Afganistán: un fracaso, y ¿ahora qué?

Dedicado a la memoria de los soldados de la OTAN que perdieron su vida en Afganistán, así como a los civiles muertos desde 2001
Esta semana hemos visto el vergonzoso (para Occidente) final de la guerra en Afganistán, el conflicto que más ha marcado este siglo, no sólo por su duración (casi 20 años), sino también por su impacto en la vida cotidiana, pues viajar en avión se recuerda ahora más por los controles de seguridad que por el vuelo en sí.
A todos (no sólo a los que trabajamos en el análisis geopolítico, Fuerzas Armadas y periodistas), nos ha sorprendido la rapidez con que los talibanes tomaron el país. Esto no quiere decir que la caída del Gobierno de Kabul no estuviese prevista -pues se sabía de antemano que, sin la ayuda internacional, el gabinete de Ghani no resistiría-. Sin embargo, las previsiones más pesimistas esperaban que el Gobierno cayese en unas semanas, no en apenas seis días1. Para ponerlo en perspectiva, el Gobierno de Vietnam del Sur tardó dos años en caer tras la firma de los Acuerdos de París en 1973. En Afganistán, en realidad la caída ha durado un año y medio desde que se supo el acuerdo alcanzado entre la Administración Trump y los talibanes en febrero del 2020.
¿Habrá otra crisis de refugiados debido a esto? ¿Qué movimientos harán Rusia, China e Irán, los tres limítrofes con Afganistán y con intereses en la zona?2 Y, finalmente, ¿cómo es posible que Estados Unidos, el tan cacareado campeón de su forma de democracia, haya abandonado Afganistán de una manera tan impropia y qué mensaje envía a sus aliados respecto a su garantía de seguridad?
La posibilidad de una segunda ola de refugiados, igual o más grande que la de 2015-16, inquieta a Bruselas, la cual se está recuperando de la COVID-19 e intentando que los países del Este, especialmente Polonia y Hungría, respeten el Estado de derecho y la diversidad de género, un asunto que ha creado bastantes fracturas. Entre Afganistán y la Unión Europea hay dos fronteras (Irán y Turquía). Ambos países no mantienen, a fecha de hoy, buenas relaciones con Bruselas, el primero por las sanciones respecto a las violaciones de derechos humanos e incapacidad comunitaria de resucitar el acuerdo nuclear, mientras que, en el caso del segundo, es bien conocido el malestar mutuo debido a asuntos como la condena a la represión tras el golpe de Estado turco del 2016, las prospecciones energéticas en el Mediterráneo oriental y la sensación turca de que fueron traicionados por la Unión con el acuerdo alcanzado en el 2016 para frenar el flujo de refugiados, pues Ankara considera que Bruselas no cumplió con su parte3.
Añadámosle a esto que Turquía tiene interés en el futuro de Afganistán. Un hecho poco conocido es que el aeropuerto internacional de Kabul ha estado bajo control turco desde el inicio de las misiones de la OTAN (ISAF y Resolute Support), dando al país una posición de relevancia en el terreno al ser una de las instalaciones más modernas del país.
Además, Turquía -al contrario que el resto de los países presentes en el país – es de mayoría musulmana, lo cual le da una ventaja para influir en el futuro del país. Es también aliado de Pakistán, cuyo apoyo a los talibanes es un secreto a voces. Al astuto pachá Erdogan le gustaría mantener unas buenas relaciones con los talibanes, aprovechando su sintonía con Islamabad para acordar cómo vigilar los excesos de los talibanes y ponerse de acuerdo en crear un hipotético frente común si Bruselas criticase un reconocimiento turco al Gobierno talibán, amenazando con potenciales olas de refugiados, algo que Bruselas y Turquía no desean. Como resultado, Ankara está bien posicionada para provocar otro quebradero de cabeza a la Unión con los refugiados, como ya hizo en 2016.
Respecto a los movimientos de Teherán, Moscú y Pekín, es mejor ir viendo cada uno de manera individual.
A primera vista, Irán es el que sale peor parado, pues los talibanes son suníes, enemigos de los chiíes, religión de la teocracia iraní y de una parte de la población afgana. Previsiblemente, los talibanes podrían lanzar atentados en suelo iraní, aprovechando no sólo la frontera sino el hecho de que Irán acoge a un gran número de refugiados afganos en su territorio, facilitando así su infiltración para cometer sus fechorías. Sin embargo, aún no hay constancia de represalias talibanes contra la minoría hazara -la cual es chií- y los talibanes han prometido que respetarán la diversidad religiosa. Si esto ocurriese (no olvidemos que es es una suposición), Irán podría abrir relaciones comerciales con los talibanes, abriendo un mercado para su economía -debilitada por las sanciones occidentales-.
Pekín ya ha contactado con los talibanes, aprovechando el regalo de Trump de legitimarlos como actores internacionales. Para China los desafíos son un reflejo de las realidades geopolíticas y de seguridad de este siglo: Afganistán es un país clave en el sueño chino de una nueva ruta de la seda, no sólo para el paso de mercancías, sino también para implantar su hegemonía en el país, a través del control de carreteras, puertos fluviales y tuberías que transportan gas4 y, conociendo a Pekín, llegará a un acuerdo para controlarlas por un largo periodo de tiempo. Respecto a la seguridad, China está ocupada reprimiendo a la minoría musulmana uigur en Xinjiang, la cual limita con Afganistán. Kabul podría convertirse en un foco de radicalización para los jóvenes de este grupo, algo que China querrá evitar para no sufrir la lacra del terrorismo yihadista. Por ello, mejor aliarse con ellos para evitar desgracias a largo plazo.
Por último, Moscú ya ha jugado su carta realista, con su embajador reuniéndose con los talibanes. Teniendo en cuenta que se atascaron ocho años en el país, saliendo de manera desastrosa (pero no caótica), el movimiento de Moscú se entiende como una manera de evitar involucrarse otra vez si la situación empeorase. Esto se debe a que las Repúblicas centroasiáticas, musulmanas y con afiliaciones étnicas con Afganistán son aliadas de Moscú y muy probablemente le pedirán a Rusia que intervenga, aprovechando el hecho de que cuenta con presencia militar en esas Repúblicas. Putin, no querrá revivir la pesadilla afgana, de ahí la reunión del embajador. También hay que considerar la carta económica, pues se abren oportunidades para la inversión en Afganistán, algo que Rusia, que, como Irán, está bajo el yugo de las sanciones internacionales, no desperdiciará.
Finalmente, hay que mencionar lo que la vergonzosa retirada americana supone para sus aliados, especialmente sobre la percepción de un hipotético fin del escudo de seguridad americano en el mundo.
El discurso del lunes de Joe Biden dejó un mensaje bien claro: la época de los Estados Unidos como el gendarme del mundo y el mentor de la democracia mundial (nation building en inglés) ha acabado. Claro que este mensaje deja abierta la pregunta sobre qué pasará con la presencia militar americana en el mundo. Si como dijo Biden los EEUU sólo intervendrán si su seguridad se ve directamente amenazada, ¿para qué sirven las tropas estadounidenses estacionadas en Europa, continente aliado de Washington? Seúl y Tokio también deberían preocuparse, pues si bien es cierto que ambas limitan con China, el nuevo rival de los Estados Unidos por la hegemonía mundial, tanto Pekín como Corea del Norte no han lanzado acciones terroristas contra Washington, salvo hackeos que Washington ha atribuido a ambos países, aunque es difícil clarificar quién está realmente detrás. No nos extrañe que dentro de poco se oigan voces en América que pidan un retorno al aislacionismo del periodo de entreguerras o a una reducción de la intervención americana a lo más básico, arguyendo que Europa, Corea del Sur y Japón son lo suficientemente fuertes económicamente para gestionar por sí solos su seguridad. Aunque esto ya viene de lejos (tanto Obama como Trump ya dieron muestras de una reorientación de la política exterior americana contra China y menos costosa en vidas y dinero) es cierto que el discurso de Biden fue la confirmación definitiva de que los postulados de la política exterior de Trump en la materia -los cuales a los europeos nos parecían exagerados- eran en verdad el sentimiento mayoritario de los Estados Unidos, pues nadie va a cuestionar que Biden -vicepresidente con Obama- esté loco, ni que su avanzada edad le juegue malas pasadas.
En conclusión, la rápida caída del Gobierno de Kabul este mes ha abierto los temores en Bruselas a una segunda ola de refugiados igual o peor que la primera del 2015-16. Turquía, con intereses en el país, será el que decida si esto ocurre o no, lo cual dependerá de si la Unión acepta de buena gana el reconocimiento de Ankara al Gobierno talibán. Una reacción negativa de Europa podría desencadenar la segunda ola, especialmente si tenemos en cuenta que Turquía tiene buenas relaciones con Pakistán, país aliado de los talibanes.
Irán, China y Rusia también tienen intereses en el país. Si bien es cierto que el islam iraní es anatema al de los talibanes, si estos últimos respetan a los chiíes, se podría abrir para Teherán la posibilidad de establecer relaciones comerciales, una oportunidad que oxigenaría a la sancionada economía iraní. China quiere a Kabul como parte de su sueño de la Nueva Ruta de la Seda, la expansión de su influencia a través del comercio. Las carreteras y gaseoductos con los que cuenta el país, por no hablar de su posición de paso entre Asia y Europa, son interesantes para Pekín, la cual se asegurará de controlarlas para su beneficio. Además, a China le gustaría evitar que Afganistán se convierta en un punto de radicalización para los uigures de Xinjiang. Por último, Rusia ya se ha adaptado a la realidad, con su embajador reuniéndose con los talibanes. Moscú, que ya sabe lo que es el avispero afgano, evitará involucrarse si la situación se deteriora. Además, unas buenas relaciones con los talibanes abrirían muchas posibilidades de negocios, algo que la sancionada economía rusa agradecería.
Finalmente, el anuncio de Biden de que Estados Unidos ya no va a restablecer la democracia en el mundo abre la puerta al debate sobre la utilidad del escudo protector americano en Europa, Japón y Corea del Sur. Con China como el nuevo enemigo a batir, y con estas tres áreas económicamente fuertes y aliadas, pronto podrían verse voces en Washington que pidan el fin de la presencia militar americana allí, argumentando que cuesta mucho dinero y que los países antes descritos son capaces de gestionar su seguridad por sí solos. Este discurso, que nos parecía de la era de Trump, dicho por Biden nos enseñó que los Estados Unidos están cansados de aventurarse en conflictos en países lejanos que cuestan mucho dinero y las vidas de sus ciudadanos. La mentalidad ha cambiado en Washington, pero parece que en Europa aún no ha calado este giro, nos guste o no.
Referencias:
1 - Véase US fears Afghanistan could fall to Taliban within weeks | World | The Times
2 - Si bien es cierto que Rusia no tiene frontera directa con Afganistán, las Repúblicas Centroasiáticas- aliadas de Moscú- sí la tienen.
3 - Simplificación de los trámites para visados y ayudas económicas para facilitar la acogida de refugiados en su territorio.
4 - Véase: Afghanistan - The World Factbook (cia.gov)