El ocaso del populismo en América Latina

Alexandra Dumitrascu

Pie de foto: El presidente de Bolivia, Evo Morales, acaba de perder la oportunidad de un nuevo mandato como presidente

El poder seduce. Y a los líderes de América Latina los seduce absolutamente, quienes han buscado en las últimas décadas desarrollar una especie de pseudo monarquías, pensadas para perpetuarse en el poder de manera ilimitada. El presidente boliviano, Evo Morales, ha sido el último de los presidentes de la región que, bajo el hechizo de su popularidad, ha intentado cambiar las reglas democráticas, de manera democrática, para convalidar un cuarto mandato presidencial que le permitiera culminar “la revolución cultural” iniciada en 2005. Así, a un mes del décimo aniversario como presidente, los ciudadanos fueron convocados a las urnas para revalidar, en un referéndum, su confianza en el primer presidente indígena de la historia de Bolivia. Pero también, en el primer presidente de la historia postmoderna del país que más tiempo se ha mantenido en el poder. Para encontrar un ejemplo similar habría que remontarse al siglo XIX, cuando Andrés Santa Cruz, uno de los primeros presidentes de la recién conformada Bolivia, gobernó desde 1829 hasta 1839.

El resultado del referéndum cayó, sin embargo, como un jarro de agua fría. El 51.3% de la población dijo no, frenando con ello los ánimos del presidente que, de haber recibido el visto bueno, podría haberse acomodado hasta 2025, cuando se cumplen 200 años de la independencia del país. El resultado no sólo pone de manifiesto una población fuertemente polarizada, sino que refleja el lento ocaso del populismo en América Latina, y una reconfiguración política en la región producto quizá de un cambio de mentalidad social.

La razón del castigo ciudadano a Morales no es de índole económica. Durante su mandato la pobreza extrema se redujo de 38% a 17%. Asimismo, el PIB creció una media de 5.1% anual entre 2006 y 2014, una de las tasa más altas de América Latina, estimulado por la exportación del gas que el presidente expropió al poco de llegar al poder.

Una explicación razonable del resultado del referéndum podrían ser los escándalos de corrupción que últimamente han rodeado al mandatario boliviano y a su entorno. Uno de ellos implica a líderes de la comunidad indígena en el desvío de fondos que estaban destinados para financiar el desarrollo rural. Aunque la acusación de tráfico de influencias que salpica a Morales ha sido lo que más habría influido en la decisión de voto. Más allá del puritanismo que rodea el hecho de que el presidente haya tenido un hijo fruto de la relación en 2007 con la, por entonces, estudiante de Derecho, Gabriela Zapata, Morales habría explotado su estatus para facilitar contratos millonarios a la empresa china CAMC. Zapata, que ostentaba el cargo de gerente en dicha organización, ha sido ya detenida a raíz del escándalo. Se estima que cerca de 500 millones de dólares ha sido el monto total del que la empresa de ingeniería se ha beneficiado en los últimos años. En cuanto a la relación íntima entre la gerente y el presidente, de acuerdo con las declaraciones de Morales, ésta concluyó poco después de la supuesta muerte del hijo de ambos, una versión cuestionada desde todos los puntos de vista.

Tradición al estilo latinoamericano  

La perpetuación en el poder en los países de América Latina ha estado de moda. La tendencia la marcó el expresidente de Venezuela, Hugo Chavéz, que, al igual que Evo Morales, buscó en 2004 el beneplácito de la población para liderar la revolución bolivariana hasta 2024. Y como el dicho, si te cierran la puerta, entra por la ventana, al recibir el voto en contra de los ciudadanos, Chávez optó por enmendar la Constitución para llevar a cabo su ambicioso proyecto de perpetuación. Con la reforma, no sólo él como presidente, sino también los gobernadores y los alcaldes, pudieron ser reelegidos de manera indefinida. Con ello, se naturalizó la idea en Venezuela de que el presidente podría prolongar su mandado de manera ilimitada, ayudado, en parte, por una oposición fragmentada e inerte, y atrofiando con ello el sucedáneo de democracia y los ánimos de la sociedad.

Desde entonces, los líderes de Argentina, Brasil, Ecuador, Colombia o Nicaragua han intentado de alguna u otra manera de cambiar las reglas de juego para poder ser reelegidos en mandatos consecutivos. Sólo el caso de Nicaragua ha prosperado en este sentido, en donde está permitida la reelección ilimitada, al igual que en Venezuela y Cuba.

En el caso de Bolivia, lo objetivo son los hechos. Acerca del futuro próximo del país, todavía es una incógnita, como en casi la mayor parte de los estados de la región en donde la incertidumbre monopoliza todos los pronósticos. Pensar en las elecciones es todo un problema, porque lo normal es lo anormal, y ninguna suposición es un disparate.

El resultado del referéndum ha sido “respetado” por Morales, que obviamente no vio en el su primera mayor derrota electoral, sino una batalla que se ha perdido, pero que no así la guerra. “Los que votaron por el Sí, le dijeron sí a Evo, y los que No, dijeron: no te vayas Evo”, es la interpretación ingeniosa que hizo el presidente en el discurso post referéndum. Y como si de Chávez o Maduro se tratara, Evo culpó a la derecha, a las redes sociales en donde se llevó a cabo una “guerra sucia” contra su Gobierno, pero también a la discriminación y el racismo; en el país hay cerca de un 62% población indígena, de acuerdo con los últimos censos. Así que, a pesar de la derrota, su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), todavía goza de casi un 50% de respaldo.

Aunque nada comparado con el más del 60% con los que ganó las últimas dos elecciones generales, en 2009 y 2014.  

Está en lo cierto Morales en admitir que únicamente ha perdido una batalla. Los cuatro años que le quedan por delante le concede el espacio suficiente para remontar la menguada imagen del MAS que solamente compite con una oposición fragmentada, sin un proyecto claro, ni un programa definido que le haga vencer en los comicios de 2019. No obstante, tampoco nada asegura de que Morales no vaya a actuar como Hugo Chávez, e intente enmendar su propia Constitución, aprobada en 2009, rediseñada para conceder mayor protagonismo político y social a la comunidad indígena. No obstante, la hipótesis de que su hija, Evaliza Morales, le podría suceder en el cargo, por lo menos en el partido, es lo que mayor resonancia ha cobrado. De dejarlo todo atado y bien atado, se trata.

Argentina desencadenó la ola de cambios en América Latina con el fin del kirchnerismo en el país, después de 12 años en el Gobierno. En Venezuela, por primera vez en 16 años, la oposición, aglutinada en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) obtuvo  en diciembre del año pasado mayoría en la Asamblea Nacional. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha anunciado recientemente su decisión de no presentarse a las próximas elecciones una vez terminado su también tercer mandato, en 2017.

Todo ello muestra un lento pero factible cambio de rumbo en América Latina en donde las derrotas electorales de los líderes populistas afianzan la esperanza en un cambio contundente en el futuro próximo. La permanencia de estos en el poder ya es insostenible desde el punto de vista social. El amparo de estos en el poder bajo la prosperidad económica mundial de antaño ha llegado a su fin. El agotamiento  de lo que llaman el súper ciclo de los commodities también es una mala noticia para estos países. El discurso del enemigo externo ya no sirve. Y aunque los próximos líderes latinoamericanos tampoco lo tendrán fácil, por lo menos volverán a llevar a sus países por la senda democrática de la que se han desviado bajo los gobiernos populistas. Sin Evo Morales y Rafael Correa en el poder, y con una Cuba cuasi reconciliada con Occidente, a Venezuela le será cada vez más difícil sobrevivir aislada en la región.