La Estrategia de Seguridad de Estados Unidos en 2022: liderazgo entre potencias en un orden internacional mejor coaligado, una oportunidad para España

Este documento es copia del original que ha sido publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos en el siguiente enlace.
La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos publicada en 2022 confirma la voluntad de la potencia norteamericana de asumir el liderazgo en el nuevo orden de competición y rivalidad entre grandes potencias. Desde una visión realista para la modernización de recursos y objetivos y con unos valores democráticos y liberales fortalecidos, el papel más colaborativo y coaligado de las alianzas tradicionales y la incorporación de nuevos actores y coaliciones se presentan como líneas prioritarias en la nueva estrategia. Para España y los socios y aliados euroatlánticos, el documento representa una oportunidad para afrontar un desarrollo estratégico consistente y renovado.
«We are now in the early years of a decisive decade for America and the world…The terms of geopolitical competition between the major Powers will be set»1. Con estas palabras empieza el documento de seguridad de Estados Unidos publicado el 12 de octubre de 2022, en el cual se exponen las líneas maestras de la política norteamericana para situar los intereses americanos en el nuevo ámbito de competición global a partir del rejuvenecimiento interno y económico de su democracia y del fortalecimiento de las alianzas y coaliciones con otras democracias y gobiernos que contribuyan a la consolidación de un orden internacional respetuoso con las normas para encauzar la rivalidad de intereses entre potencias y con el avance de los derechos humanos y la diversidad. Esta estrategia integradora de las dos visiones exteriores tradicionales, realista y liberal, ha esperado pacientemente en los despachos de Washington a que la guerra de Ucrania mostrara al mundo de forma explícita y dolorosa durante los últimos meses el acierto de los planteamientos americanos.
Uno de los errores de cálculo más importantes que ha cometido Vladímir Putin con su decisión de invadir Ucrania ha sido el no valorar adecuadamente las consecuencias que iba a tener la guerra en el liderazgo de Estados Unidos y en su rol como gran potencia central. Si pensaba debilitarlo, lo cual constituiría un objetivo en sí mismo, el resultado ha sido exactamente el contrario. En el nuevo plan estratégico los estadounidenses ofrecen a una gran mayoría de países y realidades culturales la posibilidad de construir un orden donde los distintos intereses puedan ser defendidos, e incluso coaligados para afrontar los problemas globales: el bien común en un espacio de cooperación multidimensional donde Estados Unidos no esconde los objetivos de defender sus intereses y mantener su liderazgo, pero que se abre a la diplomacia y la negociación, a la regulación del entorno digital, a la lucha multilateral contra el cambio climático, a la reconfiguración energética y a una visión integral de la seguridad que incluye la salud y la alimentación.
La estrategia de seguridad de Estados Unidos para la próxima década reconoce la realidad de un mundo de competición entre las grandes potencias, pero refuerza la convicción y capacitación de la democracia americana para liderarlo. Los principales destinatarios del documento son los propios ciudadanos americanos, a quienes se sitúa en el centro de los objetivos, entre los que se encuentra el de mejorar la formación y orientación del conjunto de la sociedad para hacer frente a los nuevos desafíos. Y, para tal fin, el plan considera como prioritaria la relocalización de algunas de sus inversiones en el país (semiconductores), el acondicionamiento de su entorno energético y ambiental y la reafirmación de los valores democráticos y liberales sobre los que se sustentan el poder americano y el orden internacional.
Los siguientes destinatarios son Rusia y la República Popular China. En el primer caso para advertir a la potencia euroasiática sobre la firmeza en la consecución de una respuesta efectiva ante cualquier confrontación provocada unilateralmente contra intereses propios o de países aliados y ante cualquier decisión agresiva de ruptura o alteración grave del orden internacional. En el caso de China, para tender la mano a la colaboración en materias globales (clima, salud), pero siempre dentro de un marco que no sea invasivo para terceros países, ni agresivo con las estructuras fundamentales de las relaciones internacionales aceptadas por la mayoría de los actores (soberanía, fronteras, seguridad en las rutas marítimas, progreso, derechos humanos). Taiwán aparece de forma explícita, como aparecen el Tíbet, Hong Kong y los uigures. Pero no tanto para adoptar una posición frontal, sino más bien para exponer de manera clara algunas de las debilidades internas que alberga la única autocracia a la que se considera con capacidad de rivalizar con el liderazgo de Estados Unidos a nivel global.
Los aliados europeos y de la OTAN se mantienen en primer plano en el alineamiento de intereses y atención, aun cuando el documento demanda compromisos más sólidos y mayores recursos para afrontar objetivos de defensa considerados por los estadounidenses como comunes en la seguridad euroatlántica. En la misma línea, el entramado de alianzas y organizaciones en la región del Indopacífico se considera como prioritario, pero ahora con una visión más permeable a la colaboración con las organizaciones occidentales.
Oriente Medio se percibe como un territorio en proceso de transformación sin que se establezcan objetivos concretos de intervención, una vez reconfigurada parcialmente la región por una nueva dinámica de proyectos comunes, aunque siempre manteniendo vigilante la atención hacia Irán. Insiste, además, el texto en el fortalecimiento de la estrategia de no proliferación nuclear. América Latina, por su parte, aparece en la esfera de un hemisferio occidental estabilizado, pacífico y no disruptivo. Y África, valorada como un territorio emergente con grandes posibilidades para las inversiones, aunque con riesgos diversificados (Sahel, norte de África, Cuerno de África) y multifactoriales (debilidad institucional, terrorismo, injerencia de las potencias), entra en la nueva visión norteamericana sobre seguridad.
Para España, contar con un aliado y socio como Estados Unidos, ocupado en la seguridad atlántica tanto en el norte como en el sur y, por tanto, necesitado de apoyos firmes y coordinados por parte de democracias solventes y consolidadas, abre una perspectiva positiva: una oportunidad histórica que puede poner en valor tanto la situación geopolítica de la Península como la experiencia operativa de nuestras Fuerzas Armadas y el compromiso político de los gobiernos, pero que debe afrontarse con una estrategia firme y renovada, basada en la defensa de nuestros intereses nacionales y el alineamiento de estos con los de los socios y aliados, con Estados Unidos como principal referente en materia de seguridad.
Esta es la visión reducida y sintética de la Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos en 2022, a la que sucede en este artículo una visión analítica sobre las consecuencias que de ella pueden derivarse en el entorno euroatlántico y español: una interpretación sin otra pretensión que introducir argumentos para un debate más amplio sobre la urgente necesidad de conformar una estrategia nacional alineada con los planteamientos expuestos, objetivo de gran complejidad en un entorno como el actual.
El gran desafío que plantea el futuro para Estados Unidos puede resumirse en la convergencia de dos objetivos: el de liderar en las mejores condiciones la competición entre grandes potencias que definen el orden internacional en proceso de reconfiguración y el de hacer frente a los problemas globales que atraviesan las fronteras de las soberanías estatales y los intereses geopolíticos. Entre otros, el cambio climático, las enfermedades pandémicas, el entramado criminal causante del tráfico de drogas, las personas y los productos no regulados y los desequilibrios económicos consecuencia de las alteraciones provocadas por la inflación, la especulación, la corrupción o por la utilización de recursos energéticos —u otros— como instrumentos de acción política y confrontación. Ambos desafíos son resultado de distintas tendencias demográficas (desequilibrios y migraciones), tecnológicas (digitalización y cuarta revolución industrial), políticas (autocracias y populismos) y económicas (globalización y reconfiguración de la estructura de poder económico) que se han consolidado en el siglo XXI. Y, por consiguiente, la estrategia puede considerarse en principio como continuista con los documentos anteriores (Estrategia Nacional de Seguridad de 2017), que advertían sobre un cambio sustancial de orientación en los planes de las últimas décadas.
La principal novedad del texto de 2022 radica en el impulso a la idea de la viabilidad de Estados Unidos como potencia central, e imprescindible, en el nuevo orden de potencias competitivas. Esta idea se establece como el motor para consolidar la transformación integral de la política estratégica norteamericana, fortaleciendo y modernizando sus recursos e integrando en ella a los países aliados y a otra serie de países coaligados para la consecución de objetivos regionales, sectoriales o de otra nueva naturaleza. Y una segunda novedad es el establecimiento para consumar este proceso de transformación de un periodo concreto —una década— que permita asumir los hipotéticos cambios aún más significativos que pudieran producirse en los años siguientes como consecuencia de la evolución tecnológica y política, cuyas dimensiones se perciben aunque no se plantean ni se definen en su totalidad, porque no están al alcance para identificarse e incorporarse en una visión estratégica realista a día de hoy.
«The risk of conflict between major Powers is increasing. Democracies and autocracies are engaged in a contest to show which system of governance can best deliver from their people and the world»2, reconoce de una forma realista el documento. Y advierte después de que no hay una alternativa idealista para hacer frente a tal situación, sino una firme y razonada convicción de que la superioridad competitiva del modelo liberal de Estados Unidos es la solución al desafío planteado: «The nature and range of nations that supports our vision of a free, open, prosperous and secure world is broad and powerful»3.
La guerra provocada por la invasión rusa de Ucrania ha plasmado sobre el mapa geopolítico de Europa central alguno de los principales planteamientos que el documento destaca. El revisionismo ruso se ha desatado en una agresión unilateral donde se aglutinan los intereses territoriales de la potencia con el deseo de mostrar su capacidad de desestabilización internacional y su intención de intervenir en los mercados de la energía, así como también lo ha hecho con el contumaz objetivo del presidente Putin de debilitar la cohesión europea y euroatlántica.
Pero la reacción de la sociedad ucraniana y de su ejército, el apoyo aliado sin fisuras al Estado soberano agredido y la puesta en marcha de medidas de respuesta políticas, económicas, militares y de ayuda humanitaria, así como las convicciones democráticas y sobre la primacía del Estado de derecho y de las normas del derecho internacional, han servido para frenar la acometida de la autocracia rusa y proyectar la viabilidad de un orden reformado, fundamentado en los pilares que la estrategia de Estados Unidos propone y defiende. «Russia’s strategic limitations have been exposed following its war of aggression against Ukraine […]. They look for support in the Global South, but we want to avoid a world in which competition escalates into a world of rigid blocs. We do not seek conflict or a new Cold War»4, señala el documento como si hubiera esperado en los despachos unos meses antes su publicación definitiva, una vez constatadas las dificultades de Rusia para hacer creíble su intervención y respetables sus motivos. Y como si además aprovechara para dejar patente el rechazo de los Estados Unidos a establecer una dinámica equivalente a la que tuvo lugar durante el enfrentamiento bipolar con la Unión Soviética en un entorno mundial como es el actual, abierto y distinto en los equilibrios de poder de la Guerra Fría.
El documento reconoce que Rusia puede alterar el orden en Europa y puede convertirse en una fuente de inestabilidad global. Después de una década luchando en Europa, Rusia, a través de las guerras híbridas y la desestabilización política —explica el documento—, finalmente ha culminado su estrategia con una invasión a gran escala en Ucrania. Y también expone abiertamente que la Administración Biden se muestra tajante y convencida de mantener su apoyo al pueblo ucraniano. El resultado del conflicto aún está lejos de decidirse, aunque algunas modificaciones de la estrategia rusa han sido analizadas en distintos medios como indicios de una manifiesta debilidad. Pero otros análisis advierten sobre la preparación de una segunda gran ofensiva rusa después del invierno, lo cual prolongaría la guerra y podría introducir más dudas en la cohesión de las posturas aliadas5.
Aun cuando el papel de Rusia en cualquier orden multipolar será importante, especialmente en Europa central, el documento norteamericano la considera como una potencia sin posibilidad de rivalizar a nivel global con Estados Unidos. Mientras tanto, China vuelve a identificarse como el único actor capaz de desafiar geopolíticamente a la potencia americana. «China is the only competitor», aunque la estrategia refuerza la idea de que ambas potencias globales pueden coexistir, para lo cual la próxima década será decisiva.
Estados Unidos diseña una estrategia de doble orientación hacia China: por un lado, tender la mano a la colaboración en materias como el clima, la salud o el establecimiento de marcos de negociación comercial y económica; por otro, fortalecer una estrategia de disuasión ante cualquier agresión a países aliados y no permitir acciones unilaterales hacia Taiwán o que generen inestabilidad en el estrecho de Taiwán. Igualmente, Estados Unidos reconoce a Irán y a Corea del Norte como dos actores desestabilizadores de sus respectivos entornos regionales y establece medidas para prevenir acciones contra los aliados en cada caso, así como una política reforzada en materia de no proliferación nuclear.
En un orden de potencias no existe una potencia hegemónica. Si acaso existe una potencia dominante o con mayor capacidad que el resto para ejercer el liderazgo. Y por ello, las alianzas son imprescindibles en la nueva estrategia de seguridad de Estados Unidos. Las referencias frecuentes a las coaliciones aumentan el protagonismo de esta interpretación del nuevo orden. Estados Unidos pide y ofrece a los países más cercanos la oportunidad de compartir la construcción de un nuevo orden más estable y más pacífico. La estrategia de la nueva Administración demócrata pide compromisos a los aliados para levantar un muro contra la involución. Y ofrece a cambio su voluntad de comprender mejor la naturaleza y sentido de los intereses que cada Estado o región demanda o propone: la mano invisible del liberalismo en un entorno globalizado y correctamente regulado. «We do not believe that governments and societies everywhere must be remade in America’s image for us to be secure»6.
La democracia y el régimen liberal de igualdad de cada persona ante la ley no pueden ser impuestos por la fuerza. La democracia es una forma de gobierno. No un sistema moral. No puede prevalecer como un conjunto de valores moralmente superiores, sino como un modo de contrastar la fuerza y proyección de cada sistema de valores dentro de un orden multipolar abierto y competitivo. No es un fin. Es un método político que ahora afronta una etapa nueva.
Por eso la nueva estrategia de seguridad no se circunscribe a las alianzas tradicionales (OTAN), las de más reciente creación en el Indopacífico (QUAD, Aukus) o a los acuerdos bilaterales ya establecidos, sino que, aun destacando la prioridad de potenciar los compromisos con todos estos entramados de defensa multilateral o bilateral, señala como uno de los tres principales esfuerzos para la próxima década: «Build the strongest possible coalition of nations to enhance our collective to shape the global strategic environment and to solve shared challenges»7, es decir, construir una red de coaliciones para combatir amenazas puntuales y un sistema más amplio para afrontar retos globales. El concepto de «disuasión integrada» aparece como prioridad junto al de actualización de la disuasión nuclear y también junto a la idea de priorizar los conceptos operacionales.
En ese orden internacional más coaligado, las organizaciones internacionales de cooperación en materia económica, humanitaria o de defensa de los derechos humanos se conciben también como instrumentos válidos para contribuir a la seguridad. El documento estratégico resalta los beneficios que han generado la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos para el progreso global y, por tanto, estima que la labor de las organizaciones multilaterales sigue siendo imprescindible para reformar el orden actual y adaptarlo al nuevo marco global de transformación. Estados Unidos apuesta por la continuidad de organismos que considera como parte activa de las relaciones internacionales desde la segunda mitad del siglo pasado y que han conducido a avances sustanciales en la construcción de un entorno mundial más seguro, basado en grandes principios y acuerdos de convivencia internacional.
Además del entramado de organizaciones internacionales, alianzas y nuevas coaliciones, la estrategia de seguridad estadounidense pone el foco en las empresas y en la colaboración público-privada para abordar la transformación tecnológica y de sectores críticos como la energía, las infraestructuras o la industria de defensa. Y convoca a los sectores privados para desarrollar proyectos de inversión e innovación que incorporen una orientación estratégica para que el liderazgo de Estados Unidos se prolongue y se vea fortalecido los próximos años en materias como la ciberseguridad, la computación avanzada, los semiconductores, la siguiente generación de las comunicaciones, la energía limpia o la biotecnología: una innovación concebida de forma más estratégica, pero apoyada también por la inversión pública. «Markets alone cannot respond to the rapid pace of technological change»8, dice el documento, resaltando que, para competir con grandes potencias como China (o India) y mantener el liderazgo tecnológico, el esfuerzo de las empresas y su compromiso con la seguridad deben ensamblarse con las necesidades y retos del inminente futuro. «Invest in the sources and tools of American power and influence»9 es la primera línea de acción que señala el documento e incluye, naturalmente, la inversión en educación y la formación de equipos del más alto nivel en ciencia, tecnología y STEAM. No en vano, las políticas de defensa y seguridad se conciben en seis dominios, que incluyen el ciberespacio y el dominio cognitivo, para los cuales hay que generar conocimiento y formar a profesionales altamente competentes dentro y fuera de las Fuerzas Armadas.
La complejidad de las relaciones internacionales es creciente y ha alcanzado unas dimensiones hasta ahora desconocidas. El número de actores se ha multiplicado en los últimos años e incluye, además de a las grandes potencias, a potencias medias, economías emergentes, grandes empresas, pequeños Estados, corporaciones científicas, fondos de inversión, new media… La estrategia americana ve en ese nuevo espacio, también cibernético, una oportunidad y un aprendizaje para establecer vínculos de cooperación, que pueden también materializarse en proyectos concretos o en el tratamiento conjunto de problemas globales. Incluso con países rivales, aunque la cooperación debe de reforzarse y profundizarse con las democracias y los países más cercanos en sus intereses, valores y visiones sobre la seguridad internacional.
Sin embargo, esta complejidad para concebir una seguridad multidominio y multidimensional no oculta la raíz geopolítica del poder dentro del orden internacional, cuyos objetivos, recogidos en el documento de manera resumida, serían los siguientes: una región del Indopacífico libre y abierta, una alianza más profunda con Europa y sus gobiernos e instituciones democráticos, una democracia más fuerte y una prosperidad mejor compartida en el hemisferio occidental, el apoyo a la desescalada de la violencia y a una mayor integración en Oriente Medio, la construcción de un nuevo partenariado Estados Unidos-África con Estados de mayor dimensión y una seguridad más específica en Estados de alto riesgo terrorista o en conflicto, un entorno pacífico para el Ártico y la protección de los mares.
La Estrategia Nacional de Seguridad de 2022 puede calificarse como pragmática y adaptable a un mundo en proceso de cambio permanente. Precisamente, reconoce la necesidad de readaptar el paradigma de la globalización mediante la nacionalización de la producción crítica, la regulación de nuevos mercados y la mejora de la equidad. Para ello, Washington apuesta por fortalecer a los ciudadanos americanos y a sus instituciones —fundamentadas en principios como el pluralismo político y la inclusión social—, los cuales, según el propio texto indica, son la base de su éxito como nación. Asimismo, se apuesta por abanderar unos principios liberales sólidos, pero implementando una estrategia realista para modernizar el poder militar y adaptarlo al marco competitivo actual y futuro, fortaleciendo la industria, su capacidad de resiliencia y la innovación tecnológica: «The dividing line between foreign policy and domestic policy is definitely broken»10.
Se equivocó quien pensaba que Estados Unidos se estaba retirando del escenario global en el periodo 2014-2020. Y se equivoca quien piensa que ahora busca una cooperación avanzada y un mayor compromiso de los aliados para no tener que soportar el gasto y el alto coste político de campañas como las de los pasados años en Oriente Medio. Más bien al contrario. Los estrategas estadounidenses llevan tiempo analizando la naturaleza de los cambios que se han sucedido sin interrupción y que han tenido consecuencias críticas de índole económica, política, tecnológica y social. Pero, una vez tomado suficiente oxígeno del conocimiento aprehendido, la Administración Biden ha puesto sobre la mesa la firme voluntad de Estados Unidos de asumir el cambio profundo del orden mundial y su disposición a implementar las nuevas directrices de seguridad, adaptándolas a las circunstancias de la próxima década, para reforzar con ello su liderazgo aún con mayor proyección global.
Estados Unidos nunca se ha aislado desde la Segunda Guerra Mundial. Entra ahora en la competición y rechaza el pesimismo frente a su supuesta decadencia. Reconoce numerosas debilidades internas que, en otros periodos históricos, fueron las raíces del declive de imperios (Roma), del deterioro de potencias dominantes (España) o del ocaso de la civilización de determinados pueblos (Grecia). Denuncia los intentos externos por quebrar su sistema democrático y anuncia que responderá a las injerencias con injerencia. Reconoce la extraordinaria dimensión del cambio tecnológico y afronta el desafío como no lo supieron o pudieron afrontar en la edad contemporánea imperios como el chino o el otomano. No busca la confrontación sino la competencia, algo que no supieron hacer las potencias europeas en la primera mitad del siglo XX. Mantiene y moderniza un ejército muy superior al de sus rivales, como lo hizo Roma. Y busca socios y aliados como hicieron los grandes Estados nación en el pasado.
El plan estratégico de 2022 también insiste en la imposibilidad de buscar alguna alternativa, porque no hay alternativa a la transformación que el conjunto de tendencias ha provocado. Asimismo, insiste en que la voluntad de activar la transformación desde el liderazgo es políticamente bipartidista en Estados Unidos, lo cual confirma el largo recorrido de este conjunto de objetivos y planeamientos que acabamos de resumir y algunas de sus características prevalentes. El documento nos sitúa, por tanto, en un momento histórico de enorme importancia que requiere un esfuerzo más ambicioso para poder hacerle frente y aprovecharlo, para lo cual resulta imprescindible saber encauzar las decisiones.
En el caso de España y los socios euroatlánticos, el plan estratégico de Washington debe de ser observado con notable satisfacción y evaluado con sumo interés. En primer lugar, porque la OTAN —también los socios europeos— aparece como un instrumento esencial con una perspectiva de modernización y de mayor colaboración con otras organizaciones de seguridad. La guerra de Ucrania, la incorporación de Suecia y Finlandia y la inclusión del Flanco Sur en el nuevo concepto estratégico de la alianza han reforzado a la organización en su conjunto y han fortalecido a su vez a España. El esfuerzo presupuestario no puede dejar ahora en un segundo nivel político a nuestro país, después de haber recuperado una parte de la credibilidad perdida gracias al restablecimiento de una posición más comprometida, firme y manifiesta en la excelente labor de nuestras Fuerzas Armadas y del conjunto de nuestra sociedad en la escena internacional.
El fortalecimiento del privilegiado vínculo trasatlántico en la nueva estrategia de Washington se propone de manera paralela al reconocimiento de la región del Indopacífico como la de mayor prioridad para los intereses de seguridad norteamericanos, por un lado, y, por otro, a la constatación de la presencia creciente de una serie de problemas y desafíos globales de extraordinaria magnitud. Por esta razón, el aumento de protagonismo del espacio euroatlántico —y no la concepción de dicho espacio como marginal o secundario— debe entenderse como una oportunidad para que los aliados ganen fuerza como piezas esenciales para la construcción de una perspectiva común en torno al nuevo orden mundial y sus amenazas y riesgos.
La lectura del texto permite pensar que, en el planteamiento norteamericano, un Indopacífico abierto y libre en sus mares implica un Atlántico y un Mediterráneo seguros. Un Ártico pacífico significa un Atlántico y una Europa del Norte estables. Un continente emergente como África necesita de la acción, conocimiento y presencia de socios fiables y aliados competentes. La lucha contra el cambio climático requiere la participación de empresas energéticas y proyectos tecnológicos con una dimensión transnacional basada en la experiencia y la innovación.
España se encuentra en condiciones de asumir los retos que expone la Estrategia Nacional de Seguridad de Estados Unidos y de hacerlo con un protagonismo mayor. La propia geopolítica española, ibérica y mediterránea abre la puerta a cooperaciones reforzadas entre distintos actores y Estados que, sin perder ninguno de los objetivos comunitarios ni ninguno de los principios y valores aliados, pudieran contribuir de manera más eficiente a cumplimentar las exigencias de seguridad referidas en el documento u otras que pudieran producirse en los próximos años. El propio objetivo de un hemisferio occidental mejor integrado en una seguridad mejor coaligada abre la puerta a la colaboración con países como España, de alto valor en sus niveles educativos, profesionales, corporativos y empresariales. Y la referencia a la necesidad de una formación superior de alta calidad y orientada a campos específicos, como la ciberseguridad, la comunicación digital, la tecnología avanzada o las relaciones internacionales, abre una ventana de oportunidad para los centros de universitarios y de investigación en España y en países cercanos.
La Europa aliada y, dentro de ella, España han entrado en una etapa histórica distinta, tal y como hemos comprobado en los últimos años. La inestabilidad política y económica y la pandemia han ocultado o retrasado la urgente necesidad de ejecutar decisiones muy significativas en seguridad y defensa y en otras materias. El proceso de transformación es múltiple y acelerado, y no se va a detener. Por el contrario, la alternativa al cambio, su rechazo o la falta de comprensión de la realidad son en este momento inviables e improcedentes. Por consiguiente, el consenso político amplio y bien apuntalado, la colaboración público-privada —también en nuestro país— y el esfuerzo presupuestario son actualmente indispensables para ser partícipes de una ambiciosa propuesta de progreso y seguridad.
La necesidad de un cambio de orientación estratégica pasa por la correcta definición de unos objetivos nacionales para luego hacerlos asimilables y concordantes con los objetivos de socios y aliados. En concreto, con los objetivos euroatlánticos, una vez constatada la viabilidad de Estados Unidos para liderar una transformación del orden mundial, junto con sus aliados y terceros países. El documento estratégico de 2022 recoge estos retos y objetivos, pero su logro y resultados no están garantizados en ningún texto, ni escritos en la historia.
En un mundo abierto a la competencia, a la rivalidad y a las consecuencias aún desconocidas del progreso en el siglo XXI, el éxito y los avances en la seguridad global serán los que vengan provocados por el esfuerzo común y el acierto de las decisiones. Las palabras de su majestad el rey Felipe VI y de la ministra de Defensa en la celebración de la Pascua Militar el 6 de enero reflejaron la voluntad y el compromiso de España para integrarse y hacer frente a un proyecto de seguridad internacional de esta envergadura y naturaleza.
José María Peredo Pombo
Catedrático de Comunicación y Política Internacional, Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación,
Universidad Europea de Madrid
REFERENCIAS:
- THE WHITE HOUSE. National Security Strategy. Washington, 12 de octubre de 2022, p. 6.
- Ibidem, p. 7.
- Ibidem, p. 8.
- Ibidem, p. 9.
- CROPSEY, Seth. «Ukraine war’s Outlook in 2023: harder fighting against a tougher Russian army», The Hill. 2 de enero de 2023. Disponible en: https://thehill.com/opinion/national-security/3795467-ukraine- wars-outlook-in-2023-harder-fighting-against-a-tougher-russian-army/ [consulta: 9/1/2023].
- THE WHITE HOUSE. Op. cit., p. 16.
- Ibidem, p. 11.
- Ibidem, p. 14.
- Ibidem, p. 11.