El profesor Martín Ortega Carcelén publica ‘Filosofía de las relaciones globales’, un ensayo sobre el pasado, el presente y el futuro de la humanidad

La razón, una guía para el progreso en el siglo XXI

El profesor de la Universidad Complutense de Madrid Martín Ortega Carcelén

En uno de los ‘Caprichos’ de Goya, se podía leer que el sueño de la razón produce monstruos. Algo parecido es lo que opina el profesor Martín Ortega Carcelén. Reputado analista internacional, ha pasado por laboratorios de ideas como el Real Instituto Elcano e INCIPE, del que ha sido director. Igualmente, ha trabajado en el Ministerio de Exteriores y en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea. En la actualidad, imparte clases de derecho internacional en la Universidad Complutense de Madrid. Su último trabajo es el ensayo ‘Filosofía de las relaciones globales’, un alegato a favor de la razón como el instrumento más valioso que existe para afrontar los grandes retos del planeta.

A pesar de que Ortega se remonta al Big Bang al comienzo de su ensayo y termina con un análisis de los problemas actuales del mundo, definir su obra como una mera “historia de todo” sería simplista. No es un relato cronológico al uso, como el ‘Sapiens’ de Harari. En cierto modo, es un diálogo platónico convertido en un soliloquio. El discurso se estructura en preguntas que el mismo autor va respondiendo a medida que se desarrolla el texto. Este recorrido mayéutico por los grandes interrogantes que han agobiado la conciencia del ser humano a través de los siglos, sin embargo, no se hace pesado.

Estos tintes platónicos se perciben no solamente en la forma del ensayo, sino también en su contenido. Es cierto que Ortega se sirve del concepto aristotélico de “animal racional” para nombrar al hombre. No obstante, cuando se aborda más detenidamente su descripción de la naturaleza humana, sí se percibe un cierto dualismo. Uno de los puntos centrales que desarrolla el analista se centra en el control de los instintos por la razón; una idea que, casi inevitablemente, remite al mito del carro alado desarrollado por Platón en el “Fedro”.

Martín Ortega Carcelén

La ontología no es el único terreno en el que Ortega plantea un esquema dicotómico. El binomio de razón e instintos tiene su reflejo en la organización colectiva de la vida humana. En el análisis de la dimensión social política del hombre, la reflexión del autor se formula no necesariamente en una dialéctica, pero sí en una oposición bien marcada entre Creación -en mayúscula- y destrucción. El ser humano es capaz, así, de lo mejor y de lo peor; de construir las más sofisticadas sociedades y de fabricar armas con capacidad de destruirlas. De hecho, uno de los ejemplos que cita el autor para justificar esta postura es la dinámica de la destrucción mutua asegurada que se vivió durante la guerra fría, y que tuvo su culmen en la crisis de los Misiles de 1962.

En esa división entre Creación y destrucción, Ortega se inclina, como no puede ser de otro modo, por la primera. Ese proceso de construcción se produce de forma acumulativa a lo largo de la historia de la humanidad. Aproximadamente, esta es una buena definición del progreso tal y como lo entiende el autor; una noción que, para Ortega, es esencialmente buena. Es en este punto donde comienza a notarse más claramente la influencia de la Ilustración en el pensamiento que expone Ortega.

Ahora bien: ¿cuál es la manera de garantizar que el progreso y la Creación primen sobre los impulsos destructivos? De nuevo, responde Ortega aludiendo a la razón. Esta premisa se aplica, igualmente, a la época actual. Igual que en la época de las revoluciones liberales la razón impulsó el contrato social y las bases del Estado democrático, en la época de la globalización, el autor argumenta que es la razón la que debe guiar los esfuerzos de la humanidad para establecer marcos de gobernanza y regulación a nivel internacional. Se nota bastante la extracción académica y jurista de Ortega.

Con esta base teórica, el autor llega al presente y analiza los principales desafíos que debe enfrentar esos actores globales. Cabe mencionar una cuestión previa, sin embargo.  Ortega acierta en señalar que la política mundial se encuentra en un momento delicado. Con las teorías que cuestionan el diálogo y la acción multilaterales más en boga que nunca desde el periodo de entreguerras, el analista recalca que la razón es una herramienta fundamental para generar consensos. Con un estado de salud precario, la gobernanza global ha de afrontar tres desafíos básicos: la necesidad de proteger los derechos humanos, el excesivo peso de las finanzas y la emergencia climática.

Relaciones globales

En materia económica, Ortega se inclina más hacia la vertiente keynesiana del espectro. Con la crisis de 2008 todavía coleando, Ortega se muestra favorable a que los poderes públicos tengan un papel destacado en el mundo de las finanzas. En la línea de las ideas del economista francés Thomas Piketty, para prevenir la proliferación de los mercados de riesgo, la desigualdad y la evasión fiscal.

Desde el punto de vista del ciudadano, el actual modelo de vida consumista, que igualmente hunde sus raíces en el propio sistema económico, es, para Ortega, una dinámica que acerca al planeta más a su destrucción que a la Creación de vida. Alerta, asimismo, contra los paladines de la tecnología que alaban cualquier adelanto por el simple hecho de representar una novedad.

Al final de su ensayo, el autor vuelve a recurrir a la mayéutica. ¿Qué aguarda al ser humano? ¿Cuál es el futuro de la especie? Ortega emite un alegato final a favor de la responsabilidad. Cita al filósofo Hans Jonas, que, a su vez, reinterpretó el imperativo categórico kantiano: “Obra de tal manera que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica sobre la Tierra”. Una máxima muy deseable que debe aplicarse, según el autor, a todos los niveles: desde la vida privada, a la política nacional y, desde luego, a unas relaciones globales que, actualmente, languidecen y no se sabe si se encaminan hacia la Creación o la destrucción. Puede que sea porque el auriga del carro alado está tomándose un descanso.