Nueva respuesta a Lahcen Haddad

Me atrevo a continuar, Señor Haddad, el debate que sostenemos Usted y yo y que nos permite la revista Atalayar, a la que agradezco su acogida.

Creo que el debate sereno entre españoles y marroquíes es algo positivo siempre, en vez de los monólogos cruzados, encerrados cada cual en su letanía de siempre cuando se trata de temas o visiones en los que no se está de acuerdo.

Coincido con Usted en que en letra y espíritu la Constitución de 2011 representó un salto adelante con respecto a las anteriores. 

Aunque me llama la atención que olvide Usted incluir entre los logros de la misma la “componente saharo-hassaní” que reconoce el preámbulo constitucional entre la pluralidad de “afluentes” de la identidad marroquí que Usted bien recuerda en su réplica. Un olvido significativo para el tema que tratamos, sin duda, pues me reconocerá que se incluyó en el texto de 2011, junto con la preservación del habla hassania, como una mano tendida para ayudar a resolver el largo conflicto que se prolonga entre saharauis y marroquíes desde hace medio siglo, pero que no se ha sabido resolver hasta el momento. 

Pero estoy convencido de que en la práctica se desaprovecharon, en estos doce años transcurridos desde la aprobación de la Constitución de 2011, oportunidades importantes para ensanchar las posibilidades que abría. La política ha seguido funcionando de arriba abajo, con la inercia de siempre, en la que las directrices partían de los discursos reales que marcaban el camino por el que el legislador debía marchar. En toda esta década larga no me parece haber visto muchas iniciativas que partieran de los grupos políticos representados en el Parlamento y que no estuvieran inspiradas desde arriba, lo que refuerza mi idea de cierta desconfianza en una élite que necesita –o se deja- ser tutelada, sin ejercer sus posibilidades reales de expresión. Además, los primeros ministros –Benkirane, Othmani y Akhannouch-, aunque disponían del derecho de nombramiento para los empleos civiles en administración y empresas públicas, no se ha visto que hayan podido ejercer esta competencia, que siempre ha venido decidida de arriba a abajo a través de nombramientos reales a personal del restringido círculo administrativo tecnocrático, cercano a la esfera real. Ni que decir tiene, en el caso de gobernadores civiles y diplomacia, esferas estas de la soberanía del monarca.

He visto además que en la década larga transcurrida la injerencia del poder político sobre el judicial se ha mantenido, si no incrementado, como demuestran los juicios políticos a los que hice referencia en mi anterior respuesta, al aludir al informe de la Oficina de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Me remito a lo que expresa una personalidad libre de toda sospecha de poder considerarse un “progresista acérrimo frustrado” –expresión que Usted utiliza creo que con un matiz un tanto despectivo-: me refiero a Noureddine Ayouch, en un reportaje televisivo de la cadena Arte que circula actualmente por las redes sociales: “En los primeros diez años del Reino de Mohamed VI, Marruecos dio pasos impresionantes hacia la democracia. En los últimos diez años en cambio, no deja de dar pasos hacia atrás”. Le citaría dos casos que conozco muy bien, el del historiador Maâti Monjib, imposibilitado de encontrarse con su familia en Francia, privado de su pasaporte y de su puesto de trabajo, sometido a arbitrariedades múltiples desde hace más de cinco años. O el de Reda Benothmane, condenado a tres años de prisión por publicar en internet críticas a las autoridades. Por no hablar de la pésima gestión que se hizo por parte del poder de la crisis del “hirak” de Alhucemas, con las secuelas de juicios injustos que aún colean. O de los juicios de Gdeim Izyk, tan llenos de arbitrariedades a pesar de que hubieron de rehacerse por un tribunal civil tras el paso por uno militar que recibió duras críticas.

En el balance que Usted hace de estos años vividos bajo la Constitución de 2011 no puede, desde luego, decirse, que la prensa es más libre en Marruecos. Lo atestiguan los periodistas encarcelados, aunque se haya tenido la precaución de inculparlos de delitos comunes -mal verificados por los hechos en juicios con pocas garantías- para enmascarar su naturaleza política o de opinión. Y lo corroboran los títulos de prensa desaparecidos, diarios o revistas, que en otro tiempo atestiguaban su libre expresión y eran un orgullo para Marruecos, mientras sus directores se encuentran hoy en prisión o en un exilio voluntario.

Entiendo perfectamente las reflexiones que me hace a propósito de la necesidad de una monarquía fuerte en un país que sigue luchando por alcanzar un verdadero desarrollo humano, crear empleo, prosperidad y dignidad para todos. Pero ello muestra desconfianza en una élite que no es capaz de gobernarse a sí misma, que necesita una tutela que corrija las derivas bien de corrupción o de desviación del bien colectivo de una parte de la elite encargada de la gestión pública.

Por supuesto que la precipitación hacia la democracia puede acarrear abusos, pero a veces los temores a la democratización de una sociedad provienen de los intereses de quienes mantienen privilegios a los que no quieren renunciar. A este propósito he citado muchas veces en mis escritos la frase del gran historiador marroquí Abdalah Laroui en el epílogo a la edición española de su “Historia de Marruecos”, en contra de los que usan de pretextos para justificar la lentitud en los cambios: 

“Sigo pensando, al leer la historia magrebí, que el comportamiento democrático no se convertirá en algo natural entre gobernantes y gobernados hasta que aquéllos dejen de obsesionarse con el miedo a la “desintegración nacional”. Creer o hacer creer, que el Estado está siempre en un tris de verse sumergido por la marejada desbordante de la barbarie, es el mejor medio para que nunca surja entre la población una conciencia civil responsable”.

Y paso a la parte final de su escrito en la que se trata de mi idea de asociar democracia con una solución al problema del Sáhara Occidental y de la relación entre autonomía y democracia. Partimos de la idea, con la que yo estoy de acuerdo, de que Marruecos pretende que la negociación que Naciones Unidas exige entre las partes (Frente Polisario y Estado marroquí) parta de la discusión de la “Iniciativa para la autonomía de 2007” sin ideas preconcebidas. ¿Será mejor dicha negociación si la imagen que proyecta Marruecos hacia el exterior es la de un país sin inseguridad jurídica, sin represión caprichosa, con pleno respeto a las minorías, con voluntad decidida de marchar hacia el Estado de derecho? La contraparte podrá así sentirse atraída por la posibilidad de integrarse en ese Estado en el que se garanticen sus derechos. 

Si en el interior del Sáhara Occidental -las provincias del sur que reconoce Marruecos-, los partidarios de la contraparte con la que el Estado marroquí deberá ponerse de acuerdo para cualquier solución, son reprimidos y perseguidos con dureza, sus asociaciones dificultadas en su acción, si no se profundiza en esa mano tendida que fue el reconocimiento de la aportación de su expresión cultural y social plasmada en la Constitución de 2011, creo que vamos hacia atrás, como diría Noureddine Ayouch.

Conozco bien la complejidad de la sociedad marroquí, “composite” -como decía Paul Pascon- en su estructura social pero también en la cultural. Considero que las fuerzas conservadoras tienen un impacto muy arraigado en el cuerpo social de la población marroquí y que ello ralentiza el progreso social y cultural de sectores importantes de la sociedad. Pero por ello sería inteligente no enajenarse a esos sectores “progresistas acérrimos” de los que Usted habla, cortapisando sus críticas que sin duda deberían ayudar a corregir las desviaciones que en este tercer decenio del siglo XXI en que vivimos se producen o pueden producirse en Marruecos como en cualquier lugar del mundo. 

No es por el camino de ver enemigos de la patria por todos los rincones del planeta urdiendo complots contra Marruecos como se avanza. A veces, le reconozco, se da esa impresión cuando se leen comunicados oficiales o declaraciones de líderes de Marruecos. Sino admitiendo las críticas o los errores que puedan haberse cometido. Ahí es donde Marruecos podría permitirse gestos de justicia que dignificarían su imagen en el exterior, evitando críticas innecesarias que en no pocos casos están hechas desde la amistad y la voluntad de que Marruecos se sitúe pronto en los mejores rankings de desarrollo humano y político.

Reciba mis atentos saludos

Bernabé López García

Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato