Planes para después de la guerra en Gaza

Tropas israelíes en Gaza - MAHMUD HAMS/AFP
Tropas israelíes en Gaza - MAHMUD HAMS/AFP

La Franja de Gaza, el territorio feudo de Hamás ahora reducido prácticamente a escombros por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en una guerra costosísima en víctimas y medios materiales destruidos, pudo haber sido Singapur, sinónimo y emblema de una prosperidad tan rápida como asombrosa. Lo dice Henrique Cymerman, probablemente el periodista con la agenda más voluminosa e influyente del mundo, interlocutor privilegiado de las personalidades más relevantes en la gobernación de países e instituciones decisivas. Una afirmación tan provocadora hubiera sido posible, en su opinión, si las ingentes sumas de dinero que recibió ese territorio a lo largo de los últimos veinte años se hubieran destinado a construir desarrollo y prosperidad.  

Razona este israelí nacido en Oporto que pronto sabremos el coste enorme de la construcción del “metro” de Gaza, es decir esos más de 800 túneles, situados a gran profundidad y dotados de sofisticados servicios e infraestructuras, y cuya destrucción es, junto con la de la propia Hamás, el principal objetivo de Israel. Si le han motejado de “metro” es porque su intrincada y extensa red es mayor incluso que el Metro de Londres. Pronto comenzarán las investigaciones, tanto sobre lo que sucedió en el fatídico 7 de octubre -nunca habían muerto o sido secuestrados tantos judíos en una sola jornada desde el Holocausto-, como sobre la conversión de Gaza en la rampa de lanzamiento de una guerra que, lejos de ser local, implica en diferentes grados a todo el Oriente Medio, Europa, Asia, América y África.

Si el conflicto no termina incendiando a todo el planeta, esta guerra habrá servido para que en primer lugar Israel constate que no se puede obviar el problema palestino, y que éste requiere de una solución siquiera con visos de perdurar a largo plazo. Tal solución debe tener la contrapartida simétrica de garantizar de verdad la seguridad de Israel que, como se ha visto en esta guerra, no lo estaba. Así lo demuestra la ofensiva multifrentes que, proxys mediante, Irán había decretado conforme a la creencia, claramente errónea, de que Israel estaba al borde de la guerra civil, interpretando que las multitudinarias manifestaciones contra el proyecto de Benjamín Netanyahu de recortar los poderes del Tribunal Supremo apenas necesitarían el empujón de una masacre que sembrara el terror.   

Teherán previó seguramente también que estallaría de inmediato una nueva y violentísima intifada en Cisjordania, lo que facilitaría el designio profetizado en 2015 por el guía supremo Ali Jamenei de la desaparición del Estado de Israel en un lapso de 25 años, luego corregido muy a la baja por el propio ayatolá. Esta vez la intifada no se ha producido, si bien la popularidad de Hamás en Cisjordania se ha disparado. 

Aparte de la que se plasma en declaraciones públicas, la diplomacia plenamente activa pero silenciosa está trabajando a destajo en estos meses, preparando ya de alguna manera la posguerra. Teledirigida obviamente por Estados Unidos, pero íntimamente ligada a Israel, trata de conseguir el compromiso y la plena implicación de Arabia Saudí en el esfuerzo. Riad exige para ello una solución al problema palestino, reivindicación que ha sido en realidad una constante. Pero Arabia, que sostiene una nada soterrada pugna con Irán, necesitaría del concurso de Egipto (el país más poblado del mundo árabe), Emiratos Árabes Unidos (el territorio tecnológicamente más desarrollado a partir de los Acuerdos de Abraham), Jordania (por su frontera más extensa con Israel) y Marruecos (por su creciente liderazgo tanto en el Magreb como en su proyección africana). 

Paralelamente, los palestinos habrían de encontrar el liderazgo de alguien que apueste por una paz realista, es decir no sólo reconocer el derecho de Israel a existir sino a hacerlo con seguridad, o sea justo lo contrario de lo que preconiza el documento fundacional de Hamás, nunca rectificado.  

Es evidente que Hamás, “el idiota útil” [de Irán] en expresión del primer ministro británico, no sólo desencadenó con su matanza del 7 de octubre la inmediata invasión israelí de Gaza, sino que también quiso quebrar la esperanza que supondría el acuerdo que estaba en ciernes entre Tel Aviv y Riad. Eso deja a Hamás, al menos a su organización militar, fuera de la ecuación de un arreglo de posguerra, y precisará de una insoslayable reorganización de la Autoridad Palestina. 

Por su parte, Estados Unidos, que además de armar una coalición internacional para contrarrestar a los hutíes de Yemen en el Mar Rojo, ha lanzado serias señales de advertencia a Irán, bendeciría un ambicioso y gigantesco programa de reconstrucción de Gaza, con financiación especial de Arabia y los EAU, además de los habituales fondos de la Unión Europea y de los mismos EEUU, si bien mucho más controlados en su utilización y destino final de lo que lo han sido hasta ahora.  

Si Hamás quedaría fuera de la ecuación para la posguerra, lo mismo cabe decir de los extremistas israelíes, ahora representados en el Gobierno de Netanyahu, especialmente por los ministros Smotrich y Ben Gvir. El propio Bibi Netanyahu tendrá seguramente que hacerse a un lado, una vez finalizada la contienda.  

Hay ya varios y prominentes actores trabajando en una posible Conferencia de Paz para todo ello, preconizada también por la UE, en donde se discutirían las líneas esenciales. Algunos recuerdan las esperanzas que surgieron precisamente en la de Madrid de 1991, y quisieran un Madrid 2. Pero, hay voces que también advierten que el “patente antisemitismo” del ala extrema izquierda del Gobierno de Pedro Sánchez podría dejar también a España fuera, no sólo de esa hipotética mesa de negociaciones sino también de los correspondientes proyectos y negocios económicos derivados de ellas.   

Cuesta imaginarlo, pero ¿por qué no concebir que una Gaza reconvertida en un nuevo Singapur es posible? Y, en consecuencia, un Oriente Medio que sea máquina tractora y proyecte su prosperidad a gran parte del mundo. Convendría no quedarse al margen de ese diseño esperanzador y ponerse de verdad en el lado bueno de la Historia.