El mundo sí es mejor desde el sábado

«Como quiera que sea, el mundo sí es mejor desde el sábado. Perfecto, jamás lo será», escribió Macario Schettino hace unos días. Y sí. Terminó, por fin, esa semana que tuvo en vilo al mundo. «Los ciudadanos norteamericanos hablaron fuerte y claro: Joe Biden es el nuevo presidente de los Estados Unidos. Se terminó la era Trump. El mundo hoy es un lugar un poquito mejor que ayer», subrayó el ex canciller uruguayo, Ernesto Talvi, al corroborar el hecho, pero también al exteriorizar un sentimiento compartido por muchos ciudadanos alrededor del mundo, especialmente por aquellos que valoramos la democracia liberal.
En días previos a la elección, Timothy Snyder, profesor de la Universidad de Yale, presentó un desolador análisis sobre la política del dolor ejercida por el «sadopopulista» y jefe tribal, Donald Trump, cuya gestión o falta de gestión y negacionismo deliberado causaron muchas muertes que pudieron evitarse. El coronavirus ha matado a más gente —más de 200.000 fallecidos— en Estados Unidos que cualquier evento que haya puesto a ese país en el campo de batalla: «Cada pocos días, sufrimos el equivalente a un 11 de septiembre», dijo Snyder. Julio Patán se sumó a Snyder: «El populismo es la derrota de la racionalidad, la normalización del disparate […] El disparate es Donald Trump». «Y la gestión de Trump ha sido lamentable» en asuntos de gran importancia para la coyuntura actual estadounidense, específicamente en «el manejo de la pandemia de Covid-19 y de sus consecuencias económicas». No obstante, «Algunas de las acusaciones contra Trump y su manejo del virus son exageradas. Por ejemplo, aunque Estados Unidos tiene el mayor número de casos y el mayor número de muertes, su tasa de mortalidad por millón de habitantes está 13era en el mundo y es mayor en un número de países importantes que incluyen España, Gran Bretaña, Bélgica, Brasil, México, Perú, y Argentina. Sin embargo, las declaraciones evidentemente absurdas sobre el virus, su desprecio por la evidencia científica, y su negativa a atenuar la catástrofe económica que ha engendrado la pandemia deberían haber sido suficientes para asegurar su derrota abrumadora y que su partido fuera doblegado junto con él», analizó recientemente el escritor David Rieff.
Donald Trump, conocido y reconocido por el desprecio a los ciudadanos, por su racismo y estigmatización de los inmigrantes y por ser un admirador de autócratas y de dictadores, dejará el poder y esa es, por sí misma, una buena noticia. De todas formas, no puede obviarse su fuerza electoral. Hablando de los peligros que entraña el populismo de derecha y el «triunfo del odio», Julio Patán advirtió que, pese a la desastrosa gestión de la pandemia, los 70 millones de electores de Donald Trump corroboran que «el rencor es una fuerza bien viva» y que «el autoritarismo es taquillero, máxime cuando va a acompañado de una retórica de mano dura y nacionalismo desbordado». Vale insistir: la salida de Trump de la Casa Blanca es una buena noticia. Con Joe Biden volverán las formas, la racionalidad y el sentido común. Incluso cuando su margen de maniobra no sea demasiado amplio, recuperar algo de lo que se perdió con Trump no es poco. Y es que Estados Unidos no sale ileso de esta gestión populista. Hay una sociedad dividida y muy polarizada como quedó evidenciado antes, durante y después del proceso electoral. El dilatado análisis de David Rieff permite una mejor comprensión de la situación interna y de la crispación social que vive los Estados Unidos. A ojos de Rieff, quien ofrece una perspectiva comparada, la «grieta» argentina luciría menos profunda que la estadounidense. Esa comparación puede ser un buen indicador para aproximar el clima político y social de los Estados Unidos. En Argentina la académica Constanza Mazzina notó que la coyuntura estadounidense ha recordado en mucho la latinoamericana.
«Biden sin duda restaurará una versión del status quo anterior a Trump, al menos estilísticamente. Es un político profesional, un hombre del establishment de Washington que ha estado tratando de ser presidente durante casi cuatro décadas. Y la elección de Kamala Harris, aunque ella se encuentre a la derecha de Biden en muchos temas sociales, es inmensamente importante simbólicamente en tiempos de una enorme tensión y estrés racial, especialmente por su linaje mixto afro-americano y sur-asiático. Pero los desafíos que enfrentan Biden y Harris son más que abrumadores y tendrán que afrontarlos con un Senado hostil y una debilitada Cámara de Representantes, mientras el propio Trump, o personas que piensan como Trump hacen todo lo que pueden para socavar a la nueva administración, lo que es otra manera de decir que aunque Trump haya sido derrotado es evidente que el trumpismo no ha corrido la misma suerte». Es equivocado hacer «creer que Trump y el trumpismo son aberraciones y que la victoria de Biden representa la restauración de un consenso estadounidense de algún modo secuestrado por Trump». Para Rieff la realidad va por otro lado, si bien esa perspectiva ofrece consuelo «nada podría estar más lejos de la verdad». «Los Estados Unidos están divididos en dos como nunca antes desde la Gran Depresión de la década de 1930. Y Biden no es ningún Franklin Delano Roosevelt. De algún modo, los problemas acaban de empezar», explicó el analista estadounidense.
Los retos que enfrenta Joe Biden son enormes y las posibilidades limitadas. «Va a tener que decidir si pone su atención en la miseria rural, blanca y trumpista, o en la pobreza urbana, más negra e hispana. Es probable que se vaya a ir por lo primero, por urgencia política. Pero la coalición Demócrata exige lo segundo. Esto subraya lo difícil que es construir una sociedad de bienestar con políticas dirigidas en lugar de programas universales», apuntó el ex secretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda. «Cuando Trump fue elegido presidente en 2016, liberales e izquierdistas, es decir, los residentes de la denominada zona azul, los estadounidenses «progresistas», estaban en shock. De algún modo, los medios del establishment […] pasaron los cuatro años de la presidencia de Trump en un estado de negación, como si su victoria fuera contra el orden natural de las cosas. Al mismo tiempo, el Estados Unidos «conservador», que es suburbano, extra urbano y rural, sintió que había sido liberada de una tiranía política y cultural —sobre todo en asuntos de raza, género y fe— bajo la que había sufrido durante la presidencia de Barack Obama». En esta elección que acaba de pasar «Trump recibió una cantidad significativamente mayor de votos de los que había recibido en su exitosa campaña del 2016, incluyendo más votos de negros que cualquier otro candidato presidencial republicano en las últimas seis décadas, y una parte pequeña pero significativa del voto latino, y no sólo en Florida donde el electorado latino, ya no sólo cubano sino también colombiano, venezolano y nicaragüense, es fervientemente anti-comunista y no sin razón ve al Partido Demócrata como favoreciendo una reconciliación antes que una confrontación con las dictaduras cubana y venezolana», documentó Rieff a la vez que añadió que «Biden también enfrentará desafíos desde la izquierda». «Durante las primarias, apenas consiguió derrotar a sus rivales progresistas, sobre todo a Bernie Sanders y a Elizabeth Warren. Y como los leales a Trump, ellos tampoco se han ido». Biden gobernará con un Senado de mayoría republicana y tendrá que «hacer pactos con el líder republicano del cuerpo, Mitch McConnell, para hacer pasar cualquier proyecto de ley importante». Biden será un reconstructor que buscará subsanar algunas políticas y desastres ocasionados por Trump, pero no habrá grandes cambios: «la alegre reacción de Wall Street a la llegada inminente de un presidente demócrata y un Senado republicano es un buen indicador de qué pocas cosas significativas en términos económicos cambiarán en los cuatro años que vienen», precisó Rieff.
Respecto a las inquietudes y a las expectativas del nuevo gobierno estadounidense con América Latina sobresalen las relacionadas con sus promesas de campaña en la cuestión migratoria que fue exacerbada por Trump «con sus repercusiones obvias en México y América Central», tal y como apuntó Carlos Malamud, en un análisis reciente donde recordó que «América Latina tiene más implicaciones para Estados Unidos, comenzando por ser un terreno más donde chocará con China». Aunque Biden buscará enfriar la tensión con Beijing «no habrá un giro copernicano». «La lucha frontal seguirá en todos los frentes y en todas las partes del globo. De ahí que la primera pregunta es si seguirá o aumentará la presión para que los gobiernos y empresarios latinoamericanos tomen distancia de China», planteó Malamud al recordar que en 2021 se celebrará en Estados Unidos la VIII Cumbre de las Américas. «Será la ocasión ideal para medir en su totalidad la dirección y la estrategia de la política latinoamericana de la nueva Administración». Cuba, Venezuela y México son, por obvias razones, los países que más interés generan por estos días respecto a la relación que asumirán con el gobierno Biden-Harris, según se extrae del análisis del investigador del think tank español Real Instituto Elcano.
Los diferentes gobiernos del mundo reconocieron desde el mediodía del sábado y durante el fin de semana la victoria de la fórmula Biden-Harris. Lo hicieron después de que los medios estadounidenses anunciaran, como es tradición en ese país, que Joe Biden será el presidente 46° de los Estados Unidos, según las proyecciones. A esa altura del conteo de votos la victoria de Biden sobre Trump resultaba clara y permitía hacer el anuncio. Es más: Biden podría ampliar su ventaja. Si ya obtuvo 290 votos del Colegio Electoral estos podrían crecer algo más en las próximas semanas. Hay gobernantes que siguen sin reconocer, menos felicitar, al presidente electo Joe Biden, a saber: Vladimir Putin (Rusia), Jair Messias Bolsonaro (Brasil), Andrés Manuel López Obrador (México) y otros pocos. Como cabe esperar no todos celebran los resultados de las elecciones, empezando por Trump y sus electores. El presidente saliente ha repetido sin césar que le robaron la victoria y anunció acciones legales. ¿Devino, al final de su mandato, en un convencido de la institucionalidad y de los procedimientos legales? También hubo reacciones llamativas en redes sociales. Progresistas y feministas que se reclamaron indiferentes al proceso electoral estadounidense. ¿Por qué? Por cuestión de «principios», se leía por ahí. Que Kamala Harris tiene una «cuestionable» trayectoria política. Y que una mujer negra e hija de inmigrantes vaya a ser la próxima vicepresidenta de los Estados Unidos les parece poco y les sabe a nada. Insisten en que lo mismo da Biden o Trump. Pero, ¿es posible que en algunos asuntos y miradas del mundo estas voces coincidan de hecho con Trump? En un punto los extremos se encuentran y permiten, como ahora, apreciar la confluencia de la izquierda más populista e irracional con la extrema derecha.
«Como quiera que sea, el mundo sí es mejor desde el sábado. Perfecto, jamás lo será».
Addenda: Hablando de volver a las formas y de que no todos los medios son válidos para alcanzar fines, así como de la necesidad de restituir las condiciones para el debate público degradado por Donald Trump y sus fake news, circula un vídeo en redes sociales que no honra a la vicepresidenta electa. Stephen Colbert le preguntó hace unos meses a Kamala Harris por qué durante los debates ella acusó a Joe Biden de racista y de ser culpable de los señalamientos de acoso sexual que él recibió y cómo es que ahora (Harris y Biden) son tan amigos. Ella respondió, risueña, que «era un debate». Y continuó riendo.