el campo y al llegar la noche le encerraban y pegaban para que se escapara. "Me pegaron tan fuerte que me rompieron el brazo", asegura.
Igual de desgarradora es la historia de su compatriota I.B., también de 16 años, que fue secuestrado poco después de llegar a Libia y sus guardias le pegaban con un palo en los pies dos veces al día y le pedían un rescate de 1.000 dinares para liberarlo.
A M. de 15 años y nacido en Gambia, le aplastaron dos dedos con un martillo el día que se le ocurrió pedir que le pagaran por el trabajo que realizaba en una tienda de Libia, por lo que tuvo que escapar, como también tuvo que hacerlo D., de 15 años y natural de Costa de Marfil, después de que tras trabajar de forma inagotable en la construcción nunca le pagaran.
Son testimonios de unos jóvenes que, como otros 7.500, están llegando solos a las costas italianas. 300.000 personas se han jugado la vida en lo que va de año cruzando el Mediterráneo en embarcaciones sobrecargadas y sin saber nada en busca de una vida mejor. Huyen de sus países asolados por conflictos y son muchos los que salen con lo puesto y toda la familia, incluidos los más pequeños.
Son precisamente los niños los que vuelven a ocasionar la voz de alarma. Desde Save the Children alertan de que 7.600 menores no acompañados han llegado hasta la fecha y cada vez en peores condiciones a las costas italianas en su mayoría eritreos, somalíes y de otros países del África subsahariana y occidental. "Llegan en condiciones casi siempre críticas a causa de la violencia y los abusos de todo tipo que han sufrido y a los que han asistido”, explica la directora de la ONG en la zona, Raffaela Milano.
“En las últimas semanas, estamos constatando con mayor frecuencia en los menores no acompañados que encontramos en los puertos de desembarco y en las instalaciones de primera acogida, condiciones de particular privación física, con signos evidentes de malnutrición, moratones y heridas graves”, precisan en un comunicado.
Los testimonios recogidos por la ONG en Italia hablan de violencia, abusos y explotación durante el largo viaje desde los países de origen de estos menores, algunos de solo 11 o 12 años, y su paso por Libia antes de subir a un barco destino a Europa.
En Médicos sin Fronteras también quieren alarmar del problema con los menores que intentan continuar solos el viaje que emprendieron con su familia. En el centro de primera acogida de Pozzalo, en Sicilia, el personal de MSF ha atendido en consultas ambulatorias a 1.500 personas en los primeros seis meses de este año, de las que el 11% eran menores no acompañados. De estos, el 20% más o menos eran eritreos.
En cuanto a las dolencias que más tratan a su llegada a Italia, principalmente se trata de infecciones dermatológicas, sobre todo sarna, una enfermedad que aparece cuando se ha vivido en condiciones higiénico sanitarias muy malas. También se atienden muchos traumas e infecciones respiratorias.
Experiencias sobrecogedoras
La crisis migratoria que está viviendo Europa deja cada día historias desgarradoras tanto de los que intentan cruzar la frontera de Hungría como de los que han conseguido darle la espalda a una muerte segura en lo que es el mayor cementerio del mundo: el Mediterráneo.
La última tragedia que se cobró el mar deja el triste balance de 100 muertos y 100 desaparecidos. Un barco transportaba a unos 300 migrantes frente a las costas de Libia. Muchos quedaron atrapados en el barco y casi ninguno sabía nadar. Entre los supervivientes un testimonio para el que faltan adjetivos.
Shefaz Hamza, un joven paquistaní de 17 años, pasó nueve horas aferrado a un trozo de madera, antes de ser rescatado por los socorristas. Su madre y su hermana pequeña murieron ahogadas ante sus ojos.
Acurrucado junto a su hermano en una comisaría próxima a la localidad libia de Zuara, Hamza explicó cómo la embarcación comenzó a naufragar una hora y media después de zarpar y antes de desintegrarse.
"Vi a mi hermano alejar a un hombre de una patada porque intentaba quitarle su chaleco salvavidas. Respecto a mi hermana pequeña, la última vez que la vi, una persona intentaba agarrarse a sus hombros, empujándola hacia abajo, antes que desapareciera bajo el agua", declaró.
Otro superviviente del naufragio, Sami, un sirio de 25 años, confesó amargado que huyó "de la muerte en mi país para encontrarla en el mar".
Desde enero, más de 300.000 migrantes intentaron atravesar el Mediterráneo rumbo a Europa y más de 2.500 murieron en el mar, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Días y días rodeados de bombas, asesinatos, sangre y muertos
Los testimonios al otro lado de la frontera de Hungría también dejan helados a los reporteros que los escuchan. Aunque el primer ministro húngaro, Viktor Orban, se enorgullece de la "muralla" construida en la frontera con Serbia para impedir la llegada de migrantes, estos últimos, curtidos por la guerra, se desenvuelven para franquear la valla rumbo a Europa occidental.
Como pudo constatar la AFP, la valla construida no detiene a estos migrantes, quienes previamente han logrado abandonar sus países en guerra, realizar una peligrosa travesía por el Mediterráneo y recorrer cientos de kilómetros a pie.
"No tememos ni a la policía húngara, ni a la valla", asegura Nasreen, una siria de 29 años, tras haber traspasado la alambrada entre Serbia y Hungría.
"Esto no es nada comparado con lo que atravesamos en Siria. Nuestro país está devastado, hemos hecho frente cada día a bombas, asesinatos, sangre y muertos", recuerda.
Nasreen, vestida con un suéter a pesar del calor del final del verano, explica que las capas de ropa adicionales serán útiles, cuando las noches sean más frescas a medida que atraviesen Hungría rumbo a su destino final: Alemania o Suecia.
La alambrada de tres pisos alcanzará dentro de poco los 175 kilómetros que separan Serbia de Hungría. A largo plazo, Budapest desea construir un muro de cuatro metros, cuyos trabajos empezarán en julio.
El gobierno húngaro anunció además el viernes que tienen la intención de castigar con tres años de prisión a cualquier persona que cruce ilegalmente la valla. Unos mil policías patrullan a lo largo de la verja, a quienes se les unirán 2.000 efectivos más a partir del 1 de septiembre. Por el momento, esta alambrada provisional no impresiona demasiado a este experto en informática iraquí de 25 años, que prefiere guardar el anonimato y que viaja rumbo a Bélgica, donde viven familiares suyos.
"No me importa la valla o la policía. Tengo dinero. Encontraré un taxi", asegura.
Según las autoridades húngaras, 3.000 personas, entre ellas 700 niños, cruzaron la frontera entre Serbia y Hungría a lo largo de la jornada del miércoles. Un récord.
La media diaria se situaba unos días antes en entre 1.000 y 1.500 entradas, una cifra que representaba ya una importante progresión respecto a las entre 250 y 500 personas registradas diariamente desde principios de año.
En total, desde enero, 140.000 personas han traspasado la frontera entre ambos países.
Allí, las tropas húngaras, que acaban de levantar la valla, parece que han dejado deliberadamente algunas de sus herramientas en el lugar. Los refugiados las utilizan para levantar la parte inferior del alambrado, una manera más segura de franquear la frontera que atravesándolo.
Familias, principalmente sirias y afganas, también escalan la valla coronada de alambres sin herramientas para protegerse, cerca de la localidad fronteriza de Röszke.
Una acción arriesgada, vistos los gritos de una chica cuyos cabellos negros se quedaron enganchados entre los alambres y cuya madre tuvo que intervenir. Una vez superado el obstáculo, la familia corrió hacia un bosque próximo.
Cochecitos de bebé, mochilas o mantas se encuentran desperdigados a lo largo de la frontera, al verse los refugiados obligados a abandonarlos precipitadamente.
Ninguno de los refugiados, con quien habló la AFP, expresó su deseó de permanecer en Hungría, pese a ser un país miembro de la UE. Para ellos, su único destino es la Europa occidental.
"¡Alemania!, ¡Alemania!", grita un adolescente afgano, cuyos ojos azules contrastan con su piel curtida tras dos semanas de ruta. Vestido con un suéter rosa y un par de vaqueros, asa una mazorca de maíz en un fuego improvisado.
"Yo quiero ir a Alemania", explica Kasim, de 35 años, profesor de matemáticas en Irak. "Podemos encontrar trabajo allí y el sistema de salud es de buena calidad y accesible a todos", se justifica.
Tras iniciar su viaje hace algunos meses, Kasim pasó por Egipto, donde no pudo encontrar trabajo, y por Turquía, donde asegura que sólo encontró hostilidad. "Entonces, decidí ir a Europa", añadió.
A unos cientos de metros de allí, en el lado serbio, una agente de policía indica a los refugiados el camino a seguir, el lugar donde las familias pueden atravesar la frontera con total seguridad bordeando una vía férrea aún abierta.
Una vez en el otro lado, la policía húngara los guía hasta el punto de encuentro ubicado al lado de un campo de maíz. A continuación, los autobuses los transportan a un centro de registro cercano, una etapa más en su tortuoso camino hacia el norte.
La vergüenza de Europa
En una conversación telefónica, el canciller austríaco, Werner Fayman, y el presidente francés, François Hollande, mostraron "su determinación en luchar con firmeza (...) contra las redes de traficantes de seres humanos y en garantizar [la seguridad] en las fronteras exteriores de Europa", según las autoridades francesas.
Ambos mandatarios instaron a poner en marcha "sin demora" las decisiones adoptadas por el Consejo Europeo, entre estas, la apertura de los "centros de acogida necesarios en Italia y en Grecia" o el reparto "equitativo" de solicitantes de asilo entre los Estados miembros de la Unión Europea.
Asimismo, abogaron por "un sistema europeo unificado de asilo y una política migratoria común".
El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, exhortó por su parte a los gobiernos a intensificar su respuesta ante la crisis migratoria en Europa y en el Mediterráneo.
"Lanzo un llamado a todos los gobiernos implicados para que proporcionen respuestas globales, que desarrollen los canales legales y seguros de migración y actúen con humanidad, compasión y respeto de sus obligaciones internacionales", dijo Ban.
El diplomático también anunció la organización de una reunión sobre esta crisis migratoria el 30 de septiembre durante la sesión anual de la Asamblea General de la ONU en Nueva York.
La Unión Europea hace frente al mayor flujo de refugiados y migrantes desde la Segunda Guerra Mundial. Cerca de 340.000 personas han alcanzado las fronteras de la Unión Europea entre enero y julio este año.
"Si el olor nauseabundo (...) se hace más fuerte, finalmente comprenderemos, y no solo en Austria (...) que ha llegado el momento de crear formas de paso seguras hacia Europa, un registro rápido y un reparto equitativo" de los migrantes, consideró el responsable de Amnistía Internacional en Austria, Heinz Patzelt.