Reino Unido no encuentra el camino

Víctor Arribas

Pie de foto: Theresa May, primera ministra británica, y Angela Merkel, canciller alemana, se saludan en Berlín.

Semana tras semana, los ciudadanos europeos asisten atónitos a las noticias que llegan desde las islas británicas en relación al proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea. El grado de sorpresa que provocan los acontecimientos del Brexit desde hace tres años va en aumento, salvo en nuestros conocidos eurófobos, que miran como algo ejemplar la meta que los británicos se han marcado de forma colectiva como final del trayecto: una mirada introspectiva, un aislamiento mayor, un abandono del multilateralismo como marca de estilo de las relaciones internacionales. Y sobre todo, comparten con el proceso de salida esa lectura falsa hasta la extenuación de que son los súbditos de la Corona los que han estado décadas pagando la fiesta del reequilibrio entre los países miembros, algo que sostienen los eurófobos en cualquier país en el que aparecen. 

Ese grado de asombro que provocan los acontecimientos que siguen cada día produciéndose en Londres pone en cuestión el legado histórico de una de las grandes naciones del mundo, el Reino Unido que con tanto orgullo ha paseado por el planeta sus conquistas en todos los ámbitos y no es capaz ahora de cumplir un mandato popular sin enzarzarse en una batalla político-jurídica que no termina de resolverse. El pueblo que resistió los bombardeos nazis heroicamemnte, el que creó un imperio en ultramar del que aún hay importantes vestigios, el que vio nacer a Shakespeare, Conan Doyle, Dickens y Lord Byron, el que alumbró a grandes estadistas como Churchill o Thatcher, se encuentra enfangado por su salida de un club del que no termina de desligarse, porque no encuentra la forma de desandar un camino que no tiene retorno. Han tenido durante muchas décadas la ciudad más grande del mundo, un orgulloso Londres que ahora no sabe casi donde meterse cuando las televisiones repican esas sesiones parlamentarias imposibles en las que todo son derrotas para la primera ministra. La democracia puede llegar a ser una dictadura.

En un sacrosanto ejercicio democrático como es el peligroso referéndum, los ciudadanos eligieron volver a los tiempos de la CECA a la que los británicos eludieron incorporarse cuando se creó. Pero una mera cronología de los acontecimientos que rodearon aquella decisión tan penalizadora demuestra que cualquier gran dirigente no dejaría en manos del pueblo decisiones que corresponden a los gobiernos, valga para David Cameron. 

·     En febrero de 2016, pocos meses antes de la consulta, la UE llega a un acuerdo con el Reino Unido para la permanencia. Es un nuevo “encaje” según Donald Tusk, en el que los británicos logran importantes concesiones. Hoy nadie se acuerda de ello, pero Cameron logró que UK quedara fuera de los rescates a países con problemas económicos y que Londres pudiera vetar cualquier decisión del euro que le perjudicara.

·     En mayo, pocas semanas antes de la consulta, la European Round Table of Industrialists alerta de que la ruptura del mercado único será nefasta y defiende una Europa unida. Hasta Bill Gates se pronunciaba: “Si eligen salir de Europa, el Reino Unido será un lugar menos atractivo para hacer negocios”.Alemania ya advertía por entonces de que “fuera es fuera”, en palabras del superministro Schauble. 

·     El 15 de junio, el gobierno de Cameron alertaba de que el sí al Brexit obligaría a recortes importantes y a nuevos impuestos por valor de 38.000 millones de libras. Pero para entonces ya era tarde. La marea antieuropea, con periódicos como The Sun al frente, ya había calado hondo en zonas rurales como la mecha del trumpismo prendió en la América profunda sólo cinco meses después. Al día siguiente de esta declaración del Gobierno, un enajenado asesinó en Yorkshire a la diputada laborista Jo Cox al grito de “Britain First!”, el conocido lema que el no mucho más tarde presidente norteamericano haría popular en Estados Unidos. 

·     El día 23 de junio, 16,9 millones de británicos votaron por la salida y 15,8 por el Bremain. Tres puntos y medio de ventaja para el Brexit, que se impuso en Inglaterra y Gales y perdió en Escocia e Irlanda del Norte. En Gibraltar, sobre la que España ha logrado una importante victoria moral al ser reconocida como una colonia por la UE, el 95,91 por ciento de los votantes eligieron continuar en el club. 

·     Cameron anunciaba que dejaría de ser Primer Ministro en octubre creyendo que “no seria correcto que fuera el capitán que lleve al país a la salida del bloque comunitario”.Nigel Farage y Boris Johnson eran los ganadores claros, lo que movió a un ex de todo, Tony Blair, a decir que “lo ocurrido es una prueba de que la política insurgente puede tomar un país”. Todavía resuenan sus palabras. Pocas horas después de abrirse las urnas, Farage y Johnson reconocían sus propias mentiras durante la campaña a favor de la salida. 

·     El 13 de julio llega de nuevo una mujer al número 10 de Downing Street, meses antes de lo que Cameron preveía. Asumió el mandato de las urnas pese a haber defendido la permanencia: “Brexit significa Brexit, y vamos a hacer que sea un éxito”, dijo. Y nombró a nuestro amigo Boris y a David Davies, los halcones del Brexit, como ministros plenipotenciarios.

Hasta hoy en la cumbre del Consejo Europeo, momento en que Europa trata de sacar del atolladero. Quienes plantean un nuevo referéndum (“Bregret”) lo hacen sin demasiada convicción. Está más de moda plantear que, de momento, los británicos puedo al final votar en las elecciones al Parlamento europeo del 26 de mayo, una rectificación que prueba el desconcierto en que se encuentra el proceso.