España, la historia de un éxito

Paco Soto

Pie de foto: El AVE es un símbolo de la España de hoy en día, un país desarrollado, moderno y europeo.

 “Equivocarse es propio del hombre, pero perseverar en el error solo del necio”,  Cicerón                             

La crisis económica, política e institucional, el aumento de la pobreza y las desigualdades en los últimos años, la corrupción, las tensiones territoriales en Cataluña, la erosión continua que sufren los dos grandes partidos nacionales, el PP y el PSOE, el enorme distanciamiento entre buena parte de la ciudadanía y la mal llamada clase política y la aparición de formaciones populistas que cuestionan la legalidad constitucional de 1978 y ofrecen a cambio una alternativa llena de incertidumbres, han creado mucha preocupación y un enorme pesimismo en España. Millones de ciudadanos se preguntan legítimamente si España es un país con futuro o está condenado a vivir una nueva y larga etapa de decadencia. Hace más de tres años, el cineasta Carlos Saura, en una entrevista a la agencia Efe, alertó: “El pesimismo que reina hoy en España es un peligro enorme”. “Yo soy un niño de la guerra, y después de la Guerra Civil había optimismo porque había que rehacer España, pero ahora veo que las personas tienen la impresión de que van a perderlo todo”, recalcó Saura. El director de obras cinematográficas como ‘Los golfos’, ‘La caza’, ‘Ana y los lobos’, ‘Mamá cumple cien años’ y ‘Bodas de sangre’ avisó de que le parecería “gravísimo que esto sirviera de pretexto para no hacer nada”.

En los peores años de la crisis económica hemos tenido que aguantar a numerosos gurús del mundo de la economía, la política y el periodismo que nos anunciaban el hundimiento inminente de España. Demagogos de todo tipo, políticos cantamañanas y oportunistas, periodistas sectarios y escritores y artistas sin una mínima formación económica e histórica nos han fastidiado la existencia durante años contándonos un presente y un futuro cargados de pobreza, precariedad y desempleo masivo. Muchos ciudadanos preocupados por la crisis y desorientados han acabado comprando la mercancía que ofrecían los nuevos agoreros, telepredicadores y salvapatrias del siglo XXI. Hace tan solo dos años, buena parte de la ciudadanía estaba convencida de que la nación española estaba muerta y acabada. Muchos ciudadanos salieron a la calle para expresar su descontento y protestar contra el gobierno de turno, el ejecutivo de centroderecha de Mariano Rajoy, y el PP.

Titulares de prensa como “El PIB per cápita de España cae por debajo de la media europea” (Efe), “La renta española desanda 14 años” (El País), “Casi 40.000 españoles emigraron en los primeros seis meses de 2013, según el INE” (EP), y “España es el país de la OCDE donde más han aumentado las desigualdades entre ricos y pobres” (Efe), reflejan una triste realidad y el enorme derrotismo que se ha apoderado de la población española. En la última etapa, la situación no ha variado sustancialmente, aunque, como indican muchas encuestas e informes españoles e internacionales, ahora hay un clima de mayor esperanza y parece ser que el país está saliendo de la crisis, después de haber dejado atrás la recesión. La autocomplacencia es mala consejera, y no seré yo quien minimice la gravedad de lo que hemos vivido estos últimos años y, en parte, seguimos sufriendo. No lo voy hacer por una cuestión de sensibilidad social y respeto a las personas –millones- que siguen sufriendo la crisis y ven con desconcierto y enfado el funcionamiento de nuestra vida política e institucional.

Grandes cambios económicos

Ahora bien, ni la crisis, ni la corrupción, ni la endogamia política pueden frenar el pensamiento y secuestrar la inteligencia. Y la ideología no debe ser un obstáculo que nos impida ver la realidad tal y como es. Una realidad compleja y contradictoria. El tiempo acabará colocando a cada uno de nosotros en su sitio. España sigue arrastrando muchos problemas, unos son consecuencia de las diversas crisis que nos han golpeado en los últimos siete años; otros tienen su origen en los graves errores cometidos en la gestión del país durante la etapa de crecimiento y burbuja inmobiliaria, “los años del delirio”, como dice el escritor Antonio Muñoz Molina en su libro ‘Todo lo que era sólido’. En mayor o menor medida, los errores, y también los aciertos, no son patrimonio exclusivo de la clase dirigente, sino del conjunto de la sociedad: el gobierno, la oposición, los empresarios, los sindicatos, los periodistas, los intelectuales… A pesar de los pesares, hemos sorteado muchas dificultades y poco a poco levantamos cabeza. Negar esta evidencia, porque no nos conviene política e ideológicamente, tiene cierta lógica electoral, pero es una estupidez. El pensador español Gabriel Albiac recuerda: “La estupidez sobreviene allá donde a la incapacidad de analizar se sobrepone el encubrimiento de una brutalidad impositiva. Inteligencia, belleza y rigor moral son lo mismo”. Creo que en estos momentos la sociedad española no se merece ni la autosatisfacción y la petulancia ni la desmoralización. España perdió sus últimas colonias hace más de un siglo.

Me parece que a estas alturas de la historia las ideas de los escritores, poetas, ensayistas, pintores y músicos de la Generación del 98 no tienen que condicionar la España del siglo XXI. La “guerra incivil”, en palabras de Miguel de Unamuno, acabó. El franquismo también. España salió del atraso económico hace décadas; recuperó la democracia y se integró en la Unión Europea (UE) y los principales organismos del mundo occidental. La sociedad española ha cambiado profundamente en los últimos 40 años. Como dice el historiador José María Marco en una entrevista periodística: “España es la historia de un éxito”. Comparto la opinión del autor de títulos como ‘Una historia patriótica de España’ o ‘Sueño y destrucción de España. Los nacionalistas españoles (1898-2015)’. Si contemplamos la evolución histórica de España en los últimos 50 años, siempre y cuando nos quitemos las anteojeras ideológicas o superemos la ignorancia, es imposible, digo bien imposible, que no nos demos cuenta de que los cambios que ha vivido este país son extraordinarios. Según diversas fuentes consultadas, como un informe del Banco Mundial, España, junto con Irlanda, Japón, Corea del Sur y Portugal, hace parte de los países occidentales que más han avanzado en términos económicos en los últimos años. Como señala el economista e ingeniero informático Jesús González Fonseca:En relación al crecimiento de España hay que comentar que a mediados del siglo XX la renta per cápita española era la quinta parte de la sueca o la tercera parte de la francesa. Incluso Italia prácticamente duplicaba la riqueza española. La economía española arranca tardíamente, pero tras el Plan de Estabilización de 1958 y la posterior apertura de la economía crece con fuerza en el periodo 1960-74, permitiéndole así acortar distancias con los países más avanzados de Europa. En la década de los 60 España tuvo la segunda mayor tasa de crecimiento en el mundo, un poco por detrás de Japón. La recuperación se basó principalmente en la apertura al exterior, la inversión pública, el desarrollo de infraestructuras y en la apertura de España como destino turístico. La apertura de España al turismo masivo atrajo al país un gran número de divisas que se utilizaron para pagar las importaciones de capital (maquinaria, etc.) necesarias para una rápida expansión de las infraestructuras y de la industria. Esta mano de obra intensiva de la industria también proporcionó mucho empleo. 

En el crecimiento económico se registraron mejoras notables en el nivel de vida y el desarrollo de las clases medias. España dejó poco a poco de ser un país agrario para transformarse en un país industrial y urbano, alcanzando los estándares de país desarrollado y próspero. En estos años, la industria gana importancia en España, así como el sector terciario, los ciudadanos de las zonas rurales emigran a las ciudades”. González Fonseca destaca que “España se unió así a los países industrializados, dejando atrás la pobreza y el subdesarrollo endémico que había experimentado hasta la primera mitad del siglo XX, convirtiéndose en la quinta economía más grande de la UE y, en términos absolutos, la duodécima del mundo. Por otra parte los cambios sociales, económicos y culturales de los años 60 y 70, y el crecimiento en dichos años de la población escolarizada, harían por fin posible que el país alcanzara los porcentajes de alfabetización (en torno al 95 %) que los países europeos más avanzados ya habían alcanzado treinta o cuarenta años antes”.

En la actualidad la tasa de alfabetización se acerca al 99% de la población. España es la cuarta economía de la UE y la decimotercera del mundo. En términos de renta per cápita, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), España, con 34.899 dólares, en Europa, se sitúa justo por detrás de Francia, Reino Unido, Finlandia e Italia. Desde que España empezó a  salir del atraso económico y social, tras el Plan de Estabilización impulsado por los tecnócratas del Opus Dei en el franquismo, a finales de los años cincuenta, ha llovido mucho, y este país tiene muy poco que ver con el de hace cinco décadas. En opinión del economista Fernando Eguidazu, “la España de hoy es una potencia económica a enorme distancia de aquel país subdesarrollado de los años cincuenta, y por ello cualquier comparación podría parecer tan frívola como injusta”.

Pie de foto: Una autovía en Andalucía. España es líder mundial en infraestructuras.

Enriquecimiento rápido

En una entrevista periodística realizada en 2009, el economista liberal Juan Velarde decía que el problema de España radica en que “nos hemos enriquecido muy rápidamente” ya que “el PIB ha aumentado por ocho en los últimos 48 años”, mientras que un país como Estados Unidos multiplicó por tres su riqueza nacional desde 1952 hasta el año 2000. El caso de Japón, que multiplicó por ocho su PIB en 46 años, es el único comparable al español. España es en la actualidad uno de los grandes Estados exportadores de la UE y hace parte de los 10 principales países inversores del mundo. España también está entre los 10 países más avanzados del mundo en el ámbito de las infraestructuras.  Las grandes multinacionales españolas están en todos los continentes y en sectores económicos muy variados, y la crisis ha obligado a muchas pequeñas y medianas empresas a internacionalizarse. Es lo que indica el cuarto Informe del Observatorio de la Empresa Multinacional Española (OEME), promovido por ESADE, el ICEX y la Fundación PwC y presentado en Barcelona el pasado mes de julio. El proceso de internacionalización es irreversible, según aseguran los expertos, la economía española tiene una proyección exterior cada vez mayor y esta condición es positiva para las empresas más dinámicas del país.

Tanto es así que la producción internacional de las filiales de las multinacionales españolas en el exterior, medida por su volumen de negocio, supera desde 2007 todas las exportaciones de bienes y servicios de nuestro país. A pesar de la crisis económica que estalló en 2008 en Estados Unidos y Europa, y en parte quizá por ello, las empresas españolas han proseguido su proceso de expansión y consolidación internacional. Año tras año, el número de firmas españolas con filiales en otros países ha pasado de 1.476 en 2004 a 2.170 en 2008, y en 2012 alcanzó la cifra de 2.700 sociedades controladas por capital español. En la actualidad hay en el planeta unas 79.000 multinacionales, con un número de filiales superior a 790.000 en todo el mundo. El 75% de estas firmas está basado en países capitalistas desarrollados del Hemisferio Norte, mientras que la mayoría de sus filiales se encuentran en el Sur en vías de desarrollo y emergente. Como recalca el citado Informe de ESADE, “pese a la drástica caída de los flujos de inversión directa en el exterior a partir de 2009, las filiales en el exterior de las empresas españolas han experimentado en su conjunto una evolución claramente positiva recuperando el crecimiento de su cifra de negocios y niveles de rentabilidad a partir de 2010”. A juicio del profesor de ESADE y director de OEME, Xavier Mendoza, “los flujos mundiales de IED se dirigirán hacia las economías en desarrollo, especialmente en Asia”, lo que “pone de relieve la importancia de que las multinacionales españolas sigan avanzando en la diversificación geográfica de sus operaciones en los países emergentes más allá de América Latina”.

Por su parte, Francisco Javier Garzón, consejero delegado de ICEX, considera que “la internacionalización, hoy en día, ha dejado de ser una opción a la que se enfrenta la empresa para convertirse en una necesidad”. En este sentido, la experiencia de las firmas multinacionales es un activo que explota ICEX en su estrategia de fomento de la internacionalización de las pymes españolas. Las empresas españolas internacionalizadas están implantadas en todos los sectores de la actividad económica: industrias extractivas y manufactureras, máquina herramienta, ingeniería, automoción, agricultura, ganadería, silvicultura y pesca, agroalimentaria, construcción, obras públicas, comercio, energía eléctrica, hostelería y turismo, actividades financieras, inmobiliarias, científicas y sanitarias, transporte y almacenamiento… América Latina, África del Norte, Europa y los países emergentes de Asia y Oceanía son los destinos preferentes de las inversiones españolas en el exterior. Repsol, Gas Natural, Endesa, Iberdrola, Unión Fenosa, Telefónica, Amadeus, BBVA, Grupo Santander, La Caixa, Ferrovial, Acciona, ACS, FCC, OHL, Acerinox, Aguas de Barcelona, CAF, Indra, Inditex, Mapfre, NH Hoteles, Prisa, Prosegur, Sol Meliá, Talgo, Grupo Antolín y Pronovias son algunas de estas grandes multinacionales españolas.

Una nueva realidad

Hace ocho años, el investigador británico William Chislett escribió en un estudio del Real Instituto Elcano: “Si hace 15 años alguien hubiera pronosticado que hoy en día las empresas españolas poseerían la mayor empresa de telefonía móvil del Reino Unido (O2), que operarían tres de las líneas del metro de Londres y los principales aeropuertos del país (incluido Heathrow), que habrían adquirido uno de sus principales bancos hipotecarios (Abbey) y una empresa energética (ScottishPower), que dos de sus mayores bancos dominarían el escenario bancario de América Latina o que Inditex se convertiría en el segundo mayor minorista de moda del mundo por número de tiendas, nadie le habría tomado en serio, pensando que bromeaba”. Lo que dijo Chislett no era una broma, sino una descripción de la nueva realidad española; realidad que, a pesar de la crisis, se ha consolidado. Inditex es en 2015 la primera multinacional textil del mundo. Es evidente que la caída del negocio en España ha obligado a muchas empresas grandes, medianas y pequeñas a salir fuera, como ocurre en otros países desarrollados. Pero también cabe destacar que la internacionalización de las empresas españolas es un proceso que empezó hace poco más de tres décadas y no va a detenerse. 

Las ventas de ACS en el exterior, por ejemplo, alcanzan el 85% de la cifra de negocio, y en el sector de la construcción, el volumen representa el 95%. Lo mismo se puede decir de grandes firmas como OHL, Sacyr o FCC. En este contexto, a nadie le debería extrañar que sean multinacionales españolas las que han llevado a cabo la ampliación del Canal de Panamá, la línea de AVE de Medina-La Meca, el metro de Riad (Arabia Saudí), tramos ferroviarios entre Shatin y Central Link en Hong Kong (China) y en Rusia, autopistas y carreteras en Polonia, o la ampliación de la terminal 4 del aeropuerto de Los Ángeles World (Estados Unidos). Reino Unido, Portugal, Italia, Bélgica, Polonia, Turquía, Perú, Marruecos, Argelia, Catar, India, Mozambique, Brasil, Chile, México, Argentina, Angola y Cabo Verde son algunos de los países donde las multinacionales españolas mantienen una actividad frenética. Eléctricas, bancos, constructoras y empresas de ingeniería y obra pública desempeñan una actividad de vanguardia.

La imagen del país

Así las cosas, me parece oportuno señalar que la nueva realidad económica, social y política de España es mal conocida en el extranjero por nuestra culpa. Los poderes públicos y la iniciativa privada han hecho grandes esfuerzos por mejorar la imagen de nuestro país en el exterior en los últimos años y la ‘Marca España’ se está consolidando, a pesar de la oposición que llevan a cabo los nacionalistas periféricos y el sector cavernícola de la izquierda española y sus soportes mediáticos. La culpa no es de Francia, que, a pesar de vivir un lento y profundo proceso de decadencia económica, social, cultural y política, sabe “vender el producto francés”; tampoco de Italia, un país políticamente inestable, social y territorialmente desequilibrado y mucho más corrupto que España, pero que, sin embargo, no renuncia a promocionar una imagen de nación dinámica y glamorosa. La culpa, o la principal responsabilidad, es de los españoles. España es un país en busca de imagen que todavía no ha superado todos los complejos del pasado. La imagen de la España moderna, avanzada, plural, democrática y abierta al mundo está todavía por construir. La rápida evolución que experimentó España en la segunda mitad del siglo XX tras décadas de decadencia, atraso económico, pobreza, aislamiento, regímenes dictatoriales, pronunciamientos militares y guerras civiles, no coincide con la imagen que sigue teniendo nuestro país fuera de sus fronteras.

Los tópicos de sol, playa, toros y flamenco pesan más que las magníficas autovías y trenes de alta velocidad, la rica y diversa gastronomía y la tolerancia de la sociedad española respecto a cuestiones polémicas en otros países como el matrimonio homosexual o la inmigración. El fútbol español, gracias a equipos como el Real Madrid y el Barça, es de los pocos atractivos españoles que no se ha dejado atrapar por los tópicos negativos.  Julio Cerviño, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, piensa que la imagen de España “está muy por debajo de la realidad económica y sociocultural”.

No se trata de negar los problemas que sigue teniendo el país, como el enorme nivel de desempleo -más del 22% de la población activa- y el dramático problema del paro juvenil, la falta de productividad y de innovación de la economía, las insuficiencias en materia de I+D+I, la corrupción, la escandalosa situación de la enseñanza pública, o las desigualdades sociales. Asumir que tenemos problemas y buscar vías para solucionarlos es lo mejor que puede hacer el conjunto de nuestra sociedad, no solo el Gobierno del Estado y los partidos políticos. Ahora bien, una cosa es agarrar el toro por los cuernos y llevar a cabo las grandes reformas estructurales que España necesita y otra cosa distinta es darnos latigazos morales y creernos que somos un país acabado. En todo caso, los que sí están acabados, o son oportunistas sin escrúpulos que pescan en río revuelto, son los creadores de opinión que piensan tal despropósito y lo dicen en público por activa y por pasiva.

España es una potencia media que llevó a cabo hace casi 40 años un delicado proceso de transición a la democracia que nos dotó de una Constitución para todos y un sistema parlamentario imperfecto pero que nos permitió superar viejos conflictos. La sociedad ha cambiado profundamente, tiene una extraordinaria vitalidad, es mayoritariamente solidaria, liberal y tolerante, y hasta ahora ha logrado superar muchos problemas, neutralizar a los extremistas de derecha e izquierda y acabar con el terrorismo etarra. Ni debemos dormirnos en los laureles ni instalarnos en el pesimismo absurdo y desmoralizador. Enfrentarnos inteligentemente a la realidad para mejorarla o retroceder solo dependerá de nosotros. Y sería una lástima que si nos decantamos por impulsar el proceso de cambios y reformas que España necesita, olvidemos que lo que hemos vivido en las últimas décadas es la historia de un éxito.