El acuerdo de Israel con Marruecos: de lamentar la oscuridad a prender la luz

Morocco Israel

Según dicen los relojeros suizos, incluso un reloj parado da bien la hora dos veces al día. Sería mezquino relativizar el alcance geopolítico del acuerdo a tres bandas facilitado por Trump entre Marruecos e Israel, por más aire de trueque en el zoco que tenga; como sería asimismo cicatero negar la habilidad diplomática de Rabat para posicionarse por agencia propia como un estado de notable peso estratégico, capitalizando el estambre de relaciones históricas entre el país alauí y el pueblo hebreo, que se remontan al éxodo judío ocurrido tras toma de Jerusalén por las legiones romanas y a la diáspora sefardí que siguió a la expulsión española de 1492. Al crearse el Estado de Israel en 1948, e independizarse Marruecos de Francia en 1956, numerosos judíos residentes en Marruecos -donde habían encontrado refugio durante la Shoah- se establecieron en el nuevo país, por lo que Israel tiene una nutrida población con raíces marroquíes, que en su día facilitó la apertura de oficinas de enlace que no dejaron de operar ni siquiera durante los tiempos de la segunda intifada. 

Estas relaciones no oficiales permitieron a los servicios de inteligencia de ambos países colaborar y hacerse favores mutuos, como cuando el Mossad alertó al rey Hassan II del complot que contra él urdía Mehdi Ben Barka, o cuando los servicios de seguridad marroquíes no impidieron al Mossad escuchar las reuniones de los líderes árabes en Casablanca, antes de la Guerra de los Seis Días. Desde entonces, Israel ha cooperado tanto con la Oficina Central de Investigación Judicial como con la Dirección General de Estudios y Documentación, suministrando además tecnologías de inteligencia y vigilancia, y ayudando en la organización de los servicios secretos marroquíes, además de presionando a EEUU para que proporcionase asistencia militar a Marruecos, como recompensa por su intercesión ante Egipto facilitando la firma de los Acuerdos de Camp David en 1978. 

El inédito  compromiso propiciado por Donald Trump no es por consiguiente fruto del oportunismo, sino consecuencia de un paciente trabajo en el que han estado implicadas altas personalidades en los tres países incumbentes, una tarea en la que el colectivo hebreo en Marruecos ha tenido gran protagonismo, de la mano de Serge Bardugo, emisario real y líder de comunidad judía marroquí, que recibió hace años el encargo del rey de Marruecos de organizar un grupo de trabajo con funcionarios israelíes y judíos norteamericanos prominentes, mediante reuniones a la que asistió con frecuencia Yassin Mansuri -persona de confianza del rey Mohamed VI, y responsable de la dirección de los servicios de inteligencia marroquíes- y su homólogo israelí Yossi Cohen. 

Tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y con el nombramiento de su yerno Jared Kushner como responsable del Plan de Paz para Oriente Medio, Serge Bardugo aprovechó su cercanía el marroquí Yosef Pinto, rabino y consejero espiritual de Jared Kushner y de su esposa Ivanka, para acceder directamente al mismísimo centro del poder en Washington. El acuerdo se fue desgranando con la implicación de los también judíos Avi Berkowitz, asistente del presidente y representante especial para negociaciones internacionales, y del magnate de la industria alimentaria marroquí Yariv Elbaz, éste último muy próximo al ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos, Nasser Bourita. En el lado israelí, Ram Ben-Barak -exdirectivo del Mossad, socio comercial de Yariv Elbaz, y persona de la máxima confianza de Netanyahu- acabaron de darle forma a la propuesta, de la que estuvo en todo momento al corriente Jared Kushner gracias a la participación de Jason Greenblatt, un judío norteamericano de origen húngaro, representante especial para las negociaciones internacionales y director legal del grupo de empresas Trump.  

Naturalmente, el anuncio del acuerdo entre Rabat, Tel Aviv y Washington tiene más de punto de partida que de meta final. De entrada, porque obligará a la nueva administración estadounidense a emplearse a fondo para tener a la Unión Africana de su lado, convenciendo a sus integrantes de que el tiempo del referéndum de autodeterminación del Plan Baker ya pasó y dando tiempo al tiempo para cerrar las heridas de la afrenta infligida convirtiendo las resoluciones de la ONU en papel mojado. A todo ello puede ayudar el inminente establecimiento relaciones entre Israel y Omán, país que se ha apresurado a dar la bienvenida  a la normalización diplomática entre Marruecos e Israel, como antes había hecho en relación a Emiratos y Bahréin, y el potencial éxito de las conversaciones entre Israel y Níger para normalizar relaciones, al mismo tiempo que Marruecos redobla sus esfuerzos mediadores en Libia en pos de la estabilidad regional y para contrapesar la rivalidad argelina, a sabiendas de que al convertirse Rabat en el socio imprescindible de Washington en el norte de África, el margen de acción de Argelia queda radicalmente constreñido, haciendo más inviables si cabe las aspiraciones  de independencia del Polisario, especialmente si opta por seguir lamentando la oscuridad, y elige a los compañeros de viaje equivocados para emprender una huida  hacia adelante,  con la que sólo pueden  llegar a perder lo que podrían ganar mediante el posibilismo y la negociación.  Como dijo la activista Margaret Eleanor Atwood, “la guerra es aquello que ocurre cuando nos fallan las palabras".