O impunidad o baño de sangre, el dilema de Venezuela

El tétrico mensaje del sucesor de Hugo Chávez es en realidad una petición desesperada a las instituciones internacionales, a Estados Unidos y a la propia oposición venezolana para que le dispensen de lo que en circunstancias normales se le vendría encima: una rendición exhaustiva de cuentas, en la que saldrían a relucir la ingente cantidad de crímenes y delitos perpetrados a lo largo de sus once años como sucesor de Hugo Chávez. La práctica totalidad de los gerifaltes de la denominada Revolución Bolivariana serían encausados, acusados de los miles de asesinatos y ejecuciones sumarias realizados contra opositores y disidentes. Saldrían a la luz los miles de millones de dólares robados a manos llenas, y tirando del hilo también podrían verse involucrados no pocos dirigentes o exdirigentes de países a los que el chavismo-madurismo ha regado de dádivas y regalos, todo ello presuntamente, claro está, a cambio de su comprensión, ayuda e incluso sirviendo como heraldos de la Revolución Bolivariana ante instancias internacionales.
Uno de los más conspicuos personajes perseguidos, expoliados y exiliados del país, el director del incautado periódico El Nacional, Miguel Henrique Otero, la define con precisión: “La Revolución Bolivariana no es más que un programa de apropiación ilimitada del poder político, institucional y económico de la nación”. Programa que Nicolás Maduro y sus secuaces han culminado con gran aprovechamiento, a cambio de sumir en la pobreza y la miseria a más del 90% de la población y provocar el éxodo del país de entre siete y ocho millones de venezolanos.
El ingente botín recolectado a lo largo de todos estos años, con la complicidad y simultáneo gran aprovechamiento de la máquina funcionarial chavista, y el concurso de una parte al menos de los altos mandos del Ejército -Venezuela es el país con el mayor número relativo de generales del mundo, puestos al frente de empresas y entidades que poco o nada tienen qué ver con las Fuerzas Armadas- no puede ser puesto en cuestión ahora por unas elecciones democráticas. Así se lo hizo saber recientemente el propio Maduro a la cúpula dirigente de esas fuerzas, prometiéndoles que “no abandonaría la presidencia del país bajo ningún concepto”.
Sería prolijo desgranar la enorme ristra de hostigamientos, sabotajes y atentados a que la policía bolivariana y los grupos armados inequívocamente al servicio del chavismo-madurismo han sometido al candidato de la Plataforma Unitaria, el diplomático de 75 años Edmundo González Urrutia, pero sobre todo a la verdadera mujer fuerte de esa candidatura, María Corina Machado. Inhabilitada por el chavismo para ser la cara más visible y potente de la oposición, sería la verdadera ganadora de unas elecciones que aún podrían llegar a no celebrarse. ¿Por qué? Es fácil colegirlo: cuando la trampa y la mentira se conviertan en el comportamiento habitual de un régimen totalitario, es lógico sospechar que en estos últimos días antes de la jornada electoral puedan producirse algún o algunos incidentes o acontecimientos “inesperados” con los que justificar que se anule la convocatoria. E incluso que, concluidas las votaciones, pueda producirse algún milagro a la hora del recuento, que convierta una estrepitosa derrota en una holgada victoria.
Aunque sin observadores de la Unión Europea, por decisión de Maduro y de su lugarteniente Diosdado Cabello, pudiera suceder que todo discurriera con normalidad y el domingo 28 los electores pusieran fin al chavismo. A tenor de la propia amenaza proferida por Maduro, eso solo podría ocurrir si el tirano hubiera obtenido, para él y los suyos, garantías de impunidad total. Borrón y cuenta nueva, nada de revisar sucesos incómodos del pasado ni de devolver el botín acumulado ni las fortunas puestas a buen recaudo fuera del país.
Nada menos que seis meses es el plazo que transcurriría entre la celebración de los comicios y la hipotética toma de posesión del nuevo presidente. Un lapso tan dilatado que habría tiempo de asentar los términos de esa hipotética salida del poder a cambio de la total impunidad de sus dirigentes, así como de borrar todo vestigio o rastro de las muchas exacciones cometidas por el régimen, que han sumido al país antaño más rico del continente y con las mayores reservas petroleras del mundo en el mejor exponente de lo que es capaz de hacer el populismo de extrema izquierda cuando se encarama al poder.