Europa en horas bajas
El 27 de febrero de 2022, tras la invasión rusa de Ucrania, el canciller alemán Olaf Scholz se dirigió al Bundestag para exponer la respuesta de su Gobierno a la crisis de Ucrania. Entre aplausos y ovaciones, Scholz anunció el cambio de era y una transformación radical de los pilares centrales de la política exterior y de seguridad alemana al proclamar un Zeitenwende para Alemania, un punto de inflexión o un momento decisivo. El problema es que el Zeitenwende fuese una sorpresa. Afectaba, como dijo el canciller, a la seguridad y a las relaciones exteriores, pero no se ha captado, todavía, la profundidad del cambio.
El hecho más llamativo y difícilmente explicable, excluyendo el recibimiento de Scholz en el Bundestag, es cómo las potencias europeas llegaron a no ser conscientes del “momento decisivo”, por más que la secuencia estratégica del Kremlin de reponer el “imperio”, como los preparativos de la invasión rusa de Ucrania, eran evidentes. En los casi 19 meses de guerra, la conducta de las potencias europeas no ha variado estratégicamente, actúan reactivamente ante sucesos en cuya gestación no han tenido influencia, son sujetos pasivos.
A la vista de la situación, habría que preguntarse si la Europa de antes de la invasión, incapaz de comprender lo que ocurría, es la adecuada para afrontar la nueva situación. La pregunta puede parecer absurda, pero el relato oficial europeo en vigor se diferencia substancialmente muy poco del sorpresivo del Zeitenwende. Europa vive una profunda crisis, pues el “cambio de era” lo que ha modificado son los fundamentos de su actual vigencia, al afectar a su seguridad y economía. Los tradicionales “grandes” de la política europea, Alemania y Francia, están inmersos en profundas crisis que dejan desvalida de discurso a la propia Unión.
La amenaza rusa ha trasladado el foco de gravedad geopolítico europeo a la zona central, a la vez que se van conformando las condiciones para la formación de un nuevo Telón de Acero. La relación de poder entre Alemania, Francia e Italia está, por decir algo, en un teórico periodo de acoplamiento, la OTAN adquiere un nuevo protagonismo y la transición europea hacia un nuevo modelo de abastecimiento energético está en plena problemática gestación. Por su parte, España exhibe una delirante introversión que anula cualquier protagonismo internacional.
La guerra de Ucrania, en su vertiente militar puede considerase de “desgaste” que, traducido al lenguaje común, es un “a ver quién aguanta más”. Los países europeos se dedican a enviar ayuda al Gobierno de Kiev y, como puede deducirse, esta actuación responde más a una improvisación que a un plan preconcebido, que convive con discrepancias profundas en otros aspectos. Ejemplos de ello son la existencia de un lobby antinuclear europeo dirigido por Alemania, mientras Italia y Francia siguen un camino nuclear opuesto, o las diferentes posiciones sobre las relaciones con China que son indicios de que son opuestos a intereses nacionales, por lo que se aplica, sin disimulo, el principio de que las Relaciones Internacionales se materializan mediante el ejercicio del poder.
Por otra parte, existen problemas internos como la grave crisis francesa sobre la inmigración lleva a un enfrentamiento entre el Gobierno, que quiere regularla por Ley, y la oposición de derechas que pretende enmarcarla en reforma constitucional por referéndum. La pretensión añadida de introducir en la Constitución la posibilidad de derogar la primacía de los tratados y del derecho europeo, cuando estén en juego los intereses fundamentales de la Nación, es una ruptura en toda regla del concepto de Europa hasta ahora mantenido. La oposición del presidente Macron a la reforma es la expresión de un profundo cisma en la sociedad francesa.
Un ejemplo de lo que puede “causar estado” en Europa es la postura italiana al diseñar una estrategia propia. La finalidad expresada desde Roma es adecuar el protagonismo de Italia como una potencia regional con influencia global, apoyándose en la OTAN y en la Unión Europea. La presidenta Meloni, continuando en la línea de su predecesor Mario Draghi, ha mantenido una clara postura atlantista, desarrollando una estrategia africana, a la vez que contempla la capacidad de proyectar poder desde el Mediterráneo al Indo-Pacífico.
La nueva visión italiana es consecuencia de la constatación de la realidad geopolítica que configura la narrativa y la escala de nuevas prioridades. Italia es sensible a los riesgos que emanan de los Balcanes, el norte de África y el África subsahariana, cuyas señales son los golpes de Estado en el Sahel, la actuación de Wagner en la zona y la creciente presencia de China e influencia rusa en los Balcanes. Mientras que el Gobierno de Draghi veía la política mediterránea de Italia como un complemento de su política europea, el Gobierno de Meloni prefiere mirar al Mediterráneo como el área principal de acción política del país y a las instituciones europeas como necesarias pero subsidiarias. Este giro puede servir de ejemplo a muchos países de la UE.
Italia ha adoptado una Política Exterior con iniciativa nacional al aplicar un diseño del empleo del poder con la finalidad de situarse, como país, en una posición ventajosa en el caótico ambiente internacional. La confección de un Gobierno altamente profesional constituye su herramienta básica para explotar el gran potencial que supone ser miembro del G7. Este hecho quedó demostrado, el 27 de julio pasado, en el comunicado conjunto tras la vista de Meloni a la Casa Blanca, donde se reflejan las excelentes relaciones italo-norteamericanas. Se enumeran exhaustivamente los aspectos de estas relaciones en el futuro en todos los aspectos, desde la Defensa a la ciencia, no aludiendo a la Unión Europea en ningún aspecto, pero si al G7 que se configura como el sustento básico de una nueva versión de Occidente.
La historia demuestra que, ante un gran cambio, el hecho de afrontarlo desde una narrativa que predique soluciones del pasado es una conducta suicida. Italia está en ello. La Europa del futuro es tarea a diseñar, los intereses nacionales vuelven a tomar una influyente posición en la política europea, se han puesto de moda.