De la singularidad marroquí bajo Mohamed VI

El rey de Marruecos, Mohamed VI, preside una reunión de trabajo dedicada - PHOTO/MAP
El rey de Marruecos, Mohamed VI, preside una reunión de trabajo dedicada - PHOTO/MAP
Con motivo del 25º aniversario del Día del Trono, que marca la llegada al poder del monarca en 1999, se han dicho y escrito en los medios de comunicación tanto nacionales que extranjeros muchas cosas sobre los enormes progresos logrados en términos de reformas institucionales y legislativas, así como de proyectos de desarrollo global. 

Marruecos bajo Mohamed VI, en efecto, ha desarrollado su economía de una manera impresionante, ha experimentado transformaciones audaces y visionarias, y lo más destacado es que ha logrado encontrar su camino de modernidad y democracia, gracias a una monarquía estable y vanguardista.

Algunas portadas de prensa internacional subrayaron el liderazgo reformista desempeñado por Mohamed VI, describiéndole como el Rey portador de una nueva era, que inscribió su reinado en una perspectiva de renovación y progreso. Otras portadas destacaron la lucidez y la voluntad política del Rey en el nuevo estatus de Marruecos como potencia regional clave.

En este mismo contexto, algunos especialistas llamaron la atención sobre el hecho de que Mohamed VI ayudó a Marruecos a evitar la oleada de la llamada “Primavera Árabe” que invadió a países de África del Norte y Oriente Medio. En efecto, Marruecos en esta caótica región del mundo aparece hoy como un oasis de estabilidad, lo que invita a algunos comentaristas a pensar que el mayor éxito del monarca marroquí en los últimos 25 años ha sido la preservación de la estabilidad del país. Sin embargo, la gestión anticipativa de estas crisis por el Rey iba en realidad más allá de desear garantizar una estabilidad estática del país, Mohamed VI no se limitó a evitar que aquella crisis tenga efectos devastadores en Marruecos, sino que hizo de esta misma crisis un acelerador del ritmo de las reformas jurídicas, políticas e institucionales, que en una década después, cambiaron extraordinariamente la cara del país.

Puede que el reino jerifiano no sea la “excepción” que a algunos les gusta describir a menudo, pero es indudablemente singular, y es exactamente la singularidad de su trayectoria histórica y de su estabilidad institucional, que le permite superar una serie de grandes desafíos, lo que es imposible para otros países del norte de África que se enfrentan a precariedades institucionales y transiciones políticas inciertas.

Parece evidente, en el marco de esta singularidad marroquí, que la legitimidad monárquica desempeña un papel decisivo tanto en la vida política interna como a nivel de relaciones internacionales, por consiguiente, podemos decir en el mismo orden de ideas, que la transformación  más destacada del reinado de Mohamed VI fue la consolidación sin precedentes del estatus del Rey como monarca jefe de Estado y Comendador de los Creyentes, en el sentido de que el Rey, forjando un carisma extraordinario a lo largo de este cuarto de siglo, no solamente llego a encarnar las aspiraciones de las nuevas generaciones marroquíes, sino a simbolizar plenamente el nuevo Marruecos.

Cabe señalar para desarrollar esta idea que la historia de una nación no puede estar impulsada únicamente por “factores” abstractos, puesto que la verdadera fuerza detrás del progreso social reside en las ideas, acciones y espíritus indomables de individuos extraordinarios. Las experiencias de filósofos brillantes, líderes visionarios y dirigentes históricos han demostrado el inmenso poder del individuo para dar forma al curso de los acontecimientos humanos. Plejánov, el padre del marxismo ruso, había profundizado en su libro “el papel del individuo en la historia”, en la interacción entre los individuos y los procesos históricos, explicando que la fuerza de un individuo sobresaliente reside en su contacto con el pueblo, en su capacidad de organizar a las masas y de prever el curso del progreso histórico.  

Con estas mismas cualidades de saber interactuar con el pueblo y poder guiar su destino, Su Majestad el Rey Mohamed VI ha contribuido de forma indiscutible a renovar la legitimidad histórica de la monarquía marroquí, mediante, por un lado, el reposicionamiento del Estado como actor central en el seno del sistema político, así como promotor exclusivo de un proyecto de sociedad, y por otro lado, mediante la movilización de la nación hacia la adhesión simbiótica a este Estado, no solamente en términos de lealtad constitucional, sino también de participación ciudadana comprometida y de alineamiento de las fuerzas vivas de la sociedad con las orientaciones estratégicas del país.

En su discurso a la Nación (20 agosto 2021) con motivo del 68º aniversario de la Revolución del Rey y del Pueblo, Su Majestad el Rey Mohamed VI reiteró su convicción “de que el Estado toma su fuerza de sus instituciones, así como de la unidad y cohesión de sus componentes nacionales. He aquí el arma que nos permite defender nuestro país en los momentos difíciles y de crisis, así como cuando surgen amenazas. Esto mismo ha sido demostrado de modo palpable al hacer frente a los últimos ataques, sistemáticamente dirigidos contra Marruecos desde algunos países y organizaciones, conocidos por su hostilidad a nuestro país”.

Marruecos, efectivamente, se enfrentó en los últimos años a un aumento de noticias falsas y publicaciones provocadoras que, con intención de desestabilizar el país, atentaban contra su Rey y contra la monarquía marroquí. Los instigadores de estas campañas de difamación, disueltas como pompas de jabón, parece que no tenían ni idea de lo que representa el Trono para el pueblo marroquí, ni de lo que simboliza el Rey en la percepción de los marroquíes.

Creían y siguen creyendo que el 23º soberano marroquí de la dinastía alauí solo es un Soberano, porque les cuesta entender que quien está hoy sentado en el trono del Reino de Marruecos es exactamente la encarnación viviente de la nación. Tal vez nunca podrán descifrar esta comunión con la que ellos mismos no dejan de soñar, ni podrán saber que el vínculo profundo entre el pueblo y su Soberano encarna una relación alimentada por la historia, la cultura, y una visión progresista del futuro. Quizás nunca entenderán porque, en lugar de sembrar la discordia, estos intentos de provocación no hacen más que reforzar la unidad de los marroquíes en torno a su Rey, y consolidar su apego a la monarquía, les sorprende tanto porque los marroquíes responden a estas provocaciones con más orgullo, dignidad y solidaridad.

Muy sinceramente podemos decir que la figura impresionante del rey Mohamed VI ha podido desempeñar un papel fundamental en el fuerte resurgimiento del sentimiento nacional marroquí, así como en el fortalecimiento de la identidad cultural de los marroquíes.

Por supuesto, el régimen monárquico se ha mantenido en Marruecos durante más de doce siglos, y los marroquíes nunca han conocido otro sistema político que no sea la monarquía, pero también es cierto que el pueblo marroquí, cuya identidad nacional siempre integraba la monarquía como elemento fundamental, ha desarrollado a lo largo de los últimos 25 años una percepción muy particular del rey Mohamed VI como un rey extraordinario, que traspasa los límites clásicos del poder monárquico. Sus acciones, sus decisiones y su forma de gobernar, están marcando profundamente la historia moderna de su país. En efecto, el soberano marroquí, en su modo de ejercer la realeza, encarna un liderazgo indiscutible y respetado en todo el mundo. No solamente porque es capaz de navegar hábilmente por situaciones geopolíticas complejas mientras mantiene  una estabilidad impresionante en una región a menudo turbulenta, sino también porque se trata de un Rey que tiene una clara visión del futuro de su Reino, que le permite permanecer profundamente arraigado en las tradiciones del país al tiempo que adopta  audaces reformas sociales, además de su extraordinaria capacidad para anticipar los cambios y canalizarlos constructivamente, lo que  da testimonio de su inteligencia política y de su voluntad de preservar la unidad del Reino de Marruecos y poner en perspectiva su renacimiento civilizacional.