O impunidad o baño de sangre, el dilema de Venezuela

Nicolás Maduro - PHOTO/FILE
Nicolás Maduro - PHOTO/FILE
Convencidos de su enorme poder, los tiranos descubren a menudo y sin empacho alguno sus verdaderas intenciones, sin molestarse en disimular o en disfrazar sus pulsiones totalitarias bajo algún disfraz. Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela lo ha dejado meridianamente claro: “Si pierdo habrá un baño de sangre en Venezuela”. Sabe perfectamente el sátrapa que tiene perdidas las elecciones del próximo domingo, 28 de julio, como le confirman no solo las encuestas independientes sino también sus propios servicios de información. 

El tétrico mensaje del sucesor de Hugo Chávez es en realidad una petición desesperada a las instituciones internacionales, a Estados Unidos y a la propia oposición venezolana para que le dispensen de lo que en circunstancias normales se le vendría encima: una rendición exhaustiva de cuentas, en la que saldrían a relucir la ingente cantidad de crímenes y delitos perpetrados a lo largo de sus once años como sucesor de Hugo Chávez. La práctica totalidad de los gerifaltes de la denominada Revolución Bolivariana serían encausados, acusados de los miles de asesinatos y ejecuciones sumarias realizados contra opositores y disidentes. Saldrían a la luz los miles de millones de dólares robados a manos llenas, y tirando del hilo también podrían verse involucrados no pocos dirigentes o exdirigentes de países a los que el chavismo-madurismo ha regado de dádivas y regalos, todo ello presuntamente, claro está, a cambio de su comprensión, ayuda e incluso sirviendo como heraldos de la Revolución Bolivariana ante instancias internacionales. 

Uno de los más conspicuos personajes perseguidos, expoliados y exiliados del país, el director del incautado periódico El Nacional, Miguel Henrique Otero, la define con precisión: “La Revolución Bolivariana no es más que un programa de apropiación ilimitada del poder político, institucional y económico de la nación”. Programa que Nicolás Maduro y sus secuaces han culminado con gran aprovechamiento, a cambio de sumir en la pobreza y la miseria a más del 90% de la población y provocar el éxodo del país de entre siete y ocho millones de venezolanos. 

El ingente botín recolectado a lo largo de todos estos años, con la complicidad y simultáneo gran aprovechamiento de la máquina funcionarial chavista, y el concurso de una parte al menos de los altos mandos del Ejército -Venezuela es el país con el mayor número relativo de generales del mundo, puestos al frente de empresas y entidades que poco o nada tienen qué ver con las Fuerzas Armadas- no puede ser puesto en cuestión ahora por unas elecciones democráticas. Así se lo hizo saber recientemente el propio Maduro a la cúpula dirigente de esas fuerzas, prometiéndoles que “no abandonaría la presidencia del país bajo ningún concepto”. 

Sería prolijo desgranar la enorme ristra de hostigamientos, sabotajes y atentados a que la policía bolivariana y los grupos armados inequívocamente al servicio del chavismo-madurismo han sometido al candidato de la Plataforma Unitaria, el diplomático de 75 años Edmundo González Urrutia, pero sobre todo a la verdadera mujer fuerte de esa candidatura, María Corina Machado. Inhabilitada por el chavismo para ser la cara más visible y potente de la oposición, sería la verdadera ganadora de unas elecciones que aún podrían llegar a no celebrarse. ¿Por qué? Es fácil colegirlo: cuando la trampa y la mentira se conviertan en el comportamiento habitual de un régimen totalitario, es lógico sospechar que en estos últimos días antes de la jornada electoral puedan producirse algún o algunos incidentes o acontecimientos “inesperados” con los que justificar que se anule la convocatoria. E incluso que, concluidas las votaciones, pueda producirse algún milagro a la hora del recuento, que convierta una estrepitosa derrota en una holgada victoria. 

Aunque sin observadores de la Unión Europea, por decisión de Maduro y de su lugarteniente Diosdado Cabello, pudiera suceder que todo discurriera con normalidad y el domingo 28 los electores pusieran fin al chavismo. A tenor de la propia amenaza proferida por Maduro, eso solo podría ocurrir si el tirano hubiera obtenido, para él y los suyos, garantías de impunidad total. Borrón y cuenta nueva, nada de revisar sucesos incómodos del pasado ni de devolver el botín acumulado ni las fortunas puestas a buen recaudo fuera del país. 

Nada menos que seis meses es el plazo que transcurriría entre la celebración de los comicios y la hipotética toma de posesión del nuevo presidente. Un lapso tan dilatado que habría tiempo de asentar los términos de esa hipotética salida del poder a cambio de la total impunidad de sus dirigentes, así como de borrar todo vestigio o rastro de las muchas exacciones cometidas por el régimen, que han sumido al país antaño más rico del continente y con las mayores reservas petroleras del mundo en el mejor exponente de lo que es capaz de hacer el populismo de extrema izquierda cuando se encarama al poder.