El G20 como reflejo de la dinámica internacional

G20 india
El presidente indio Narendra Modi preside la cumbre del G20 / LUDOVIC MARIN / AFP
El G20 surge a finales del siglo pasado como plataforma de cooperación intergubernamental informal para tratar de controlar y evitar la extensión de la crisis financiera asiática. Aunque se creó como foro ministerial, con motivo de la crisis financiera de 2007/8 se decide convocar una cumbre. 
El éxito en su respuesta a esa crisis consolidó el nuevo formato de cumbres y aseguró el futuro de la organización.
 
 El G20 es conferencia intergubernamental informal, cuyas decisiones se toman por consenso, que comprende un esquema regular de numerosas reuniones de expertos, de acuerdo con una dinámica de negociación multilateral de abajo (expertos, grupos de trabajo y sherpas.) hacia arriba (Ministros y Cumbre). 
 
La Declaración final de la Cumbre refleja el trabajo de todos, pero es responsabilidad de la presidencia rotatoria, la última celebrada el 9 y 10 de septiembre en Nueva Dehli en formato presencial, y en formato virtual el 22 de noviembre, ambas bajo presidencia India. 
 
Sus conclusiones no son obligatorias, pero el grado de cumplimiento de los compromisos asumidos en las cumbres parece ser bastante alto. Aunque siga siendo un foro esencialmente económico y financiero, el G20 ha terminado ampliando su agenda a otros muchos temas que afectan a todo el planeta, incluyendo el tratamiento de los principales conflictos internacionales.
 
 El G20 surge al final del mundo unipolar, cuando EEUU prefiere tratar de la solución de los problemas económicos y financieros internacionales, en un mundo cada día más globalizado, con las economías más importantes, que ya no son solo sus aliados, la UE, Japón etc., sino también las economías emergentes, como China, India, Brasil, Indonesia, Rusia etc. 
 
Uno de los factores distintivos del G20 es su composición: ningún foro internacional ha sido capaz de movilizar a un grupo regional tan representativo de países desarrollados y de países emergentes. Sus miembros representan un 85% del PIB mundial.
 
 Con el paso de los años, el poder económico relativo de EEUU ha ido mermando –actualmente representa algo menos del 25% del PIB mundial, muy lejos del 50% en la década de los 40-, mientras que el poder de los emergentes sigue creciendo: China es ya la segunda economía mundial (cerca del 20%) e India ha desbancado al Reino Unido en el quinto puesto mundial en el ranking de PIB. 
En términos económicos, ya vivimos en un mundo multipolar y la composición del G20 así lo refleja.
 
La invitación a la Unión Africana como miembro permanente en la última cumbre del G20 puede haber sido muestra de una mayor toma de conciencia hacia los problemas de los países en desarrollo, particularmente de los más frágiles, y eso le ayuda a ganar más legitimidad. 
 
El incremento de los fondos del Banco Mundial, la reforma de los Bancos Regionales o el nuevo tratamiento de la deuda de los países en desarrollo tras el COVID, temas en discusión en la agenda, también son muestra de la mayor conciencia hacia los problemas del mundo en desarrollo.
 
 La cuestión es saber si todas las innovaciones, muchas inspiradas por los países miembros emergentes –y seguro que vendrán más en los próximos años, impulsadas por las próximas presidencias del G20 de Brasil y Sudáfrica-, serán suficientes para mantener cohesionado al Grupo.
 
 China, cuyo presidente no se ha presentado a las tres últimas cumbres, no parece entusiasmarse con el G20 y prioriza sus propias propuestas globales, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta o el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras etc.  
 
EEUU, por su parte, ya no es el adalid del libre comercio (uno de los pilares del G20), y una posible victoria de Trump, más proteccionista y nacionalista que Biden, dificultaría más aún la conciliación de los intereses norteamericanos con los de otros países, incluso aliados, en foros multilaterales, y el G20 no es una excepción.
 
 Por otro lado, se abre camino BRICS que, con una estructura informal similar al G20 se prepara para su primera ampliación (Argentina, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos. Irán, Egipto y Etiopía). 
 
Se vislumbra cierta competencia con el G20, tratando de suplir sus carencias y corrigiendo el excesivo peso occidental. Pero como el G20, BRICS es también un Grupo bastante heterogéneo y su cohesión deja bastante que desear.
 
 En su último comunicado tras la cumbre de Johannesburgo el pasado verano, a pesar de las referencia a numerosos conflictos internacionales (Oriente Medio, Haití, Sudan, Sahel, Libia…hasta el Sáhara Occidental), resuelve la agresión de Ucrania por Rusia de manera bastante lacónica (….“We recall our national positions concerning the conflict in and around Ukraine as expressed at the appropriate fora, including the UNSC and UNGA”). 
 
Aunque en la Declaración final de Nueva Dehli el G20 consensuó una formulación mucho más fuerte, la falta de mención de Rusia disminuyó también mucho su impacto. Tras la invasión de Ucrania, Rusia se siente más a gusto en BRICS que en el G20 en donde, se ha convertido en un país bastante atípico.
 
Pese a todo, quizás el G20 sea una de las instancias internacionales que mejor se ajuste a la realidad mundial y de las que mejor han sabido adaptarse a la nueva dinámica internacional, globalizada y multipolar, como foro idóneo para atacar los retos globales, incluyendo los que afectan a los países menos desarrollados. 
 
Pero la creciente polarización entre las grandes potencias, EEUU y China, puede dificultar la cooperación entre los miembros del G20 y afectar su efectividad, dificultando alcanzar acuerdos sobre políticas globales. 
 

Se precisaría una profundización en la cooperación entre los países industriales occidentales y los países emergentes para, además de supervisar regularmente la evolución de la economía mundial y ayudar a resolver los problemas del mundo en desarrollo, procurar también retener el interés de China y de EEUU. 
 
El G20 no solo es un foro idóneo para gestionar los retos globales, sino también, lo puede ser para apaciguar posibles rivalidades estratégicas.
 
Enrique Viguera. Embajador de España
Artículo publicado en The Diplomat