Guerra y epidemias: dos cabalgan juntos

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Los cuatro jinetes

Tradicionalmente, los cuatro jinetes del Apocalipsis se han identificado con el hambre, la guerra, la peste y la muerte. Aunque los cuatro pueden actuar por separado, el caballo de la guerra históricamente ha galopado en manada con los otros tres. De hecho, la guerra suele ser un factor catalizador que multiplica el impacto de los demás, no solo entre el personal combatiente, sino también entre la población civil y, con frecuencia, en países o zonas que nada tienen que ver con el conflicto. Muerte, hambre y enfermedades suelen superar lo previsto en los objetivos iniciales de la guerra y su duración suele superar a la del conflicto.

La muerte es inherente a la actividad bélica y matar enemigos es un resultado buscado de forma consciente. El hambre ha sido utilizada frecuentemente como arma, tanto para alcanzar objetivos tácticos y operacionales, por ejemplo, en asedios a fortalezas y ciudades, como para la consecución de efectos estratégicos que debiliten al adversario mediante bloqueos totales, o políticas de tierra quemada. La enfermedad, sin embargo, es un efecto rara vez buscado. Políticos y militares son conscientes de que es un factor incontrolable y el provocar enfermedades de forma voluntaria —lo que denominamos guerra biológica— es históricamente anecdótico. Una epidemia puede convertir en estéril una victoria; el Marqués de Santa Cruz advertía de este riesgo al desaconsejar el saqueo de ciudades conquistadas porque «lleva aparejada la epidemia» que, con otros factores, convierte «en inútil desierto la que había de ser provechosa conquista»1. Todo ello no obsta para que se dé por descontado que epidemias, enfermedades y plagas son un efecto colateral que aparece o se agrava en los conflictos armados.

El primer ejemplo de guerra biológica lo constituye el asedio de Caffa, en el siglo XIV, cuando los mongoles, en un último intento por tomar la ciudad, lanzaron a su interior cadáveres infectados con peste negra. Los mongoles tuvieron que levantar el asedio, diezmados por la enfermedad y acto seguido los habitantes evacuaron la ciudad a toda prisa, convirtiéndose en uno de los vectores de propagación de la epidemia que asoló Europa. Nadie resultó vencedor. Los resultados de la innovadora acción mongola sirvieron probablemente de disuasión para el empleo posterior de este tipo de guerra.

También suele citarse como ejemplo la entrega de mantas infectadas de viruela a los indígenas que asediaban Fort Pitt durante la guerra de Pontiac en el siglo XVIII, que según algunos autores permitió levantar el asedio garantizando el control del valle del Ohio a los británicos. No hay unanimidad sobre la efectividad militar de la medida, porque el asedio duró un mes más y la enfermedad se extendió por todo el valle, afectando también a los colonos ingleses. Ambos casos tienen en común que la utilización de la enfermedad es algo de resultado incierto, a lo que se recurre como último recurso y cuando el bando que lo utiliza ya está padeciendo los efectos de la enfermedad y tiene aparentemente poco que perder si la comparte con el oponente.

Salvo estas excepciones, que como vemos están rodeadas de condicionantes muy específicos, lo normal es que nadie se decida a emplear la guerra biológica activa y voluntariamente. Pero, como hemos dicho, la enfermedad va a ser una compañera continua de la guerra. Las condiciones poco salubres en las que operan los ejércitos en campaña, la falta de aclimatación o de inmunidad frente a enfermedades endémicas de la zona de operaciones —las campañas británicas y francesas en Haití, o la guerra de Cuba son buenos ejemplos—, la destrucción o la debilidad del sistema sanitario, la escasez de productos sanitarios, el debilitamiento físico especialmente de la población civil… son terreno abonado para la aparición de epidemias de las que los propios ejércitos son los mejores vectores de propagación. La Plaga Italiana o Peste de Milán que asoló el norte de Italia entre 1629 y 1631 fue introducida por las tropas imperiales, venecianas y francesas que recorrieron la región. Si a esto se añaden desplazamientos masivos y continuos más o menos importantes, pueden dar lugar a pandemias de alcance mundial, como la mencionada peste negra o la llamada gripe española de 1918.

Epidemias y paz

Si hemos dicho que no se suele optar por la guerra biológica de forma voluntaria, también podemos afirmar que, por lo general, el estallido de una epidemia por sí mismo no es suficiente para detener una guerra. Puede decidir una batalla o una campaña; provocar una rendición; el levantamiento de un asedio o forzar una tregua; incluso, en determinadas circunstancias, puede contribuir con otros factores al colapso de uno de los contendientes y provocar su derrota final. Todo ello es posible, pero rara vez los estragos producidos por una pandemia han llevado a los contendientes a firmar una paz duradera que les permita unir esfuerzos en la lucha contra el enemigo común. La peste negra y las epidemias y hambrunas que se originaron durante la Guerra de los 100 años no solo no acabaron con la disputa anglo-francesa, sino que dieron pie a otros brotes violentos como las Jacqueries. La epidemia de cólera que diezmó a ambos bandos por igual no trajo la paz a la guerra de Crimea. La gripe española no puso fin a la Primera Guerra Mundial, al contrario, su existencia se ocultó para poder continuarla.

La clave radica en que las epidemias y pandemias no tienen nada que ver con las causas que originan la guerra y, por lo general, una vez que se superan, vuelven a dejar en la superficie las razones irresolutas del conflicto y, por lo tanto, los motivos que la justifican. Tampoco deben desdeñarse, como bien apunta el analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos, Andrés González Martín, los intereses espurios de terceros actores interesados en que la guerra continúe (crimen organizado, terceros Estados, traficantes de armas, etc.), para los que la guerra viene a ser una forma de hacer negocios2 y a los que el sufrimiento ocasionado por la enfermedad les resulta indiferente.

La lógica de la guerra nos lleva a pensar con Luttwak3 que esta resuelve los conflictos mediante la victoria de uno de los contendientes o cuando ambos concluyen que continuar la guerra no es sostenible ni rentable —por ejemplo, porque sus recursos materiales o humanos han quedado exhaustos o amenazan con estarlo— y se ven obligados a llegar a un acuerdo. Sin embargo, de las epidemias y las pandemias, tal y como hemos visto, solo podemos esperar efectos directos —o generados por el miedo a estos posibles efectos— temporales con repercusiones tácticas e incluso operacionales. Pueden contribuir en gran medida, es cierto, al colapso de uno de los contendientes, como sucedió con los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial, pero no son la causa principal.

Una epidemia, no obstante, podría generar una devastación tal, que ninguno de los bandos enfrentados pueda reclamar la victoria, al estilo de Caffa tras el levantamiento del asedio. Sería una situación similar a la provocada por el tsunami de 2004 que arrasó amplias zonas del golfo de Bengala incluyendo el norte de la isla de Sumatra, obligando al Gobierno indonesio y a la guerrilla de Banda Aceh a firmar una paz definitiva4. Esta situación resolutiva exige efectos de carácter apocalíptico desencadenados en un plazo de tiempo muy reducido y en espacios geográficos concretos que permitan desequilibrar totalmente a alguno de los bandos enfrentados. Estas circunstancias son difíciles de conjugar e históricamente es casi imposible encontrar un ejemplo. Ni siquiera la peste negra del siglo XIV tuvo tal efecto, pues pese a la elevada mortalidad que provocó y a que afectó prácticamente a todo el mundo conocido, su lenta velocidad de propagación5 permitió el mantenimiento de las estructuras sociales y políticas y, con ellas, los intereses, ambiciones y objetivos que motivaban las guerras.

Una conjunción de ambos factores —amplia devastación e instantaneidad— que conllevase el exterminio de la población o la destrucción total del sistema sociopolítico es posible que pudiera llevar a los supervivientes a olvidar el origen del conflicto, a superar sus recelos y a unir sus esfuerzos en busca de la mera supervivencia. Pero ello, a su vez, puede dar lugar a otros conflictos violentos en la lucha por el acceso y la posesión de los recursos básicos. El instinto de supervivencia se impone, continuamente, al sentido de solidaridad.

El siglo XXI no es una excepción. Aunque los medios pacíficos de resolución de conflictos y la cooperación internacional parecen haberse asentado —especialmente en lo que denominamos mundo desarrollado— allí donde el jinete de la guerra está presente, la aparición de enfermedades sigue siendo un factor más que no impide la continuación de la violencia.

Es fácil comprobar que los efectos de las epidemias y pandemias que se han producido desde el año 2000 hasta la fecha, no han sido ni apocalípticas, ni instantáneas. Es decir, no han reunido las condiciones necesarias para obligar a alcanzar la paz en ninguno de los conflictos bélicos en curso. Pese a la alarma que su aparición ha generado a nivel global como sucedió, en 2009, con la gripe aviar o, en 2014, con el Ébola, ni siquiera han alcanzado la mortandad de las epidemias y plagas del pasado6. Consecuentemente, tampoco han supuesto en ningún caso el que los bandos enfrentados hayan quedado exhaustos o que hayan convertido en inalcanzables los objetivos perseguidos.

La crisis del Ébola no detuvo los combates en la región africana de los Grandes Lagos. La rampante epidemia de cólera en Yemen de 2017, calificada como «sin precedentes» por Naciones Unidas, tampoco puso fin a la guerra en esa martirizada esquina de la península Arábiga. Incluso para los ejércitos occidentales, tan preocupados por la protección de la fuerza, cuando despliegan en operaciones internacionales, la existencia de brotes epidémicos o enfermedades endémicas, no suponen más que la necesidad de un refuerzo en las disposiciones sanitarias de campaña y de las medidas de prevención. Para nuestras fuerzas militares quedan lejos los tiempos en los que las muertes por razones médicas superaban a las causadas por el combate.

La COVID-19

La aparición de la COVID-19 está teniendo unos efectos globales de alcance inesperado: ha paralizado durante un tiempo la producción industrial mundial, ha reducido a la mínima expresión el tráfico aéreo, ha provocado el caos en el sistema financiero, ha hundido el mercado del petróleo y ha supuesto un freno a la globalización7. El Fondo Monetario Internacional prevé una crisis económica superior a la de 19298. A estos efectos, de alcance global, se añade la rapidez de propagación de la enfermedad, que en pocas semanas se ha extendido por todo el mundo. La mortalidad asociada a este coronavirus no es comparable a la de otras pandemias del pasado, como la gripe española, o del presente como el VIH, pero sus efectos además de socavar la economía mundial y alterar determinadas dinámicas sociales han generado una sensación de alarma y miedo pocas veces registradas en la historia. De algún modo, podría considerarse que reúne los requisitos de devastación e instantaneidad de los que hemos hablado.

Podría pensarse, en efecto, que los terribles efectos de la pandemia podrían facilitar arreglos pacíficos en las diferentes guerras que sacuden el planeta. Así parece haberlo entendido el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, quien el pasado 23 de marzo realizó un llamamiento para un «alto al fuego global e inmediato en todos los rincones del mundo»9.

El llamamiento tuvo una respuesta inicial prometedora. Líderes religiosos como el papa Francisco; diferentes Estados miembros de Naciones Unidas, como España; otras organizaciones internacionales, como la Unión Africana y la Unión Europea; y grupos y organizaciones sociales de todo tipo, no tardaron en suscribir con entusiasmo el llamamiento. Más importante aún, algunos gobiernos y grupos armados envueltos en conflictos bélicos, también se hicieron eco del llamamiento y anunciaron medidas de diverso tipo como ofertas de diálogo e incluso declaraciones de alto el fuego unilateral.

Haciendo un rápido recorrido, encontramos respuestas esperanzadoras en conflictos de los cinco continentes10: declaraciones favorables de los enfrentados en el Donets; las autoridades israelíes y las de Gaza; el Gobierno y los rebeldes comunistas en Filipinas; Yemen, donde la coalición saudí anunció un alto el fuego de una quincena; Sudán con adhesión de Gobierno y grupos armados; los rebeldes de Camerún; el ELN en Colombia; declaraciones de los dos gobiernos que combaten en Libia, incluso los talibanes mostraron cierto interés11.

Pero el propio Guterres, hombre experimentado y realista, señala que «hay una enorme distancia entre las palabras y los hechos, entre trasladar las declaraciones de paz al terreno y hacerlo en la vida de las personas»12. Los hechos parecen darle la razón. El llamamiento no ha sido totalmente inútil, pero salvo en lugares donde ya existían negociaciones en estado avanzado como Sudán, el paso de las palabras a los hechos no se ha producido. El nivel de violencia se mantiene en el Donets, el Gobierno colombiano desdeña la oferta de diálogo del ELN, los enfrentamientos se han recrudecido en Libia, el Gobierno camerunés ignora a los rebeldes, los talibanes limitan su alto el fuego a las zonas bajo su control afectadas por la COVID…

Más aún, incluso en el ámbito de Naciones Unidas, Guterres no ha logrado un apoyo decidido a su iniciativa. La Asamblea General aprobó una declaración sobre la pandemia que aborda los efectos económicos de la COVID-19, pero ni siquiera menciona los conflictos bélicos. El Consejo de Seguridad abordó el tema en una de sus sesiones sin llegar a un acuerdo. Lo impidieron razones diversas que van desde la voluntad norteamericana de mantener sus operaciones contra el terrorismo, hasta el deseo chino que no se aborde el tema para evitar que se le responsabilice del origen de la pandemia13. Es más, la delegación china, respaldada por Sudáfrica, niega que la pandemia sea un asunto que deba abordar el Consejo dado que no es una materia que afecte a la seguridad.

Añadamos a este ambiente, las amenazas de Donald Trump de suspender la financiación que aportan los Estados Unidos a la Organización Mundial de Salud (OMS). Estados Unidos es el principal contribuyente a la OMS, sus donaciones suponen casi la cuarta parte del presupuesto de la organización. De producirse, esta suspensión puede poner en peligro, no solo los esfuerzos de coordinación en la lucha contra la pandemia de la COVID-19, sino también a los programas de salud y vacunación que está llevando a cabo en países del Tercer Mundo, frágiles y frecuentemente inestables en los que cualquier alteración puede degenerar en violencia14.

En este entorno, los esfuerzos de los enviados especiales de Naciones Unidas y de las distintas organizaciones y personalidades comprometidas con la búsqueda de la paz, han recibido un notable impulso con el llamamiento de Guterres. No obstante, resulta evidente que el proceso ha perdido impulso por las razones mencionadas, a las que podemos añadir la imposibilidad de algunos actores —principalmente grupos insurgentes— de controlar sobre el terreno táctico el mantenimiento real de la tregua15. Todo parece indicar que, en el mejor de los casos, solo conseguirán acuerdos para ceses el fuego, treguas y otros arreglos de carácter temporal.

Las que sí se están viendo afectadas son las operaciones internacionales de mantenimiento o apoyo a la paz y todas las actividades de seguridad cooperativa y misiones de adiestramiento y asesoramiento a terceros países. Los países que contribuyen con tropas y fondos han visto variar sus prioridades hacia la protección de su personal, lo que se une al recelo con el que los países receptores ven la llegada de personal procedente de países afectados por la pandemia como China o España. Las actividades operativas se han reducido al mínimo esencial y resulta obligado el revisar los procedimientos con los que se llevan a cabo las distintas las actividades y operaciones, lo que tiene impacto innegable en el cumplimiento del mandato y en la consecución de hitos y objetivos intermedios16. La COVID-19 ha supuesto una paralización prácticamente completa de algunas misiones como las de adiestramiento de la Unión Europea o de la OTAN en distintas partes del globo, incluyendo repliegues temporales17. Supone la neutralización de facto de las capacidades de estas fuerzas desplegadas a favor de la paz, lo que contrasta notablemente con el reducido impacto sobre las actividades y el ritmo de operaciones de los bandos en conflicto. Desde este punto de vista, la COVID-19, al dificultar la labor de las tropas internacionales, lejos de estimular la búsqueda de la paz, podría favorecer un incremento del nivel de violencia en el corto plazo18.

A modo de conclusión

Es un lugar común el afirmar que nada será igual después de la COVID-19. En general, se prevén cambios positivos basados en las lecciones identificadas a tan alto coste. Estos autores sostienen que de esta pandemia emergerá una sociedad más solidaria, menos basada en intereses materialistas, con una renovación de los sistemas políticos19. No todos coinciden en este análisis optimista y subrayan que el innegablemente tenebroso panorama económico va a introducir cambios en un sentido negativo, con retrocesos de bienestar y desarrollo equivalentes a décadas, con efectos especialmente devastadores en países frágiles cuya estabilidad puede verse afectada, con el consiguiente riesgo de estallidos violentos20. En medio de estas dispares predicciones, un sector académico sostiene que por sí mismas, las pandemias no producen cambios radicales, ni en lo social ni en lo político. La forma en la que se gestionen puede, eso sí, modificar o acelerar tendencias ya existentes21.

Sea cual sea el impacto futuro de esta pandemia en otros ámbitos de la actividad humana, en el caso de las guerras, podemos concluir que la COVID-19 no va a tener efectos diferentes a los de otras pandemias y tampoco va a traer la paz al mundo, sino más desolación. Más allá de la tragedia que suponen los cientos de miles de muertos repartidos por el mundo, y pese a su terrible impacto sobre la economía y los hábitos sociales, esto no parece suficiente para obligar a renunciar a la guerra, al fin y al cabo, una actividad que ha acompañado al ser humano desde el inicio de los tiempos22. Siguiendo a Lesley-Ann Daniels podemos aventurar que el coronavirus puede cambiar el corazón de los combatientes y los Gobiernos, pero resulta insuficiente para alcanzar la paz si no se dan otras condiciones23.

Esta pandemia no va a conseguir que se olviden los objetivos, los motivos, los intereses y las razones, por los que en distintas partes del mundo se ha llegado a la guerra como forma de resolver conflictos. No se olvidarán tampoco los agravios mutuos que, sin duda, aumentan en situaciones bélicas y tampoco eliminarán los intereses de terceros que favorecen la continuación del conflicto, indiferentes al sufrimiento ajeno.

El texto bíblico, con acierto, no descabalga al jinete de la guerra cuando aparece el de la peste. Su actividad solo contribuye a aumentar la desolación del género humano. Pese a su enorme impacto en todos los ámbitos, no va a solucionar los problemas que dan origen y mantienen vivos a los conflictos violentos; salvo que, en un agravamiento inesperado, la COVID-19 acabe eliminando los problemas al estilo de la peste en Caffa, o al del tsunami de 2004 que trajo la paz a Banda Ache. Dos cabalgan juntos, como James Stewart y Richard Widmark en el clásico de John Ford y por el momento, el jinete de la guerra seguirá cabalgando al costado del de la peste.

Amable Sarto Ferreruela*

Coronel de Artillería DEM

Bibliografía y notas al pie:

1-SANTA CRUZ DE MARCENADO, Marqués de. “Reflexiones Militares” Comisión Española de Historia Militar. Edición del tercer centenario. Madrid, 1984, p. 356.

2-GONZÁLEZ MARTÍN, Andrés. El crimen organizado, el quinto jinete del Apocalipsis: la guerra de cinco bloques. Documento de Análisis IEEE 43/2018 Disponible en http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2018/DIEEEA43_2018GONZALEZ- CrimenOrganizado.pdf Consultado el 28-04-20.

3-LUTTWAK, Edward N. “Give war a chance”. Foreign Affairs; Julio/agosto, 1999. Disponible en https://peacelearner.files.wordpress.com/2010/01/edward-luttwak-give-war-a-chance1.pdf Consultado el 27-04-20

4-Incluso en este caso, determinados analistas discuten si fue el nivel de destrucción ocasionado por la catástrofe o si fue la atención internacional que ésta generó, lo que acabó empujando la solución pacífica del conflicto. En esta línea: DANIELS, Lesley-Ann. “Coronavirus and conflict: truces at times of crisis do not    lead    to    peace    on    their    own”, The    Conversation,    15-04-20.    Disponible    en https://theconversation.com/coronavirus-and-conflict-truces-at-times-of-crisis-do-not-lead-to-peace-on- their-own-135277 Consultado el 30-06-20

5-PUERTA, José Luis y otros “Emergencias Pandémicas en un mundo globalizado: amenazas a la seguridad” Capítulo tercero “Microorganismos y epidemias en la era de la globalización”, p. 130. Instituto Español de Estudios Estratégicos, Cuadernos de estrategia 203. Ministerio de Defensa. Madrid febrero 2020.

6-JARUS, Owen. “20 of the worst epidemics and pandemics in history”, Live Science, 20-03-20. Disponible https://www.livescience.com/worst-epidemics-and-pandemics-in-history.html Consultado el 27-04-20.

7-SARTO FERRERUELA, Amable. “Bandadas de cisnes negros”. Documento de Opinión IEEE 40/2020. http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2020/DIEEEO40_2020AMASAR_cisnesnegros.pdf Consultado el 30-04-20.

8-GUIMON, Pablo. “El FMI pronostica para este año la mayor recesión desde la Gran Depresión de 1929”, El País. 09-04-20. Disponible en https://elpais.com/economia/2020-04-09/el-fmi-preve-que-la- pandemia-provocara-el-mayor-impacto-en-la-economia-desde-la-gran-depresion.html Consultado el 27-04-20.

9-Texto completo del llamamiento en https://www.un.org/sg/en/content/sg/statement/2020-03- 23/secretary-generals-appeal-for-global-ceasefire. Consultado 23-04-20

10-International Crisis Group “Global Ceasefire Call Deserves UN Security Council’s Full Support”, Crisis Group Comentary, 09-04-20. Disponible en https://www.crisisgroup.org/global/global-ceasefire-call- deserves-un-security-councils-full-support consultado 23-04-20

11-GUTERRES, Antonio. “To silence the guns, we must raise the voices for peace” United Nations, 02-04-20. Disponible en https://www.un.org/en/un-coronavirus-communications-team/update-secretary- general%E2%80%99s-appeal-global-ceasefire Consultado el 27-04-20

12-NOTICIAS ONU “El llamado al alto el fuego mundial para ayudar a contener el coronavirus empieza a tener repercusión”, Noticias ONU, Paz y Seguridad. 03-04-20. Disponible en https://news.un.org/es/story/2020/04/1472342 Consultado 23-04-20.

13-EFE “El Consejo de Seguridad de la ONU discute por primera vez crisis de la COVID-19”, EFE NEWS, 10-04-20. Disponible en https://www.efe.com/efe/usa/politica/el-consejo-de-seguridad-la-onu-discute-por- primera-vez-crisis-del-covid-19/50000105-4217925 Consultado 23-04-20.

14-JIMENEZ, Ángel “La OMS “lamenta” la decisión de Trump y evaluará las consecuencias que tendrá en su trabajo” Consalud, 15-04-20. Disponible en https://www.consalud.es/pacientes/especial- coronavirus/oms-lamenta-decision-trump-evaluara-consecuencias_77670_102.html Consultado 28-04-20.

15-GOWAN, Richard. “What´s Happened to the UN Secretary-General´s COVID-19 Ceasefire Call?”, Crisis Group, 16-06-20. Disponible en https://www.crisisgroup.org/global/whats-happened-un-secretary- generals-covid-19-ceasefire-call Consultado el 30-06-20.

16-DE CONING, Cedric. “The Impact of COVID-19 on Peace Operations” IPI Global Observatory, 02-04-20. Disponible https://theglobalobservatory.org/2020/04/impact-covid-19-peace-operations/ Consultado el 23-4-20.

17-FIORENZA, Nicholas “Covid-19: European countries withdraw from Iraq”, Jane’s Defence Weekly, 27- 03-20. Disponible https://www.janes.com/article/95154/covid-19-european-countries-withdraw-from-iraq Consultado el 28-04-20.

18-Entre otros ejemplos, puede señalarse la creciente tensión entre Hezbolá e Israel en la frontera libanesa. HAREL, Amos “As Israel and Hezbollah Trade Barbs, Army Sees Opportunity in Coronavirus Crisis”, HAARETZ, 28-04-20. Disponible en https://www.haaretz.com/israel-news/.premium-tension- flares-on-israel-s-northern-border-unlikely-to-let-up-despite-coronavirus-1.8780094 Consultado 28-04-20.

19-Un ejemplo, entre cientos, de esta tendencia puede encontrarse en BADÍA, Félix. “Después del coronavirus: ¿cómo cambiará nuestra vida?”

20-En este sentido pueden encontrarse diversos artículos e informes en International Crisis Group “The COVID-19 Pandemic and Deadly Conflicts”. Disponible en https://www.crisisgroup.org/pandemics_public_health_deadly_conflict Consultado el 28-04-20 y también: MARTÍN CUBEL, Fernando. COVID-19, crisis de crisis existentes e inesperadas. Documento de Opinión IEEE 83/2020. Disponible en http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2020/DIEEEO83_2020FERMAR_crisis.pdf. Consultado el 30-06-20.

21-CALVO ALBERO, José Luis. ¿Puede el COVID-19 cambiar el mundo? Documento de Opinión IEEE 37/2020. Disponible en http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_opinion/2020/DIEEEO37_2020JOSCAL_cambiomundo.pdf. Consultado el 27-04-20

22-Referencias a guerras desde el origen de los tiempos abundan en la Biblia, Caín y Abel o el Éxodo, por ejemplo. Ejemplos más palpables pueden encontrarse en las pinturas paleolíticas del Levante español. ARCO, Luis del. “Descubrimiento de pinturas rupestre en el barranco de Valltorta (Castellón)”. Informes. Boletín de la Real Academia de la Historia. Julio-septiembre de 1917, pp. 10-ss. Disponible en https://www.google.com/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=11&ved=2ahUKEwj2z_CtgpvpAhXk zoUKHQOUBaoQFjAKegQIAxAB&url=http%3A%2F%2Fwww.cervantesvirtual.com%2FdescargaPdf%2F descubrimiento-de-pinturas-rupestres-en-el-barranco-de-valltorta-castelln- 0%2F&usg=AOvVaw04ox72jJm4_1PkeOddrQIZ. Comprobado el 04-05-20. Y, referencia más actual, como parte de su interesante tesis sobre el origen de la guerra, en GAT, Azar “War in Human Civilization”, Oxford University Press, New York, 2006, pp. 11-ss.

23-DANIELS, Op. cit.