Así se ha inmolado Aeolus para no generar más basura alrededor de la Tierra

La española Isabel Rojo ha quemado literal y completamente el satélite europeo Aeolus, cuyo coste de fabricación asciende a 481 millones de euros.
No ha sido por causa de un error involuntario. Lo ha hecho de modo totalmente consciente, sin tener el más mínimo reparo en prender fuego a una sofisticada máquina que durante 5 años ha medido los vientos que fluyen por todos el planeta y ha ayudado a los meteorólogos a mejorar sus pronósticos atmosféricos y climáticos.
Desde su puente de mando en el Centro Europeo de Operaciones Espaciales o ESOC ‒acrónimo en inglés de European Space Operations Centre‒ en Darmstadt, a unos 30 kilómetros de Fráncfort, la capital financiera de la Unión Europea, la madrileña Isabel Rojo ha sido la responsable de gobernar una astronave de 1,2 toneladas y moverla con extrema dificultad por el espacio hasta su destrucción.

El equipo de técnicos que ha dirigido Isabel Rojo ha llevado a cabo un trabajo de gran complejidad de la que no existen antecedentes conocidos. Aeolus ‒el dios griego del viento, Eolo en español‒ fue lanzado al espacio el 22 de agosto de 2018 y posicionado a 320 kilómetros de altura. Ya había cumplido con creces su misión de adquirir información precisa de las 24 subcapas atmosféricas que van desde el suelo hasta los 30 kilómetros de altura y estaba fuera de servicio.
Lo que quedaba por hacer era que la gravedad terrestre realizará su función: dejar que cayera por sí mismo de manera descontrolada y que, en su fricción con la atmósfera a 27.000 kilómetros por hora se rompiera, se desintegrara y sus trozos ardieran y algunos de sus escombros cayeran al mar.

Cinco días de maniobras espaciales
Pero la Agencia Espacial Europea (ESA) ha querido ser pionera y desde hace alrededor de un año había planificado la reentrada semicontrolada de Aeolus en la atmósfera terrestre. Semicontrolada porque Aeolus no había sido diseñado ni fabricado para encaminarse hacia la Tierra de forma dirigida, lo que exigía llevar adosados motores para conducirlo por el espacio en su fase final.
La misma Isabel Rojo lo explicaba unos días antes de llevar a Aeolus a la hoguera atmosférica: “Utilizamos los recursos que tenemos en nuestra mano para intentar una reentrada de Aeolus lo más segura posible y minimizar los ya reducidos riesgos de caída de algunos de sus restos sobre la Tierra”. Su compañero, Benjamín Bastida, ingeniero especializado en basura espacial puntualiza que “la estadística artesana actual nos dice que sobrevive de la quema entre el 10 y el 20% de la masa del satélite”.
La responsabilidad de la directora de operaciones de vuelo de Aeolus ha consistido en concebir, secuenciar y dirigir las sucesivas maniobras de descenso para llevar al satélite a la zona deseada para su suicidio premeditado. La luz verde para iniciar la primera maniobra de disminución de órbita tuvo lugar el 24 de julio, cuando el ingenio se encontraba a 320 kilómetros de altura.

Las operaciones desde ESOC concluyeron el 28 de julio. Ese día, la red de seguimiento de objetos ultraterrestres del Mando Espacial de Estados Unidos ha confirmado que Aeolus ha quedado hecha añicos sobre la Antártida a las 21:00 horas. Las antenas de telemetría de la NASA y la ESA vieron desaparecer sus trazas mientras los restos del satélite se quemaban en la atmósfera.
Quien ha dado la orden suprema para la incineración de Aeolus ha sido el director general de la ESA, el austríaco Josef Aschbacher, el mismo que un 5 de junio de 2018, cuando todavía era director de los programas de observación de la Tierra de la Agencia, presentó al satélite en sociedad una vez terminada su fabricación. Fue en la factoría de Airbus Space Systems France en Toulouse, pocas semanas antes de ser enviado a la base espacial de Kourou para su lanzamiento al espacio.

La otra española que dio vida a Aeolus
Si Isabel Rojo ha sido la que ha terminado con la existencia de Aeolus, otra española, Elena Checa, fue una de las que hizo posible la construcción del satélite. Ingeniera especializada en control térmico y destinada en el Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial (ESTEC) de la ESA en la localidad holandesa de Noordwijk, es una de las personas clave que dio vida al sofisticado instrumento encargado de medir los vientos en todo el globo terráqueo.
Con un peso al lanzamiento de 1.570 kilos y del tamaño de una pequeña furgoneta ‒4 x 4,35 x 1,6 metros‒, Aeolus incorporaba un instrumento láser de rayos ultravioleta de alta energía de nombre Aladin que estaba considerado una proeza de la ingeniería. Ponerlo a punto supuso “más de una década de esfuerzos”. “El mayor reto fue lograr que las altas temperaturas que alcanza Aladin no llegasen a deformar los 80 elementos ópticos que conforman el láser”, destaca Elena Checa.

Hasta la entrada en servicio de Aeolus, las mediciones de los vientos solo se podían efectuar en la baja atmósfera mediante cohetes sonda, globos y aviones, lo que únicamente permitía aportar datos de utilidad local. Pero el instrumento Aladin de Aeolus emitía un haz laser que era reflejado por los cristales de hielo, polvo, aerosoles, moléculas y partículas que encontraba en su camino.
Los fotones que retornaban al satélite eran capturados por el telescopio que viajaba a bordo y se podía medir la intensidad y orientación de los vientos, tornados y huracanes con lo que se ha dispuesto de información a escala mundial. Sus datos y perfiles de viento han sido una gran ayuda para los meteorólogos.

Los resultados obtenidos por la misión Aeolus han sido de tanta importancia para las predicciones meteorológicas que la directora de observación de la Tierra, la italiana Simonetta Cheli, ha confirmado que la ESA, en colaboración con EUMETSAT, la Organización Europea para la Explotación de Satélites Meteorológicos, ha aprobado la versión mejorada Aeolus-2, cuyo lanzamiento está previsto para antes de 2030.