Opinión

¿Quién detiene al golpista Trump?

photo_camera Atalayar_Donald Trump

Cuando la llama de la democracia mas longeva del planeta tiembla y amenaza con apagarse, todo el mundo entra en zozobra. Cuando un presidente elegido en las urnas- habría que cuestionar ahora como lo consiguió -, intenta perpetuarse en el poder que las urnas le han quitado, estamos simple y llanamente ante un dictador, que ha intentado dar un golpe de estado secuestrando la voluntad popular.

Justo cuando culminó su discurso el jefe de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell de Kentucky, señalando que “al presidente que cuestionó los resultados electorales  se le ha apoyado en sus denuncias legales, pero no se ha demostrado ninguna falla en el sistema”, cuando ya no quedaban mas diques que aguantar  la peregrinar tesis de Trump de que las elecciones fueron fraudulentas, cuando el Vicepresidente Pence dejó por escrito que no jugaría al juego de Trump, justo entonces la turba que el presidente enardeció previamente en un alocado discurso, entro en el sancta sanctorum de la democracia americana y la arrasó.

En ese momento la soberanía popular fue secuestrada. Se iba a leer y aceptar el veredicto estado por estado favorable a Biden. El asalto lo suspendió, dejando pues en suspenso el certificado electoral. Como en aquella votación en el Congreso de los Diputados de España interrumpida a mano armada. Tambien allí hubo armas, bombas, empujones, rotura de ventanas, asalto a oficinas, y hasta muertos…provocados la alocada turba animada por el propio presidente minutos antes desde los jardines de la Casa Blanca.

Por unas horas- con la policía desbordada –y un presidente que decidido no actuar contra los asaltantes, la democracia había quedo hibernada en el país que más hace gala de vivirla y defenderla como sistema político. Se hacía difícil entender como el país de la mas dura policía y más amplio ejército, podía dejarse arrebatar el control de espacio democrático de sus Cámaras. Recuerdo con cariño los comentarios asombrados  de mi padre en una vista al Capitolio en 1980, incrédulo de poder asistir a una sesión de la Cámara de Representantes en vivo y en directo o de pasearse por el interior de la casa Blanca y sentir lo que era la libertad y la democracia en acción. Con pocos controles, cuando aquí vivíamos secuestrados por las amenazadas terroristas. De aquellas confianzas, a estos delirios.

Aunque la imagen de violencia en el Capitolio era inédita, no eran pocos los que esperaban cualquier acción insolente,  de cualquier tipo, por parte de Trump y sus seguidores para intentar perpetuarse tras los muros de la casa Blanca. Él lo predicaba todo el tiempo, azuzando a los suyos, negando el resultado electoral, mintiendo una y otra vez sobre su gran victoria y el fraude masivo. Hoy- visto lo visto –uno podría cuestionar como llegó este magnate de dudosa carrera, pringado en negocios turbios en el mundo inmobiliario y en los casinos de juego, a asaltar el Partido republicano y encaramarase a la candidatura y ganar unas elecciones en las que todos le daban por perdedor. El gran cuestionador de los resultados actuales quizá tampoco jugó limpio en la campaña que le llevo hasta el cargo de mayor poder en la Tierra. 

Ha ejercido la presidencia de una forma continuamente cuestionada, forzado las bases de la democracia en sus país, y actuando de forma autoritaria, con un verbo inflamado, predicando el odio en política, con afirmaciones vejatorias contra ciudadanos y naciones, y actuando con un sistema de tierra arrasada en el fondo y en las formas. 

Para las generaciones que no vivimos el auge y encumbramiento del nazismo al poder,  hemos podido contemplar ahora como en una espejo retrovisor  esta trasmutación de Trump en un Hitler, que enloquece a sus seguidores y hacer vomitar de miedo a los demócratas. Aquel llevo al mundo al desastre, a la guerra, el genocidio y el dolor extremo. Este ha conseguido dejar por los suelos el espíritu democrático de la nación que más tiempo lleva practicando la libertad bajo el manto constitucional.

Cuando un abusador del poder se encarama al mismo, se ata además a la bandera de un país, ¿quién le pone el cascabel, quien le detiene, como se le para? El Partido Republicano americano tiene que hacer frente ahora a un análisis de cómo y porque se ha dejado arrebatar su línea democrática y constitucionalista cayendo en manos  por un empresario sin escrúpulos, sin tradición política y sin apego a la ley. Algunos congresistas y senadores han permanecido al lado del presidente que mentía y socavaba la legalidad hasta este momento de infamia que ha dejado a todos cariacontecidos. Sin duda, la gran responsabilidad del futuro democrático en América pasa primero por la reacción del Partido republicano, que mira hacia el precipicio de haberse convertido en el partido de apoyo a un fascista.

Si las calles de Washington no se incendian de nuevo o si la toma de posesión del presidente electo Biden el día 20 no fracasa- por alguna situación que nadie quiere prever -veremos por fin a Trump fuera de la casa Blanca a finales de mes, como es preceptivo tras ser derrotado en las urnas. Pero, ¿se permitirá que siga activo en la política americana, se le detendrá, será juzgado por incitar a este asalto al Congreso y paralizar la voluntad popular?  ¿Funcionaran de verdad las garantías democráticas de un país para evitar que los corruptos y los dictadores tengan oportunidades?.

Con la democracia temblando en América, el terremoto de la angustia por la libertad lo sufren y sufrirán todos los estados. Es momento de revertir las políticas de odio de los populistas, de izquierda y de derecha. Es momento de cuestionar la existencia de partidos neonazis y neo comunistas en el juego limpio de las democracias.

Quien iba a pensar que Maduro y un Presidente norteamericano jugarían r en la misma liga. Ahí los tenemos, tal para la cual. Los extremos se tocan, dice el proverbio. Lo que no se debe tocar es la democracia puesta en peligro por los abusadores del poder. Estados Unidos debe seguir marcando la brújula de la esperanza democrática, el derecho constitucional y la libertad de los ciudadanos. Un faro para la libertad y la democracia, que ahora tiembla y deja desnortados a propios y extraños. Mucho tendrá que remar Biden y el país entero para quitarnos el temblor que estos cuatro últimos años y el día de ayer especialmente nos ha metido en el cuerpo.