En pocos años, el tamaño de la economía china superará a la de Estados Unidos, su población ya es cuatro veces mayor y su desventaja militar se está reduciendo con mucha rapidez. En Pekín se considera que el cambio en el equilibrio de poder será inevitable, y Xi Jinping está decidido a fortalecer la ambición del gigante asiático para reformular el orden mundial. ¿Está China preparada para la hegemonía mundial? ¿Cuál puede ser el próximo paso del régimen chino?
Elizabeth Economy, experta en asuntos chinos y asesora de la Administración Biden, ha escrito “El mundo según China”, un documentado análisis sobre la perspectiva de los dirigentes chinos y sus agresivas políticas de soft, sharp y hard power. Sostiene que China, fruto de las contradicciones de su autoritarismo, se está encontrando con enormes dificultades para sus intereses internacionales, pero en ningún caso ha abjurado del uso de la fuerza en el futuro. Sin embargo, Estados Unidos no puede permitirse una escalada de rivalidad directa y fuerza bruta.
Necesita abandonar su repliegue y liderar un nuevo multilateralismo ampliado, basado en los valores de la democracia liberal.
El secretario general del Partido Comunista Chino y presidente de China, Xi Jinping, aprovechó bien la ocasión. Estaba hablando por videoconferencia en la ceremonia de apertura de la Asamblea Mundial de la Salud de Naciones Unidas el 18 de mayo de 2020 y ofreció dos mil millones de dólares para dar una respuesta global a la pandemia de la COVID-19. El virus había llamado la atención internacional por vez primera al surgir en China y en esos momentos estaba asolando el resto del mundo. China había conseguido en buena medida contener la propagación. La vida cotidiana había vuelto enseguida a la normalidad y Xi estaba dispuesto a ayudar a otros países que lo necesitaran. Prometió que cuando China tuviera lista su vacuna, su país la convertiría en un “bien público global”. Y, en un gesto de buena voluntad ante las exigencias cada vez más acuciantes de más de 120 veinte países de poner en marcha una investigación internacional sobre los orígenes del virus —una demanda a la que China se había resistido hasta ese momento—, Xi declaró su apoyo a “un examen exhaustivo de la respuesta global a la COVID-19”. Fue un hábil movimiento destinado a certificar que China no quedaría señalada en una investigación internacional y que cualquier informe ulterior incluiría la descripción del impresionante éxito de Pekín en la contención del virus. Fue también un golpe diplomático personal para un Xi acorralado: su discurso recordaba sus grandes éxitos en Davos (en enero de 2017), cuando se comprometió a defender el Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Y su retórica de condescendiente magnanimidad situó a China una vez más en un evidente contraste con Estados Unidos, cuyo presidente en ese momento, Donald Trump, había cuestionado la viabilidad de la Organización Mundial del Comercio, se había retirado del Acuerdo de París y había anunciado, solo un mes antes del discurso de Xi en la Asamblea, que Estados Unidos retiraría cualquier tipo de financiación a la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Si las promesas de Xi Jinping ante la asamblea de la ONU hubieran sido un compendio de la política exterior de China en el curso de la pandemia, el resto del mundo podría haber abandonado la sala con la confianza de que se había encontrado al nuevo líder global que se necesitaba para el siglo XXI. Pero la diplomacia de China durante la pandemia no es solo una historia sobre el reciente surgimiento de una potencia global que asume la responsabilidad de hacer frente a una crisis humanitaria. Es también el canario en la mina, la señal de alarma, una advertencia del desafío potencial de la ambición de China y el presagio de una influencia cada vez mayor en el sistema internacional vigente y en las instituciones, valores y normas que lo han sustentado durante más de setenta y cinco años.
La pretensión de Xi, tal y como sugieren sus palabras y actos a lo largo de la última década, es reconfigurar el orden mundial. Su llamamiento a un «gran renacimiento de la nación china» contempla una China que recupera la centralidad en la escena internacional: ha reclamado territorios en disputa, ha asumido una posición preeminente en la región Asia-Pacífico, se ha asegurado de que otros países se alineen con sus intereses políticos, económicos y de seguridad, ha proporcionado al mundo la infraestructura tecnológica para el siglo xxi y ha forzado normas, valores y criterios en las leyes y en las instituciones internacionales. El camino para lograr esa posición de centralidad que pretende es arduo. Exige enfrentarse tanto a la posición de Estados Unidos, la potencia dominante mundial, como a las instituciones y a los acuerdos internacionales que han estado en funcionamiento desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Para conseguir sus objetivos, Xi ha transformado los métodos comerciales de China en la escena global. Ha desarrollado una estrategia que refleja su modelo de gobierno interior: un sistema de partido estatal altamente centralizado que tiene como prioridad la preservación de su propio poder. Con este fin, Xi ha movilizado y desplegado todo tipo de recursos políticos, económicos y militares, para reforzar sus prioridades estratégicas en una multiplicidad de ámbitos: en el interior de China, en otros países, y en las instituciones de gobierno y control internacional. También ha intentado controlar los contenidos y el flujo de información —tanto en el interior de China como en otros actores internacionales— para que se ajuste a los valores y prioridades de Pekín. Además, el Partido Comunista de China se ha infiltrado en las sociedades y economías extranjeras para moldear a su gusto las decisiones económicas y políticas de los actores internacionales del mismo modo que lo hace con las personas y las entidades nacionales. Por añadidura, Xi ha aprovechado las grandes oportunidades económicas que ofrece el inmenso mercado de China para promover y obligar a otros a adoptar sus ideas y favorecer sus intereses políticos. Y, finalmente, el modelo de Xi se sustenta en la tremenda fortaleza de un ejército chino que cada vez es más grande y poderoso.
¿Lo conseguirán?