La fallida Cumbre argelina

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Tras un impasse de dos años por la COVID-19, Argelia celebró la Cumbre Árabe que, por turno, le tocaba organizar. Una reunión que, amenazada en varias ocasiones de suspensión o de aplazamiento, estaba abocada al fracaso desde su anuncio. 

No obstante, hay que agradecer el tesón de este país en celebrar este encuentro de la indecencia permitiéndonos asistir, estupefactos, a un espectáculo de disparates monumentales. 

Si el rey Mohamed VI no ha asistido a la Cumbre es porque el régimen argelino se ha empeñado en impedirlo. Era obvio que su presencia en Argel habría acaparado los focos internacionales hacía su figura, además de convertir la reunión en una verdadera Cumbre de reconciliación entre ambos países. Consciente de ello, la sinrazón argelina lo evitó dispensando un trato denigrante al ministro de Exteriores Bourita. Fue un claro mensaje de que la representación marroquí no era bienvenida. Y mucho menos la del Rey. 

En efecto, la dictadura argelina fue capaz de violar las reglas del protocolo de la Liga Árabe para recibir al ministro de Exteriores marroquí. Expulsó y acosó a parte de la prensa que acompañaba al ministro para cubrir el evento. Finalmente amputó el mapa de Marruecos para achacarlo, cobardemente, a un error de grafismo. Todo ello con un trasfondo irrespirable de la hiel que segregaba la prensa de la dictadura argelina contra el Reino de Marruecos. 

La Cumbre del pasado 1 y 2 de noviembre, a la que no faltó el jefe supremo Chengriha, tenía como lema la “reconciliación árabe”. Sin embargo, el tema central anunciado fue la cuestión de Palestina. En realidad, el verdadero objetivo de Argel era poner a Israel en el disparadero junto con los países que habían normalizado sus relaciones con el país hebreo (Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos) dentro del marco de los Acuerdos Abraham. Aunque en el caso de Marruecos, se trataba más bien de la reanudación de las relaciones suspendidas desde el año 2000. 

El régimen argelino, en su intento de proteger a su aliado Irán, se opuso a condenar la injerencia del régimen de los ayatolas en el Mundo Árabe. No obstante, en el turno de palabra, se hicieron varias menciones a esta amenaza. Tampoco consiguió una condena contra Israel. Y su intento, fallido, de rehabilitar al dictador sirio para este encuentro sembró más divisiones, si cabe, en el seno de la Liga. 

El desastre de la Cumbre argelina trasciende el contenido y alcanza igualmente el nivel de representación. Ningún jefe de Estado de los países que han normalizado sus relaciones con Israel asistió a esta farsa. Es más, 11 de los 22 países miembros no han sido representados por sus jefes de Estado (Arabia Saudí, Bahréin, Emiratos, Jordania, Kuwait, Líbano, Libia, Omán, Sudán, Yemen y Marruecos). 

La propia “Declaración de Argel”, que sancionaba los trabajos de esta 31ª edición, subrayaba el imperativo de consolidar una acción conjunta para “preservar la seguridad nacional de los Estados árabes”, además de “contribuir a la resolución de las crisis que atraviesan, con el fin de proteger su integridad territorial”. 

Una Declaración contraria a la dinámica hostil de la dictadura argelina en relación con la soberanía del Reino de Marruecos. Alberga y arma a separatistas que amenazan, desde su territorio, la seguridad del vecino y de romper unilateralmente sus relaciones, cerrando incluso su espacio aéreo, y de vanagloriarse con el lema de “unidad y reconciliación árabe”. 

En cuanto a resolver crisis, pues resulta patético ver cómo Argelia rehúye, repetidas veces, la mano tendida de Marruecos y la invitación del rey Mohamed VI al diálogo directo y sincero. Pero el fraude mayor de esta Cumbre fue el hecho de no abordar la guerra de Siria, Libia, Yemen o el propio conflicto instigado por Argelia contra Marruecos. 

Más allá de la retórica grandilocuente, la Declaración concluyó con un acuerdo de mínimos, sin condenar ni a Israel ni a Irán. Se apoyó a la autoridad palestina y a la solución de dos Estados, con capital compartida en Jerusalén como ya se había establecido hace ya más de 20 años. Nada nuevo. Y más de lo mismo. 

La parte cómica del evento fueron las manifestaciones del presidente-títere, Tebboune, venido arriba ante un grupo de periodistas adscritos al régimen, en las que afirmó que “de la cuestión palestina me voy a encargar yo personalmente”. No sabemos si va a declarar la guerra a Israel o va a pedírselo “por favor”. Y se olvida de que el presidente del Comité al-Quods es el rey Mohamed VI y que la cuestión palestina depende de la decisión del Consejo de Seguridad de la ONU donde él, precisamente, no tiene ni voz ni voto ni talla diplomática. 

La tragedia argelina se mascaba desde su anuncio y planeó sobre la Cumbre hasta su conclusión. De hecho, no se esperaba nada trascendental que resuelva las disputas internas entre sus miembros. Aspecto éste en el que la Liga Árabe ya había mostrado su absoluta inutilidad a lo largo de su historia. 

Es más, la Cumbre confirmaría esa división política, liderada por Argelia, que, por otro lado, ha sido deliberadamente ignorada; pese a que supone una amenaza para la propia continuidad de esta organización panárabe. 

En este contexto, el ideario de la reconciliación árabe quedaba vacío de todo contenido. Más bien el objetivo abyecto del poder político-militar argelino era la división y la confrontación. Es consabido que Argelia levanta muchos recelos en la Liga Árabe por su alianza satánica con Irán, así como por su odio particular al Reino de Marruecos y, en general, hacia las monarquías del Golfo. 

En consecuencia, la Cumbre resultó un duro golpe para Argelia, que pretendía instrumentalizar el encuentro para enfrentar el Mundo Árabe a Israel, blanqueando a Irán. La causa Palestina fue, desgraciadamente, un mero pretexto. 

El fiasco de la Cumbre argelina se debe a la influencia del régimen iraní sobre Argelia. Un alineamiento que acarreará consecuencias imprevisibles para Argelia. Pues, a estas alturas, la comunidad internacional tiene claro el posicionamiento argelino, y a quien considera como carente de catadura moral por su respaldo a la invasión de Ucrania y a la anexión ilegal de sus territorios. 

¿Cómo pretende erigirse en libertador de Palestina? ¿Y para cuándo la liberación de la Cabilia? ¿Y de la población saharaui secuestrada en Tinduf? 

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